Si en la primera parte recogí lo relacionado con la vida diaria de la cofradía y el desarrollo de la procesión de Viernes Santo, este reportaje se refiere a la asistencia que daba a los ajusticiados, y a un cometido prácticamente desconocido: ser el último recurso para conjurar las catástrofes atmosféricas.
Referente a los ajusticiados, los datos que ofrecen las actas de la cofradía los completo con información sobre los más notables fusilamientos habidos en Estella durante las contiendas del siglo XIX, obtenidos de las siguientes fuentes: artículo de Javier Larráyoz, publicado en la revista Príncipe de Viana, en lo referente a los fusilamientos 1848 y 49; del libro "Recuerdos de la Guerra Carlista", del Príncipe Félix Lichnowsky, en lo referente a 1839; y de la obra "Navarra bajo Napoleón. El caso de Estella", de Juan Erce Eguaras, los que se refieren a la Francesada. Respecto de Jergón, están sacados del artículo publicado por José Ángel Pérez-Nievas en Diario de Noticias de Navarra el 8 de enero de 2002.
Respecto a las fotografías, la primera (procesión de Ramos) y la última están tomadas en Garísoain, mientras que la restantes corresponden a las procesiones que se celebran en Aguilar de Codés en Jueves Santo (los participantes visten de blanco), y en Murieta en Viernes Santo (visten de negro).
Antes de entrar en materia, señalaré que además de las procesiones del Domingo de Ramos y del Jueves y Viernes Santo, el día de la Cruz de Mayo (día 3) la cofradía acudía en procesión a una letanía en el convento de San Benito, bandera roja desplegada al viento, y asistía a la misa que se celebraba en la iglesia del convento de San Francisco, hoy desaparecida, y en cuyo solar se levanta el edificio del Ayuntamiento.
El día de la Cruz de Septiembre (día 14), a las nueve de la mañana celebraban otra procesión por la plazuela de San Francisco de Asís, situada delante del convento, para a continuación asistir a la misa que en él se oficiaba.
Pero durante siglos, la verdadera función de la cofradía consistió en asistir a los presos que iban a ser ajusticiados, enterrar sus cadáveres, y realizar colectas para pagar los gastos de la cárcel, el funeral, y misas por su alma. Oficios que se realizaban en el convento de San Francisco, sede de la Vera Cruz, lo que no era del agrado de las parroquias, las cuales pugnaban por hacerse con los cadáveres de los ajusticiados para cobrar sus exequias.
El Ayuntamiento, como patrono de la cofradía, intentó negociar un acuerdo entre las partes. Fracasó en su mediación, y por mayoría desistió de acudir a los tribunales pues a la cofradía le daba igual dónde se celebraban los funerales y se enterraban los cuerpos. Pero dos concejales, no conformes con la inhibición municipal, en 1746 se enzarzaron en un pleito contra sus compañeros de corporación, ganaron, y el Consejo Real de Navarra mandó que la ciudad saliese a defender la causa ante el Ordinario del obispado, condenando al resto de los concejales a pagar las costas de su bolsillo.
El pleito llegó hasta el tribunal del metropolitano de Burgos, y en ello se andaba cuando la ciudad y las parroquias llegaron al acuerdo (1748) de que los reos serían enterrados en la parroquia en cuyo distrito fuesen ejecutados: si en la plaza de San Martín, en San Pedro; si la Pieza del Conde, en San Miguel; y si en la plaza del Mercado, en San Juan.
Ya en 1713, con motivo del entierro del ajusticiado Gabriel Ramírez, el prior de la cofradía ganó la sentencia a favor del convento y en contra de la parroquia de San Juan, en cuyo territorio fue agarrotado (la primera noticia que se tiene de asistencia a reos por la cofradía de la Vera Cruz de Pamplona es de 1757). Pero en 1746 los vientos soplaban revueltos, y el cuerpo de Pascual de Allo, ajusticiado, fue introducido en una cuba y echado al río.
Temiendo que el curioso navío arribara en la jurisdicción de alguna parroquia, la cofradía lo recogió y obtuvo del Ordinario el derecho a enterrarlo en el convento de San Francisco.
No conforme con la decisión, el cabildo de San Miguel pidió el cadáver, exigiendo su exhumación, lo que motivó que el abad de la cofradía enviara un memorial al Ayuntamiento solicitando que acudiera en defensa del derecho del convento.
Las iras eclesiales se calmaron con el acuerdo de 1748, y el siguiente ajusticiado, Agustín Fuentes, soltero y natural de Estella, fue ahorcado en la Pieza del Conde a las 7 de la mañana del 6 de marzo de 1774, y sus funerales se celebraron en San Miguel. En la colecta se recogieron 313 reales fuertes y 32 maravedíes, con los que se pagaron los gastos y se costearon los funerales.
Tres años después, el 10 de septiembre de 1777, después de estar tres días y tres noches en capilla, Martín de Yanguas, natural y residente en Estella, fue agarrotado en la plaza del Mercado, recogiéndose en la colecta 173 reales fuertes y 19 maravedíes.
Joaquín Matías Iñiguez de Beortegui, natural de Guirguillano (Navarra) y preso en Estella, fue agarrotado el 19 de diciembre de 1801 en la plaza del Mercado. Se recaudaron 256 reales fuertes. Le asistió hasta el cadalso fray Francisco Bearin, religioso mercedario. Le oyó en confesión fray Miguel Antonio Belza, lector del convento de Santo Domingo, y varios religiosos de San Francisco salieron para auxiliar al reo. Es de suponer que todos cobrarían por el servicio.
Una ejecución pública, anunciada con anterioridad y realizada en un lugar céntrico, era un espectáculo al que acudía mucha gente, tanto de la ciudad como de los pueblos, lo que aprovechaba la cofradía para realizar la colecta. A tal efecto, la víspera, y el día de la ejecución desde el amanecer hasta la retirada del cadáver, revestidos con los trajes de la cofradía (de bocací, dicen las actas) y con las varas que simbolizaban sus cargos, salían a pedir por las calles los dos Mayordomos y los tres Diputados, lo que no era plato de gusto.
Después de que el 8 de agosto de 1818 fuera ajusticiado José María Huarte, natural del lugar de Araquil (Navarra) y preso en Estella, en cuya colecta recogieron 354 reales fuertes, la cofradía encontró la solución contratando cuatro hombres que a cambio de una gratificación realizaban la petición por las calles.
A partir de esa ejecución pocas veces los Mayordomos y Diputados postularon por la ciudad., lo que redujo las recaudaciones.
Cuatro años más tarde, el 6 de septiembre de 1824, Tiburcio Esparza, vecino de Aizpún (Navarra), fue ahorcado en la Pieza del Conde, y el 14 de julio de 1836 fue fusilado junto a las murallas de San Agustín, en virtud de sentencia, Pedro Descarga, vecino de Goizueta (Navarra). El 8 de mayo de 1839, año en que fue suprimido el convento de San Francisco, corrieron igual suerte José Antonio Martinicorena y María Joaquina Uriarte, vecinos de Mondragón (Guipúzcoa).
El 29 de marzo de 1843 fue ajusticiado con pena de garrote vil, a las doce de la mañana y en la plaza de la Constitución (hoy de Los Fueros), el vecino de Lorca (Navarra) Juan Ramón Senosiáin. En cuya colecta se recogieron 112 reales fuertes.
No fue la única ejecución del año, pues el 8 de mayo entró en capilla Felipe Gil, natural de Mendaza (Navarra), y con los 84 reales fuertes y 21 maravedíes recogidos se pagaron las exequias efectuadas en la iglesia de San Miguel.
El 12 de noviembre de 1846 entró en capilla Joaquín Hernández, vecino de Arróniz (Navarra), recogiéndose en la colecta 89,5 reales fuertes, y siendo enterrado en la parroquia de San Pedro.
Siete años después, el 30 de junio de 1853 fueron ajusticiados con pena de garrote vil los reos Juan Chasco, natural de Oco, y Evaristo Los Arcos, de Lerín, los dos navarros. Recibieron sepultura en San Pedro, y los 131 reales fuertes recolectados se "invirtieron", según costumbre, de la siguiente manera: al alcaide de la cárcel, por el gasto que ocasionó el reo, 59,10 reales; al cabildo de San Pedro, por el responso y los gastos de sepultura, 22 reales; por la cera de las funciones, 2,19 reales; al sacristán, "por el uso de las campanas", 2 reales; "a los chicos y la mujer que llevaron las velas", 1,8 reales; "a los hombres que anduvieron pidiendo y abrieron las sepulturas", 12 reales; "al que llevó el Santísimo", 3 reales; "por la función de 3ª clase" se pagaron 16 reales, y otros 5 por el gasto de la cera en la función; "por el trabajo del sacristán" se abonaron 2 reales, y, finalmente, 3 reales se emplearon en "túnicas nuevas".
Un año más tarde, el día 26 de agosto de 1854, en la iglesia de San Pedro se celebraron los funerales de Pablo López, vecino de Sesma (Navarra), gastándose los 103,20 reales fuertes obtenidos en las colectas de los días 24 y 26. Y el 20 de agosto de 1857 fue ajusticiado Claudio Epenza, natural de Abaigar (Navarra), siendo enterrado en San Pedro de Larrúa, y recogiéndose en la postulación 111,25 reales fuertes.
A las anteriores ejecuciones, ordenadas por delitos comunes, hay que añadir los fusilamientos que se produjeron en Estella en la Francesada y en las tres guerras civiles del siglo XIX, de los que apenas se hacen eco las actas de la cofradía, las cuales sólo recogen el fusilamiento de Jergón, y el de catorce voluntarios carlistas fusilados por la tropa junto al Campo Santo el 31 de enero de 1849: el Capitán Marcelino Sáenz Remírez, natural de Estella; Gregorio Echeverría, de Tafalla (Navarra); Antonio Quisado (o Guisado), extremeño y desertor del regimiento Bailén; Juan Munárriz, de Viguria (Navarra); Saturnino Garaicoechea, de Azcárate (Navarra); Eleuterio Jiménez, de Morentin (Navarra); Agapito Torralba, de Logroño; Plácido Goñi, de Tafalla (Navarra); Clemente Zabaleta, de Tolosa (Guipúzcoa); Julio Zubía (o Zufía), de Pamplona; Joaquín Saralegui, de Morentin (Navarra); Francisco Lizarraga, de Azanza (Navarra); Bruno Senosiáin, de San Martín de Unx (Navarra), y Agustín Urriza, de Cirauqui (Navarra). No consta que en esta ocasión se hiciera colecta, ni el monto de los gastos ocasionados por el múltiple sepelio.
La historia de este fusilamiento colectivo es la siguiente: ese año se formaron varias partidas carlistas en Navarra, una de las cuales, con el nombre de Primer Batallón del Ejército Real de Navarra, y al mando de Emeterio Iturmendi, natural de Aberin (Navarra), se desplazo desde la zona de Lecumberri, donde operaba, hasta la de Estella, para así tomar contacto con la gente que aquí se había levantado.
En el valle de La Solana les presentó batalla el general Serrano con una abrumadora superioridad de efectivos y armamento, pero los carlistas se batieron como leones y mantuvieron indeciso el resultado de la batalla hasta que fueron heridos y apresados los soldados Agapito Torralba, Antonio Quisado (o Guisado) y Clemente Zabaleta, así como el capitán de la Primera Compañía, Marcelino Sáenz, al que se le encontró en el bolsillo la relación de todos los miembros del batallón.
Esta captura creó un momento de desconcierto que Serrano aprovechó para cargar, derrotarlos, y hacer 19 prisioneros, de los que 14 fueron fusilados en Estella y los restantes en Cirauqui.
Teniendo la frontera cerrada, en esta desesperada situación se les ofreció a los carlistas un indulto a cambio de "servir en los cuerpos de Ultramar", lo cual fue aceptado por Iturmendi y parte de sus seguidores, quienes de la cárcel de Pamplona fueron enviados a Valencia, de donde embarcaron para Ultramar.
Retrocediendo al año anterior (1848), al comenzar la Segunda Guerra Carlista se formaron dos partidas, sin efectivos ni armamento, que operaron en la Valdorba (valle montañoso entre Tafalla y Sangüesa) con la pretensión de entretener a las fuerzas del Gobierno y así favorecer el levantamiento en la zona de Estella, en la que se notaba gran agitación.
Resistieron con éxito el acoso del general Villalonga, que, al tener noticias de que en Estella se había dado un pronunciamiento, partió raudo hacia la ciudad del Ega y el 9 de julio publicó un bando en el que conminaba a la sumisión de los insurrectos, ofreciéndoles el indulto de la pena capital. La oferta no surtió efecto, pues en el recuerdo de los carlistas estaban los indultos que Villalonga hizo en la guerra anterior, los cuales fueron incumplidos y terminaron en masacres ("Palabras son palabras, / cartas son cartas; / promesas de liberales / todas son falsas", se cantaba por los pueblos). Tampoco era un buen aval el ensañamiento y la crueldad que desarrolló en El Maestrazgo, lo que le valió que le concedieran el Marquesado de ese nombre.
La desconfianza carlista no estaba errada. A los pocos días de publicar el indulto, Villalonga fusiló en Estella a los voluntarios rasos, sin categoría ni grado, Clemente Almazán, Antonio Itúrbide, José María Uzquieta, José Diego Zabalza, y dos más cuyo nombre no consta.
Como el alzamiento no cuajó, el 12 del mismo mes, al verlo todo perdido, los restos de una partida procedente de Tierra Estella y compuesta por hombres casados mayores de treinta años intentó pasar a Francia, siendo detenidos cerca de Espinal. Sin juicio y en el monte fusilaron a ocho de ellos, y de esa manera acabó el generoso "indulto" ofrecido por Villalonga.
Diez años antes, cerca del final de la 1ª Guerra Carlista, cuando Maroto fraguaba la traición que dio paso al Convenio de Vergara, un grupo de mandos leales se conjuraron para prenderlo en el momento en que pasase revista a la tropa que iba a adentrarse en La Rioja. Advertido Maroto de la conspiración (al parecer, por Avinareta), y habiendo llegado a sus manos parte de la correspondencia de los conjurados, se trasladó a Estella, hizo comparecer a los generales Guergué, Sanz, García, al brigadier Carmona y al intendente Úriz, les mostró las pruebas de la conspiración, y sin más formalidades los recluyó en una bodeguilla de la basílica del Puy y al día siguiente los fusiló junto a la pared de la iglesia.
Carlos V lo declaró fuera de la Ley, y Maroto le envió una carta que contenía el siguiente párrafo: "Es el caso, Señor, que he mandado pasar por las armas a los generales Guergué, García, Sanz, al brigadier Carmona, al intendente Úriz y que estoy resuelto, por la comprobación de un atentado sedicioso, para hacer lo mismo con otros varios, que procuraré su captura, sin miramiento a fuero ni distinciones, penetrado de que con tal medida se asegurará el triunfo (?) de la causa que me comprometí a defender, no siendo sólo de Vuestra Majestad, cuando se interesan millares de vivientes que serían victimas si se perdiera."
Ante ése plante el Rey volvió sobre sus pasos, y mediante un decreto reconoció que Rafael Maroto había obrado "con la plenitud de sus atribuciones y guiado por los sentimientos de amor y fidelidad que tiene tan acreditados en favor de mi justa causa". Otros decretos posteriores entregaron todo el poder a los partidarios de Maroto, y poco después se consumaba la traición y se escenificaba el fin de la guerra con el Abrazo de Vergara.
En Estella se cuenta que el general García se escondió en casa del vicario Joaquín Izcue, uno de los líderes intelectuales de la rebelión (hermano de la madre del primer Estanislao Aranzadi), quien en la calle San Nicolás vivía con su hermana Joaquina. Al llegar la anochecida el general se disfrazó con las ropas del sacerdote, y seguido por Joaquina y otra mujer intentó ponerse a salvo abandonando Estella. Al intentar franquear el control establecido en la puerta de Castilla de las murallas de la ciudad, fue reconocido y apresado, siendo fusilado al día siguiente junto a sus compañeros de conspiración.
Los hechos ocurrieron en febrero de 1839, y causa extrañeza que las actas de la cofradía ignoren un fusilamiento que conmocionó Estella y cuyo recuerdo evoca una placa colocada en la parte trasera de la Basílica del Puy, así como la bodeguilla en la que estuvieron presos.
Otra ejecución política fue la del famoso guerrillero carlista Ezequiel Llorente y Aguerri (Aguirre dicen erróneamente las crónicas), alias Jergón, nacido en Tudela el 9 de abril de 1841, y fusilado a las 9 de la mañana del 21 de diciembre de 1876 junto a la boca de la sima de Igúzquiza. Queda la duda de si el cadáver fue enterrado en Igúzquiza, o en el cementerio de la iglesia de San Pedro de Larrúa de Estella, en la que se le ofició un entierro de 3ª clase y se celebraron seis misas de cuerpo presente. En la colecta realizada por la Vera Cruz de Estella, se recogieron 278 reales, pagándose, entre otras cosas, el sepelio, los gastos de su estancia en la cércel de la ciudad, y con 5 reales se costeó el pañuelo utilizado "para subirle la cara al reo".
El hecho de fusilarlo en ese lugar tenía una fuerte carga simbólica, pues Jergón formó parte de la partida (grupo de guerrilleros sin vinculación al ejército) que Félix Domingo Rosas Samaniego (la calleja de Rosas, junto al Ayuntamiento, recuerda en Estella su nombre) organizó en Tierra Estella después de la derrota carlista de Oroquieta, con la que hostigaba a las fuerzas liberales, cortaba sus comunicaciones y detenía confidentes, lo que contribuía al aislamiento de las plazas sitiadas.
A la partida de Rosas, mediante una campaña orquestada por la revista La Ilustración Española y Americana, se le atribuían barbaridades (exageraciones, según el historiador liberal Pirala) no demostradas (recogidas por el fiscal en un proceso que se abrió a la espera de que fueran capturados), como la de "asesinar sin compasión", tanto a jóvenes, doncellas o ancianos, y echarlos en los "insondables abismos de las simas de Igúzquiza y Ecala, unas veces después de muertos, otras malheridas, y otras vivas, sin más motivo que leves sospechas de que eran de opinión liberal" o habían sido mensajeros o confidentes. Y a Jergón, en particular, se le atribuía el "haberse comido una sartén llena de orejas fritas cortadas a personas vivas que después tiraba a la sima".
El informe del fiscal terminaba diciendo que "si no hubiese decaído la ley del Talión, en ningún caso debía ser tan bien aplicada como en el presente, sepultado vivo por la mano del verdugo, al igual que éste hizo con sus víctimas".
La Ilustración nos dice que "en Consejo de Guerra que se celebró con las formalidades debidas" (lo cual es falso) fue hallado culpable de "hasta diez y siete asesinatos y numerosos atropellos, y fue condenado a sufrir la última pena". Pero lo cierto es que a Jergón lo pasaron por las armas sin previo juicio, como lo demuestra el hecho de que ni en los archivos militares de Pamplona ni en el Archivo General Militar de Segovia haya antecedentes relacionados con él.
En realidad, Ezequiel Llorente, que en el momento de ser fusilado declaró no haber estado nunca en la sima de Igúzquiza, fue el chivo expiatorio que pagó las culpas atribuidas a Rosas Samaniego, cuya extradición negó Francia por encontrar inconsistentes y carentes de verosimilitud las pruebas de la demanda.
Jergón, independientemente de que pudiera ser autor de múltiples barbaridades, desmanes, y tener las manos manchadas de sangre (algo común a muchos de los participantes en las guerras, en cualquiera de los bandos), era un fanfarrón (una vez, con la pernera del pantalón remangada, se jactaba en Estella de que había arrojado a la sima tantos enemigos como dobles llevaba en la garra) y, al fin y a la postre, un ingenuo: acabada la guerra se acogió al indulto general, el cual no le fue respetado, y después de permanecer durante casi un año encerrado en la ciudadela de Pamplona, fusilado sin juicio de una manera que nada dice a favor de sus ejecutores.
Su vida no había sido fácil ni tranquila. Hijo de Francisco Llorente, tudelano y mulero, y de la azpeitarra Josefa Aguerri, Ezequiel se casó en 1864 con la tudelana Sebastiana Tantos, viuda seis años mayor que él, con la que tuvo cinco hijos. En 1872 abandonó hogar, familia y su trabajo como jornalero, presentándose voluntario en la batalla de Oroquieta, de la que salió con vida para integrarse en la partida de Rosas, acabando como he relatado y siendo considerado por los liberales como prototipo de la "hiena".
Durante la Francesada, la colaboración de los estelleses con la guerrilla de Mina fue tan grande que Estella tuvo la "suerte" de ser la única población navarra, excluida Pamplona, en la que los franceses establecieron una "policía política". Esta policía ahorcó en septiembre de 1813 a tres ciudadanos, y a seis más, en efigie, por estar huidos. En noviembre del mismo año fusilaron a otros dos y ahorcaron a tres. El 5 de diciembre se fusiló a 10 presos.
Tres años antes, habiendo sido capturado el guerrillero Javier Mina, el Corso Terrestre de la Junta Central nombró jefe a Francisco Espoz y Mina, lo que no fue aceptado por la partida de Pascual Echeverría. Hallándose éste acantonado en Estella, Espoz se presento por sorpresa, se apoderó de las armas que tenía repartidas por las posadas, tomó presos a los guerrilleros rebeldes, y sin miramientos los fusiló camino de Irache.
Pronto llegó a Estella el general Doumotier y, al no encontrar las armas que buscaba, fusiló al vecino Lázaro Marín.
El último reo ajusticiado en Estella (a partir de este año las ejecuciones se efectuaron en Pamplona) fue Joaquín García Mues (a) Cascarilla y Cernidillo, condenado a la pena de muerte por robo con homicidio, y ejecutado a las ocho de la mañana del 7 de diciembre de 1897 en la explanada de Rocamador.
Veinticuatro horas antes de la ejecución, dos miembros de la cofradía se presentaron ante el reo, acompañándolo hasta que dos horas más tarde fueron relevados por el presidente de la cofradía para que pudieran postular por las calles. Terminada la postulación se presentó ante el reo el segundo turno de cofrades, alternándose éstos hasta media hora antes de la ejecución.
Entonces se recogieron en la iglesia del Santo Hospital, desde la que revestidos con túnica y varas, portando el Santo Cristo de la Agonía y con velas encendidas acudieron junto al reo para acompañarlo hasta el patíbulo.
La comitiva partió de la cárcel encabezada con el Santo Cristo y dos cofrades con hachas encendidas a ambos lados. Detrás iba el resto de la comitiva y el carro que conducía al reo hasta el lugar de ejecución.
"Cumplida que fue la sentencia (...), se retiró la cofradía hasta las cuatro de la tarde del mismo día, a cuya hora (...), en pleno y revestidos de vara sin túnica, (se) ejecutó la caridad de recoger el cadáver a la caja que previamente habíase dispuesto por la misma cofradía, trasladándolo a continuación en hombros de cuatro hombres hasta el portal de Santo Cristo de la Agonía, a cuyo punto salió el cabildo de la parroquia de San Pedro" para recoger el cadáver y "hacer el oficio de sepultura".
En dos postulaciones se recogieron 116 pesetas, las cuales fueron "invertidas en la forma siguiente: en una túnica y gorro para el reo, 5,5 Pts; en un pañuelo de merino para el mismo, 1,5 Pts; en licores y pastas para los señores sacerdotes que asistieron al reo, 15,25 Pts; en lo mismo, para los que se ocuparon en la postulación, 6,50 Pts; en la caja, 12 Pts; en el jornal de los pedidores, 10 Pts; en un (funeral) nocturno de 3ª clase celebrado en dicha iglesia de San Pedro, 23,50 Pts; más por el gasto de la cera, 10 Pts; y se entregaron al Sr. Vicario de San Pedro, para invertir en sufragio del alma del reo, 32 pesetas" (Para conocer alguna anécdota sobre este ajusticiamiento, ver en esta página el reportaje "La Procesión").
Pero además de lo señalado, una de las funciones más desconocidas de la cofradía fue la de ser el último recurso al que se acudía cuando la sequía o el exceso de lluvia hacían peligrar las cosechas agrícolas, de las cuales dependían la mayor parte de las familias estellesas y eran vitales para una ciudad de economía esencialmente agraria.
Está documentado que el domingo 2 de septiembre de 1753, bajo el sol de plomo de las tres de la tarde, después de haber fracasado las rogativas de la ciudad, y ante la "mucha falta de agua así para la salud como para los campos", la cofradía, deseando "poner los medios posibles para el logro de las lluvias", subió con sus pasos y estandartes hasta el Puy.
Operación que por las mismas causas y motivos repitió al año siguiente y en 1763, 1767, 1775, 1780 y 1803, año en que se documenta la última rogativa.
En 1758 la rogativa tuvo un éxito catastrófico: subieron con sus pasos al Puy el 22 de septiembre, y a partir de entonces los estelleses se apuraron porque las lluvias comenzaron y no cesaban.
Algo parecido sucedió en 1787: el 11 de octubre la cofradía subió al Puy con sus pasos para implorar que cesara de llover.
Hablando de lluvias, sin que mediara rogativa el 21 de mayo de 1801 se produjo una "extraordinaria y nunca vista mayor crecida del río Ega (...), introduciéndose el agua en el expresado convento (de San Francisco) y derruyendo el lienzo de la aula y cuarto contiguo en que estaban los santos pasos, con las celdas y claustro de la parte de arriba".
Lo inesperado de la riada no les dio tiempo a sacar los pasos para conjurar el avance de las aguas del Ega, las cuales estropearon andas, imágenes, pertenencias y local, de manera que el 20 de enero del año siguiente la cofradía tuvo que celebrar su junta en la celda del padre guardián, por hallarse arruinada la sala capitular donde solían celebrar las reuniones.
Mayo de 2006