Con más propiedad, de estellica
La indumentaria blanca y roja con carácter festivo se empieza a dar en Navarra a finales del primer tercio del siglo XX, generalizándose conforme avanza el siglo. En este trabajo repasaré cuantos antecedentes conozco, me detendré en cada una de las prendas que la componen, y trataré de dar respuesta a las siguientes preguntas: ¿nació en Estella en su forma festiva?, ¿fue Estella su mayor divulgadora? ¿qué modelos siguieron nuestros padres y abuelos? (En esta página, relacionados con este trabajo, se puede ver "Indumentaria navarra" y "El Baile de la Era")
Garat, refiriéndose al País Vasco-francés, dice que a finales del siglo XVIII el joven vasco, en las fiestas, llevaba pantalones cortos blancos o de terciopelo negro y medias blancas.
Otros franceses, como Arbenere (1828) y Gaillard (1840), por el contrario, atribuyen a los mozos de Laburdi «pantalón corto de color pardo y, a la cintura, ancha faja de lana o seda carmesí».
Chaho, por su parte, nos informa que los vascos del norte del Bidasoa diferían poco de los de la región meridional, así en traje como en costumbres y lenguaje, y presenta al joven vasco-francés de 1867 cubierto con boina azul, cinto rojo y alpargatas con cintas rojas en cruz.
En una circular de la Sub-inspección del Armamento Foral de Tercios de Guipúzcoa, fechada en 1827, consta que a sus componentes se les dará «un pantalón de lienzo blanco».
El Diccionario Geográfico-Histórico de la Real Academia de la Historia del año 1802, por su parte, informa que los hombres del campo guipuzcoano «comúnmente visten de calzón blanco de lienzo del país, de paño de Chinchón o de Segovia», mientras que para los actos oficiales «usan vestido militar de paño negro y medias blancas».
Antonio Lalaing, en el siglo XVI, cuenta que los solteros vascos usan calzas blancas y cinturón azul para sujetar la espada.
Por el contrario, Mañe y Flaquer, en su obra El Oasis, viaje al país de los fueros (1878), dice que el aparcero guipuzcoano usa calzón corto de pana azul muy oscura.
Morales de los Ríos informa que hacia 1883 el hombre del goierri (la tierra alta guipuzcoana) viste calzón rayado de lino, «que es el traje actualmente más común desde las Encartaciones a Zumárraga».
Humboldt describió así el traje veraniego de los vasco-franceses: «calzones blancos de fieltro, medias blancas, chaleco blanco, faja roja y chaqueta roja encima».
Y en la zona de Murguía (Vizcaya), durante la Guerra de la Independencia llevaban calzón de pana azul sujeto con faja de estambre de color violeta.
Observemos que la indumentaria es variada en tiempo y lugar, y que tanto en España como en el País Vasco-francés casi todas las noticias de pantalón o calzas blancas son posteriores al nacimiento de la República Francesa.
De ello podemos inferir que nuestros antepasados tomaron modelo de las tropas napoleónicas (el propio Napoleón y varios de sus regimientos iban de blanco con el añadido de casacas de colores) que tanto influyeron en las costumbres de este país.
Influencia de la que tan amargamente se dolió Iztueta, y cuyo ejemplo más claro lo vemos en los danzantes de Valcarlos, las Mascaradas Suletinas y otras danzas del País Vasco-francés.
También la vemos en la evolución de la indumentaria de los grupos de danzas guipuzcoanos y vizcaínos de carácter guerrero (ezpata danza, bordon danza, brokel danza, makil danza, etc.). En numerosas danzas riojanas, y en la vestimenta de quienes participan en los alardes de Guipúzcoa.
Grupos que a pesar de querer seguir fielmente la tradición, en cuanto a indumentaria han sido permeables a los tiempos y a las modas.
Así, en Lequeitio, el año 1608 los danzaris que la víspera de San Pedro ejecutaban el Baile del Arca, o Caxarranca, vestían «con sus máscaras, coronas e cetros, e las máscaras con sus capas».
Hoy, por el contrario, el mayordomo que baila sobre el arca viste pantalón y camisa blanca, faja roja, pañuelo rojo al cuello y frac, llevando en la mano izquierda una chistera de color negro, y en la derecha un banderín con las llaves de san Pedro.
Algo parecido sucedió en Ochagavía. El año 1974, en base a un estudio realizado por Francisco Arrarás para recuperar el traje original (?), modificaron la indumentaria de los danzantes, suprimiendo el calzón y el pañuelo blanco que figura en las fotografías más antiguas. Aunque más que recuperar el traje original, parece un intento de reescribirlo y recrearlo, eliminando en lo posible su vinculación al valle del Ebro.
Pensemos que por su indumentaria, coreografía, componentes, y la figura del Bobo, a lo largo del Ebro son varios los pueblos que tienen danzas parecidas, cuyo origen está en la impronta que dejaron los grupos de danzantes profesionales del antiguo reino de Valencia que, procedentes de las comarcas de Morella y Peñíscola, año tras año eran contratados por las ciudades y villas más importantes de Aragón, Navarra, La Rioja y el País Vasco.
Por otra parte, las alpargatas con cintas que ahora llevan, debieron ser introducidas por los gaiteros de Estella, alpargateros de segundo oficio, pues en las fotografías antiguas los danzantes de Ochagavía llevan la alpargata valenciana.
Y en Memorias de aquel Oñate se describe así el traje de los danzantes del Corpus: «boina roja, camisa y pantalón blancos, banda y corbatas rojas, y una faldilla, asimismo roja, con bordes blancos. De las muñecas llevan pendientes unos lazos que sostienen las castañuelas (...). Los danzaris son ocho, que dirige un jefe en cuya indumentaria los elementos rojos pasan a ser azules».
Nada dice de las alpargatas, que, al menos en la segunda mitad del siglo XX, llevan cintas, como las de Estella.
Y aunque no aclara el origen de la faldilla y las castañuelas, todo apunta a que es un préstamo de los grupos de danzas valencianos.
Respecto a las danzas de origen guerrero, como escribió José Ramón Elorza (1824) en su aprobación del libro de Iztueta, «son alusivas a hazañas militares de nuestros antepasados, o sino que se inventaron para inspirar, mantener y perpetuar en la juventud guipuzcoana aquel espíritu y aire marcial que tanto distinguió a ellos».
Con la Bordon danza (danza de los bordones) que se baila el día de San Juan en Tolosa (Guipúzcoa), por ejemplo, se conmemora la victoria que los guipuzcoanos obtuvieron sobre los navarros, y sus danzantes, según se ve en los grabados antiguos, fueron los primeros en incorporar el blanco y rojo a su vestimenta.
Cuentan los historiadores que el 13 de septiembre de 1321, Ponce de Morentin (o Morentáin), gobernador de Navarra, hizo una incursión para castigar a los guipuzcoanos por haber ocupado el castillo de Gorriti.
Los navarros incendiaron la villa de Berástegui, talaron los bosques próximos al camino de Tolosa, y seis días más tarde, cuando se retiraban, fueron derrotados en los campos de Beotíbar por los guipuzcoanos de Gil López de Oñez, que los persiguieron hasta la frontera.
La tradición, recogida al menos desde el siglo XVI, dice que los guipuzcoanos volvieron a sus casas bailando la Bordon danza y cantando unos versos que traducidos dicen así: «Al cabo de años mil vuelve el agua a su cubil. / Así los guipuzcoanos han vuelto a ser castellanos. / Y se han topado en Beotíbar con los navarros».
Danza que, según Iztueta, consta de las mismas figuras que la Ezpata danza guipuzcoana, y Pablo Gorosábel nos dice que la componen «veinte y cuatro mozos, de los que los cuatro que van por delante y otros tantos por detrás con ciertos palos cortos adornados, representación de las antiguas alabardas, hacen de jefes de la comparsa. Los otros diez y seis llevan palos, con los cuales van enlazados, bailan, corren y hacen las demás evoluciones: todo al son de un zorzico antiquísimo...»
También vestían de blanco los que en Guipúzcoa, el País Vasco-francés, y sus zonas de influencia, protagonizaban las apuestas de hachas, lanzamiento de barra y partidos de pelota.
Completaban su atuendo con fajas de distintos colores para así distinguir a los participantes, bien individualmente o por parejas. Costumbre que aún se mantiene.
Hecho este pequeño repaso de dónde y cómo se usaba el traje blanco y rojo, detengámonos en sus componentes.
Es evidente que hasta finales del XVII y principios del XVIII los hombres vestían calzas (especie de pantalones cortos ajustados que quedaban por encima de las rodillas), y no pantalones.
Prenda cuyo nombre proviene de Pantaleone (Planta de león), personaje de la Commedia dell´Arte italiana del siglo XVII, que caracterizaba a un veneciano (San Pantaleón es el patrón de la república veneciana) viejo y avaro que vestía unos calzones largos parecidos a nuestros pantalones.
Pero fueron los franceses quienes los divulgaron y les dieron el nombre definitivo, merced al prestigio que durante la Revolución Francesa adquirieron los sans-culottes ("sin calzones", y, por tanto, con pantalones) que derrocaron a su monarquía el año 1789.
Y desde ese sub-mundo de desheredados, el pantalón se encaramó a lo más alto de la sociedad revolucionaria, inaugurando una nueva era y extendiéndose por toda Europa.
En España entró, junto a las tropas napoleónicas, por Guipúzcoa y el Baztán. Así, en el Diccionario de Madoz (1845-1850), referente al traje de los casados de dicho valle, dice que «la única diferencia consiste hoy en que al calzón y polaina ha sustituido el pantalón».
Y según Gorosábel, «el calzón corto, coleta y pelo largo» que usaban los guipuzcoanos, «desaparecieron durante la época de la Guerra de la Independencia, a imitación de los franceses que los abandonaron, empezándose entonces por primera vez a usarse en Guipúzcoa el pantalón largo y pelo corto».
Respecto al pañuelo al cuello, tan imprescindible en nuestro atuendo, no se lleva en el noroeste de Navarra ni en Guipúzcoa (estos últimos años, San Sebastián está haciendo lo posible para introducirlo como seña de identidad de su Semana Grande, o Aste Nagusia).
Allí, los danzantes lo sustituyen por dos bandas terciadas sobre el pecho, que parecen tener su origen en la indumentaria de piratas, corsarios y bucaneros que, en diferentes colores, las usaban como distintivo de su bando (no olvidemos la relación que la costa vasca tuvo con la piratería, de la que San Juan de Luz fue centro activo e importante).
Estas bandas, en mi opinión, también guardan relación con las que usaban los toreros navarros de los siglos XVII y XVIII, cuyo origen, como recojo en mi trabajo sobre ellos, está en la parte más vasca de Navarra.
El pañuelo, por su parte, procede del que durante la siega y la trilla se ponían en el cuello los labradores de Tierra Estella y otras partes de la Zona Media para recoger el sudor que les bajaba de la nuca e impedir que les entraran raspas (apéndices de los granos en las espigas de cereal) entre la piel y la camisa.
¿Se usó por primera vez en Estella? Probablemente. Hace unos años una vecina de Estella me contó lo siguiente: «Milagros López conocía los sanfermines, los cuales, en ambiente, no tenían color respecto a las fiestas de Estella. En las cuadrillas de Pamplona sólo participaban algunos mozos, vestidos casi todos con sus blusas distintivas, y sin apenas vestido blanco ni pañuelo ni cinto, ni menos alpargatas. Las mozas y mujeres se vestían de gala, con tacones, vestidos lujosos y abrigos, e iban a pasear o al Iruña, pero no participaban en las cuadrillas. Con catorce años (1949), Milagros fue a Pamplona con Emiliana Solano, donde pasaron siete días en casa de una tía de Emiliana que vivía en la Estafeta (le llevaron en una cesta dos pollos vivos). Fueron con el pañuelo rojo en el bolsillo, del que no lo sacaron porque en Pamplona no lo llevaba ninguna moza». Por otra parte, en la Ribera tudelana se llevaba pañuelo en la cabeza (zorongo), al estilo de Aragón.
Pero no siempre debió ser rojo el pañuelo de Fiestas. Parece ser que en Estella, en un primer momento, se usaba el pañuelo blanco (lo vemos en alguna fotografía antigua y en los danzaris del año 1903), que con el paso de los años se cambió al rojo, color del fondo del escudo de la ciudad.
En cuanto al cinto (en Estella se llamaba cinto, y no faja, al que se usa en Fiestas), esta prenda, protectora de los riñones, ha sido muy común entre la gente del campo.
Generalmente era de color negro, aunque en Estella y su entorno abundaba el rojo, como vimos en una pintura del reportaje anterior. También la usaban de este color los danzantes del País Vasco, con excepciones como el verde (Bérriz), el púrpura (Valcarlos), el azul...
Por otra parte, el hecho de que en Estella, en pañuelo y cinto se utilizara la fina seda para distinguir la prenda festiva de la ordinaria de algodón que se usaba en la vida diaria, nos viene a indicar que es aquí donde comenzó a utilizarse en Fiestas.
Por ello, es una pena que estos últimos años, siguiendo modelos ajenos, en nuestra ciudad se esté sustituyendo en pañuelo y cinto la seda por el algodón.
Respecto a la alpargata, (su nombre indica un origen árabe), este humilde calzado fue el más usado en Navarra durante el siglo XIX y la primera mitad del XX, igual por hombres que por mujeres, tanto para la casa, la fiesta (se reservaban las nuevas), el trabajo en el taller, el campo, y también la guerra (el ejército ligero de Cataluña las utilizaba en la Guerra de la Independencia, y el Ejército Carlista de la primera guerra la usaba como calzado de campaña).
Denostado y en desuso, desde que en los años 60 Yves St-Laurent creo una alpargata con cuña, el humilde calzado vive una nueva época de esplendor.
Las había de muchos modelos. En el corredor que va de la Ribera tudelana a los valles de Roncal y Salazar se usaba la valenciana de cara: con la punta y el talón reforzado, dos anchas cintas que se atan al tobillo cubren ambos lados del pie.
En Tierra Estella y en la zona de influencia de Guipúzcoa, se usaba la catalana, navarra o riojana, que de las tres formas se conoce. En ella, una loneta o terliz, cosida a la suela, cubre todo el pie.
Estella fue un notorio centro alpargatero, aunque no alcanzara la importancia de Azcoitia (Guipúzcoa), en la que casi toda su población se dedicaba a su fabricación, ni de Mauleón (Francia), a cuyos talleres acudían las ansotanas, salacencas y roncalesas, llamadas golondrinas por vestir de negro y hacer el viaje de ida en octubre y de regreso en junio.
Otro centro importante sigue siendo Cervera de Río Alhama (La Rioja), de donde procede toda la alpargata que hoy se calza en Estella.
La suela se formaba con una trenza de cáñamo, esparto o yute (en los últimos tiempos, e importado de la India), urdida en forma y tamaño, y cosida con una lezna (aguja de gran tamaño con el ojo en la punta) para evitar que se deshiciera.
Suela muy distinta a la actual (antes las cosas se hacían para que duraran, y no como ahora, que salen de fábrica o taller con la obsolescencia en el código de barras), que si se moja no dura ni unas Fiestas.
Los alpargateros aconsejaban tenerlas cuarenta y ocho horas en agua, porque «el cáñamo húmedo es cemento». Y si se empapaban en la sangre de los toros lidiados, duraban una eternidad y se transmitían de padres a hijos.
En Estella, cuando parcheaban o asfaltaban el paseo del Andén, los chicos acudían a embrear las suelas, lo que no impedía que se empezaran a romper por la punta.
Una vez hecha la suela, con una aguja salmera se le cosía una fuerte tela tejida con tres hilos, dividida en una parte delantera (empeine) y otra trasera (talón) que se unían hacia la mitad del pie.
La parte delantera no llegaba a la puntera, la cual se formaba con un cosido semejante a un bordado.
Finalmente, con una aguja colchonera se le cosían unos lazos que servían para atarla al tobillo o al empeine.
En las alpargatas de fiestas, o gaiteras, los lazos rojos parten de encima de los dedos, describiendo en el empeine unas figuras romboides.
Domingo Cirauqui, alpargatero de Los Arcos, se atribuye su invención. Así lo recogió Fernando Videgáin: «me las ideé por las fiestas de San Roque del año veintinueve y las llevaron los dieciocho mozos de mi cuadrilla con mucha aceptación. Ese mismo año me bajé a venderlas a fiestas de Mendavia. Y luego venían de todos los pueblos a pedirlas».
No creo que sea cierto. Según testimonio de algunos estelleses, para recibir al rey Alfonso XIII en su visita a la ciudad el año 1920, el Alcalde pidió a los vecinos que adornaran sus alpargatas con cintas de colores.
Aceptada su sugerencia, en los primeros años coexistieron distintos modelos de cintas, hasta llegar al actual, y en Fiestas, durante una época, cada peña se distinguía por el color de sus cintas de alpargata: verdes, Urbasa y Alegre; azules, Lizarrakoa; o negras, El Curdín. El resto de los ciudadanos usaban las cintas rojas que acabaron imponiéndose.
Por otra parte, se da la circunstancia de que los gaiteros Elizaga eran alpargateros (Moisés, en 1919, cuando tenía 24 años, aprendió el oficio en casa de Hermenegildo Maeztu, que años después vendió casa y negocio a su hermano Edilberto Elizaga), y a ellos se debe gran parte de la difusión que han tenido en Navarra y fuera de ella (¿se les llamará por eso gaiteras?).
Por ejemplo, las llevaron a Ochagavía, donde a partir del año 1956 tocaron durante veintidós años seguidos.
A Estella, la trenza de cáñamo la traían de Azcoitia, y la tela (terliz) la compraban en la fábrica de hilados de Lorente, sita en nuestra Pieza del Conde.
Los Elizagas fabricaban las suelas, y sus esposas e hijas cosían la tela. En la posguerra, ante la escasez de cáñamo, tuvieron que preparar las trenzas utilizando cuerda de sisal aprovechada de las segadoras-atadoras.
Hecho este repaso, y como preludio al trabajo sobre el Baile de la Era, permítaseme dedicar unas líneas a Juan Ignacio Iztueta (Zaldibia 1767-1845), primer estudioso y recopilador de las danzas guipuzcoanas, y folklorista cuando no los había.
Con su obra Guipuzcoaco dantza gogoangarrien condaira edo historia... (Recuerdos de la historia de las danzas de Guipúzcoa...), editada en 1824, pretende corregir las innovaciones, corrupciones y faltas que observa, y recuperar la afición a los viejos bailes, exponentes de una cultura popular denostada por los jóvenes del país, que cuando regresan de sus estudios desprecian lo nativo y adoptan la modernidad que introdujeron las tropas napoleónicas.
Desprecio al que no fue ajena la Iglesia vasca, pues, por ejemplo, en el Real Seminario de Vergara se enseñaba el «bayle a la francesa».
Iztueta describe 36 danzas diferentes (sus melodías y letras las publicó dos años más tarde), el uso del chistu, el tamboril y la dulzaina, así como el vestuario de los danzantes.
Explica que el origen de danzas como las de espadas, palos, arcos, etc., hay que buscarlo en un ritual religioso y guerrero, e indica que en Guipúzcoa, hasta el siglo XVIII, el bailar los días de fiesta era un acto de hermanamiento entre localidades cercanas, y ejercía una función social en la que el papel de los espectadores resultaba tan importante como el de los actores.
Nos dice que antiguamente el baile estaba dirigido por las autoridades eclesiásticas y civiles, y, antes de empezar, los danzantes debían pedir permiso al alcalde, al que acompañaban a la plaza metiendo el mayor ruido posible.
Una vez en ella, después de las vísperas, sucesivamente bailaban los hombres casados y mayores (era lo que ahora se conoce como aurresku), los mozos y las mozas, y las mujeres casadas, concluyendo la danza con un correcalles en el que intervenían todos.
Según él, los antiguos danzantes guipuzcoanos llevaban camisa de amplias mangas, medias de hilo con cintas variadas, zapatos blancos, pantalones negros y cortos, fajas encarnadas y pañuelos blancos con cenefas rojas, adaptados a las cabezas, lo que apoya mi opinión sobre la relación entre la indumentaria blanca y las fuerzas napoleónicas.
De cuerpo menudo, pelo castaño, barba cerrada, bello rostro, mirada viva y algo maliciosa, Juan Ignacio Iztueta, nacido en una familia dedicada a la elaboración de capas, era el sexto de doce hermanos, y en sus primeros años de adulto se dedicó a la venta de alimentos y al cuidado de un rebaño de ovejas.
Acusado de robo (1801), de conducta escandalosa (1806), y tildado de ladrón de caminos junto con uno de sus hermanos, dos veces fue encarcelado, permaneciendo seis años en prisión.
Afrancesado y colaborador con los invasores, durante la Guerra de la Independencia trabaja en la Hacienda de San Sebastián, y al acabar la contienda vuelve a ser apresado y le confiscan sus bienes. Obtiene la libertad bajo fianza, y en 1815 es desterrado de Azpeitia y San Sebastián.
Tras enviudar de su primera esposa, conoce en prisión a la que se casará con él, presa bajo la acusación de matar a un hijo fruto de la relación con un cura a quien servía.
Nuevamente viudo, ya anciano se casa con su tercera y última esposa, a la que pasaba cuarenta años.
Cercano a los sesenta, después de una década vigilando la Puerta de Tierra de San Sebastián, obtiene el cargo de director de la prisión de Guipúzcoa.
En San Sebastián desarrolla su actividad investigadora y literaria, recibiendo del Ayuntamiento donostiarra el encargo de enseñar al tamborilero Latierro todos los aires vascos para que éste los pase al pentagrama.
Además, adiestra en el ejercicio de las danzas a los niños de la Casa de Misericordia, y forma cuadrillas que actúan en las fiestas de la ciudad y ante los visitantes ilustres.
Paradojas de la vida: el afrancesado Iztueta recuperó, conservó y fijó las danzas y melodías que habían hecho desaparecer las modas que difundió la Revolución Francesa, y el paso de las melodías al pentagrama, que él facilitó, años después considera que es la principal razón de que se desvirtuaran, pues mientras se transmitían de oído conservaban su sencillez, y al pasar al papel cada músico introdujo las variaciones que creyó oportunas, «despojando a las danzas de las que eran tradicionales».
Y ante la afirmación de que los puntos eran iguales en los zorzicos antiguos y modernos, respondía que el bailarín se desenvolvía más fácil y libremente en aquellos que en éstos.
Así, mientras cada uno de los zorzicos antiguos tenía su propia letra para ser cantada, los modernos no se podían cantar sin reducir la mayor parte de la melodía.
Mi agradecimiento a las personas que me han dejado las fotos: Milagros López, José Torrecilla, Milagros Echarri, Mª Luisa Pagés, Dolores Hermoso, Antonio Jordana, Ana Mª López de Araya, José Lisarri, Mariano Landa, Miguel Ángel Elizaga, José Isaba y Rafael Cristóbal.
octubre 2011