Entre las leyendas que figuran en el Liber Sancti Iacobi está el famoso combate entre Roldán, sobrino del emperador Carlomagno (hijo de Berta y Milón, según otras fuentes era fruto de la relación incestuosa entre Carlomagno y su hermana Berta), y el sirio Ferragut, cuyo final se representa en un capitel de la fachada del palacio románico de Estella, también conocido como Palacio de los Condes de Granada de Ega o Palacio de los Reyes de Navarra. Como a todo lo que tiene valor o éxito le salen competidores o imitadores, son varias las poblaciones que últimamente se atribuyen la posesión de un capitel que representa la famosa pelea. En este trabajo procuraré situar la leyenda en su contexto, y ver si es cierto lo que se dice de esos capiteles.
Allá en el siglo XII, los monjes de Cluny, en cuyo blasón incluyeron la venera de Santiago, se dedicaron con empeño a divulgar el fenómeno de las peregrinaciones compostelanas para extender su obra monástica y la cultura francesa a lo largo del Camino de Santiago.
Al igual que hicieron los ingleses con el Rey Arturo, Camelot y el Santo Grial, en torno a Carlomagno crearon leyendas épicas y cantares de gesta en las que le atribuyen la creación y protección del Camino de Santiago, la defensa de la reliquia del Apóstol cuando fue descubierta (hechos totalmente imposibles, pues el hallazgo de las reliquias el año 847, y, por tanto, el comienzo de la peregrinación, son posteriores al fallecimiento del emperador), y el monopolio de la lucha contra los árabes en España, a la que consideraban poblada únicamente por musulmanes.
Enfoque que vemos desarrollado en toda su amplitud en L´Historia Karoli Magni et Rotholandi, Libro IV del Codex Calixtinus, que, para darle mayor autoridad, se atribuyo al arzobispo Turpín, (748-794), monje de Saint Denis que alcanzó el arzobispado de Reims y figura entre los Doce Pares de Francia en La Chanson de Roland.
Libro IV que en 1609 fue separado del Codex Calixtinus para formar un volumen independiente del que se conservan más de cincuenta copias antiguas repartidas por las bibliotecas más importantes de Europa. Libro conocido como Chronica Turpini, Pseudo Turpín, o Historia Turpini.
Línea de exaltación a Carlomagno que siguen otros autores, como el italiano Nicolás de Verona, que en La Prise de Pampelune (ca. 1350) narra las conquistas de Carlomagno a lo largo del Camino de Santiago, y dice que los sarracenos de La Stoille (Estella), al aproximarse Roldán, se refugiaron en Mont Garzini (Monjardín), donde se hicieron fuertes al mando de Altumajour (Almanzor), señor de Estella y Logroño.
Hecho éste prisionero, le entregó pacíficamente la ciudad riojana después de que el emperador tomara por la fuerza la población navarra; se bautizó, y Carlomagno fue a Córdoba para reponerlo en el trono, de donde había sido expulsado por un usurpador.
Al amparo de esta genial obra de propaganda -según Bédier-, los francos creyeron poseer el derecho a crear nuevas poblaciones, disfrutar de privilegios, e imponer su idioma, cultura y tradiciones a lo largo de la Ruta Jacobea, de lo cual Estella es uno de los más claros ejemplos.
No extraña, pues, que algunos autores se pregunten si, tras las derrotas francesas en Roncesvalles, el Camino de Santiago no fue para los francos otra forma de conquistar España.
A esa gran labor divulgadora se debe que uno de sus monjes, Aimeric Picaud, escribiera el Liber Sancti Iacobi, conocido como Codex Calixtinus porque el ejemplar más antiguo, que siempre se ha conservado en la catedral de Santiago de Compostela, y del que proceden todas las copias existentes, está dedicado al Papa Calixto II, antiguo abad de Cluny y hermano del conde de Galicia Raimundo de Borgoña, casado con Urraca, hija de Alfonso VI de Castilla.
Por otra parte, el arzobispo de Compostela, a quien va dirigido el códice al objeto de dotar a la iglesia compostelana de un corpus litúrgico que no tenía, también era de origen francés y procedía de la abadía cluniacense.
El Codex Calixtinus, escrito hacia 1160, es una recopilación de materiales que llenan 225 folios de pergamino iluminado, de 295 x 214 mm., escritos por ambas caras, divididos en cinco partes, o libros, a los que antecede una carta del papa Calixto II dirigida a «la muy santa asamblea de la basílica de Cluny» y a «Diego Gelmírez, arzobispo de Compostela», y termina en dos apéndices, el primero con obras musicales.
El Libro I, Anthologia liturgica, o Libro de las Liturgias (folios 2 vuelto a 139), es el más extenso, y recoge homilías y liturgias del Apóstol.
El Libro II, De miraculi sancti Iacobi, o Libro de los Milagros (folios 139 vuelto a 155 vuelto), incluye 22 milagros realizados en diversas regiones europeas y atribuidos a la intercesión de Santiago.
El Libro III, Liber de translatione corporis sancti Iacobi ad Compostellan, o Traslación del cuerpo a Santiago (folios 156 a 162 vuelto), el más breve, relata el traslado del cuerpo del Apóstol desde Tierra Santa a Galicia, y narra las virtudes de las conchas marinas que los peregrinos acostumbraban comprar como recuerdo.
El Libro IV, L´Historia Karoli Magni et Rotholandi, o Las Conquistas de Carlomagno (Folio 163 a 191), contiene leyendas tendentes a hacer de Carlomagno el impulsor de la peregrinación y defensor del cristianismo contra el islán.
Y el Libro V, Iter pro peregrinis ad Compostellan, o Guía del Peregrino (folios 192 a 213 vuelto), el más famoso de todos ellos, es una serie de relatos e itinerarios del viaje, descripciones de las gentes, tierras y ciudades, consejos para orientar al peregrino, y un pequeño diccionario que es el segundo testimonio escrito más antiguo de la lengua vasca.
En el Pseudo Turpín, o Libro IV, que es el que ahora nos interesa, se narra la entrada de Carlomagno en España, el derrumbe de las murallas de Pamplona, la batalla con el rey Furre en Monjardín, la lucha entre Roldán y Ferragut, la derrota de Roncesvalles y la muerte del héroe franco.
Narraciones, todas ellas, recogidas de materiales anteriores a la confección del Codex Calixtinus, «que corrían de antiguo por la ruta de Santiago, y que, gracias al crédito que pronto alcanzó esta obra, se difundieron por todas las literaturas, siendo acogidas y amplificadas en nuevos cantares de gesta» (Lacarra).
Varias de las cuales fueron llevadas a Cluny por su abad Pedro el Venerable cuando en 1141 visitó Estella e inspeccionó el priorato de Nájera.
Materiales que Saroïhandy cree que proceden de recopilaciones hechas en el entorno de Pedro de Andouque (o de Roda), antiguo monje de Conques (Francia), obispo de Pamplona (1082-1114), francés de nación, poeta latino, amante de las letras, amigo del obispo Gelmírez de Compostela, y una de las figuras más influyentes en las relaciones franco-españolas de la época.
Protector de Roncesvalles -dependiente en un primer momento de Conques-, se cree que fue el primero en recopilar -o quizá crear- y divulgar en los ambientes cluniacenses las leyendas que se transmitían los peregrinos unos a otros, las cuales sirvieron para dar prestigio al hospital pirenaico.
Otro dato a favor de Pedro de Andouque es el gran conocimiento que sobre Navarra y La Rioja muestra el autor del Codex Calixtinus, muy superior al del país gallego, y que el núcleo de las leyendas que contiene lo forman las guerras de Navarra: Pamplona, Monjardín y Nájera.
Según los anales francos y las crónicas árabes del siglo XI, Carlomagno, tras celebrar las Navidades del 777 en Douzy, recibió en Paderborn la petición de apoyo del gobernador árabe de Barcelona, Ibn Al-Arabí, aliado del gobernador de Zaragoza, Hussayn al-Ansarí, sublevados contra Abderrahmán, para que acudiera en su ayuda, ofreciéndole a cambio la entrega de Zaragoza, numerosos rehenes y gran botín.
Agradándole la idea, pues su deseo era ocupar las ciudades de Pamplona, Zaragoza y Barcelona e implantar su dominio sobre la Marca Superior para que ésta protegiera el reino de los francos de los musulmanes, después de pasar la Pascua del 778 cerca de Poitiers, cruzó los Pirineos, y camino del Ebro recibió en Pamplona como rehenes a varios jefes moros, entre los que se encontraba el de Huesca.
Al llegar a Zaragoza encontró cerradas las puertas de la ciudad, y le puso cerco. Pero habiendo recibido noticia de la sublevación de los sajones, abandonó el asedio, y en su precipitado regresó destruyó las murallas de Pamplona para así vengarse de su fracasada expedición.
Cruzó el Pirineo con el grueso de sus tropas, pero el 15 de agosto del 778, al llegar la retaguardia con las provisiones, los tesoros y los rehenes obtenidos, fue atacada y destruida, quedando el valle lleno de cadáveres francos, entre los que se encontraban muchos de los mejores caballeros de su palacio, y su sobrino Roldán, conde de la Marca de Bretaña.
Éste, sintiendo en peligro su vida, en busca de ayuda atronó los montes con su olifante, abriéndolo por la mitad con la potencia de su soplo, y reventándosele con el esfuerzo las venas y nervios del cuello.
Al verse sin socorro, intentó romper su espada Durandal -en cuya empuñadura llevaba engarzadas numerosas reliquias- golpeándola contra una roca de mármol (posiblemente la base de un templo o monumento romano existente entre Roncesvalles y Valcarlos), pero al partir en dos el bloque sin que el filo del acero fuera mellado, para que no cayera en manos enemigas la lanzó por el aire hacia su tierra, quedando clavada en la roca de Rocamadour.
Muerto Roldán, destrozada la retaguardia carolingia, recogido el botín y rescatados los rehenes, los atacantes se ocultaron en la espesura del bosque, y Carlomagno, apesadumbrado al tener noticia del desastre, continuó hacia Auxerre y ordenó que el cuerpo de Roldán fuera transportado a Aquitania para ser sepultado en Saint Romain de Blaye.
De la reacción de Carlomagno, La Chanson de Roland da una versión muy diferente. Dice que siguiendo a las tropas del rey moro de Zaragoza, al que ha derrotado después de la muerte de su sobrino, entra en la ciudad maña, destroza los ídolos paganos, bautiza a más de cien mil musulmanes, y lleva consigo a la reina Braminonda, que no se ha convertido. Lo hará en Francia, donde es bautizada en los baños de Aix, tomando el nombre de Juliana.
Años después, el año 824, Ludovico Pío envió a los condes Eblo y Aznar Sánchez a Pamplona al frente de un ejército de gascones, que, habiendo molestado a los navarros, en Ibañeta fueron aniquilados por un ejército árabe-pamplonés, llevando los musulmanes a Eblo hasta Córdoba, y dejando libre los navarros a Aznar, por ser de su raza.
¿Quiénes fueron los que acabaron con la retaguardia carolingia? Según las crónicas francas y árabes, y la Nota Emilianense, escrita en España hacia 1070, y anterior por tanto a La Chanson de Roland, fueron gentes sarracenas; según Ubieto, los atacantes eran oscenses; según la tradición de esta tierra, fueron los navarros, y según otros, los vascones (en aquella época, y hasta al menos el siglo XVII, con el nombre de vascos eran conocidos los habitantes de la Baja Navarra, mientras que recibían el nombre de navarros los habitantes de la Navarra peninsular).
Por otra parte, hay quien opina que no eran vascones, sino wascones, habitantes de la antigua Wasca, topónimo árabe del que procede la actual Huesca.
Pero todo apunta a que las tropas atacantes eran una amalgama de árabes (Pamplona estaba entonces en sus manos), navarros (deseosos de vengar la destrucción de las murallas pamplonesas, y conocedores palmo a palmo del terreno pirenaico) y oscenses (su jefe era llevado como rehén).
En cuanto al lugar donde ocurrió el hecho, también hay controversia. Ubieto, historiador aragonés antes citado, dice que la masacre tuvo lugar en el valle de Hecho (en Ordesa hay un pequeño paso entre rocas llamado Brecha de Roldán, que según la tradición hendió el héroe para poder ver Francia antes de morir), pero la mayoría de los autores opina que fue bajando de Roncesvalles hacia Francia, en las estribaciones meridionales de Altobiscar, entre Lepoeder e Ibañeta.
Punto, este último, en el que existía la ermita de Rolando, en cuyas excavaciones, realizadas en 1934 y 1951, aparecieron doce esqueletos, monedas inglesas del siglo X, y un fragmento de un «ara al sol invicto», al que los romanos dedicaban los puntos dominantes de sus vías.
La existencia de una cavidad horizontal a unos 1.200 metros de la Torre de Urkullo, que la mayoría de los autores consideran de origen romano, y en cuya bóveda existen pinturas que representan varias curces sobre un grupo de guerreros entre los que destacan la cabeza de una persona coronada y varios personajes con las testas protegidas que parecen portar estandartes, hace que Isaac Santesteban (Memorias de un espeleólogo) los relacione con lo señalado en el Codex Calistinus: «En la cima de este monte hay un lugar llamado la Cruz de Carlomagno, porque en tiempos pasados Carlomagno se abrió camino con hachas y otras herramientas cuando al frente de sus ejércitos se dirigía a España. A continuación alzó figuradamente la cruz del Señor, y doblando las rodillas en dirección a Galicia, elevó sus preces a Dios y a Santiago».
Y todo hace pensar que los ejércitos francos utilizaron para entrar y salir de España la vía romana de Burdeos a Astorga sobre la que discurre gran parte del Camino de Santiago.
Pasados los siglos, como a los francos y germanos no les parecía bien que Carlomagno hubiera sido vencido de forma tan poco épica, modificaron la historia para que la derrota tuviera tintes de grandeza.
Así, La Chanson de Roland, que es el más antiguo de los cantares de gesta franceses (de entre 1087 y 1095, atribuida a Turoldus de Fécamp, narra la expedición de Carlomagno a Zaragoza, el asedio, su regreso a Francia, y la batalla de Roncesvalles), el Pseudo Turpín, y otros poemas, le dan la vuelta y presentan a un Carlomagno que entra en España para defender la cristiandad contra el islam; la emboscada la convierten en traición de Ganelón, padrastro de Roldán que hizo desistir al emperador en su propósito de socorrerlo; sitúan a los musulmanes como autores de la derrota, fruto del enfrentamiento de dos potentes ejércitos en los llanos de Roncesvalles (atacada la retaguardia por 50.000 sarracenos, una primera oleada de 20.000 fue aniquilada por los cristianos, pero los siguientes 30.000 dieron muerte a 20.000 franceses); y presentan al emperador persiguiendo a los árabes hasta las puertas de Zaragoza.
Como reacción a estos poemas franceses, a principios del siglo XIII surge en Castilla el poema de Bernardo del Carpio, reivindicando para los castellanos la derrota de Carlomagno.
Y sobre el Canto de Altobiscar (otra reconstrucción de la batalla), dice Menéndez Pelayo: «No hay para qué traer a colación en un trabajo serio el tan apócrifo como famoso Canto de Altobiscar, compuesto en francés por Mr. Garay de Monglave, puesto en prosa vascuence por Luis Duhalde d´Espelette, y publicado en 1834 en el Journal de l´Institut Historique, del que el mismo Garay era secretario».
Extrañándose Don Marcelino del «éxito verdaderamente increíble y escandaloso que esta mediana falsificación ossiánica (la cual fue en un principio una inocente broma de algunos alumnos de la escuela Politécnica de París) obtuvo».
Siguiendo las leyendas contenidas en el Pseudo Turpín, el emperador reunió un ejército, y se presentó en España para luchar contra los infieles. La primera ciudad que sitió fue Pamplona, población fuerte, guarnecida con murallas inexpugnables. Durante tres meses la tuvo sitiada sin poder conquistarla.
Desanimado, y ansioso por ver realizado su deseo de liberar el camino hacia Galicia, elevó sus preces al Cielo y a Santiago, pidiendo la merced de tomar la ciudad amurallada.
Entonces, las poderosas murallas de Pamplona se derrumbaron, permitiendo al emperador tomar la ciudad, donde respetó la vida de los moros pamploneses que quisieron bautizarse, pasando a cuchillo a quienes se negaron a hacerlo.
Tomada Pamplona, le anunciaron que un rey de los navarros, llamado Furre (Fortuno), morador del monte Garzini (Monjardín), deseaba combatir con él. Concertada la batalla, la víspera pidió al Señor que le anunciara y señalara qué soldados suyos iban a morir durante el combate.
Amaneció el día, y cuando las tropas cristianas estaban armadas, apareció en la parte trasera de los hombros de unos 150 soldados la silueta en rojo de la cruz del Señor. Cuando el rey vio la señal, para evitar que murieran mandó que se cobijaran en la tienda real.
En el combate falleció el legendario Furre con tres mil navarros y sarracenos, y cuando el emperador, conquistado Monjardín y la tierra de todos los navarros regresó a su tienda, encontró yertos a quienes había cobijado en ella para librarlos de la muerte.
Terminada la conquista de Monjardín, según cuenta el Pseudo Turpín en su capítulo XVII, «se le dijo a Carlomagno que en Nájera había un gigante (medía casi doce codos de estatura -casi siete metros-, su cara tenía casi un codo de largo, su nariz un palmo, sus brazos y piernas cuatro codos, y los dedos tres palmos) del linaje de Goliath, llamado Ferragut, que con veinte mil turcos había llegado de Siria, enviado por el emir de Babilonia para combatirle. No temía a las armas, y poseía la fuerza de cuarenta hombres. Enterado, al momento acudió Carlomagno a Nájera».
«Al saber Ferragut de su llegada, salió de la ciudad y lo retó a singular combate -un caballero contra otro-. Carlomagno le envió en primer lugar al dacio -danés- Ogier, a quien Ferragut (...) se le acercó tranquilamente, con su brazo derecho lo cogió con todas sus armas, y lo llevó a la ciudad como si fuera una mansa oveja».
«Luego mandó contra él a Reinaldos de Montalbán, y el gigante (...) se lo llevó a la cárcel de la ciudad. Después envió a Constantino, rey de Roma, y al conde Hoel, y a los dos al mismo tiempo, cogiéndolos bajo sus brazos, los metió a la cárcel. Por último le envió veinte luchadores, de dos en dos, e igualmente los encarceló. En vista de ello, no se atrevía Carlomagno a mandar a nadie más a luchar contra el gigante».
«Pero Roldán, conseguido el permiso de su rey, se acercó para combatirle, y Ferragut lo cogió con su mano derecha y lo colocó sobre su caballo. Camino de la ciudad, Roldán, recobradas las fuerzas, y confiando en el Señor, lo agarró por la barba y los dos cayeron al suelo».
«Recuperadas las monturas, e iniciada la pelea, Roldán, enarbolando su espada, al intentar matar al gigante, de un solo tajo le partió en dos el caballo. Ferragut, al verse desmontado, le amenazó mientras blandía la espada, pero Roldán lo desarmó al golpearle en el brazo».
«Desarmado, Ferragut, al intentar pegar a Roldán con el puño cerrado, dio en la frente del caballo, matando al animal. Descabalgados y desarmados ambos, lucharon con los puños y las piedras hasta las tres de la tarde, y, agotados, decidieron mantener una tregua hasta el día siguiente, retirandose a descansar tras acordar acudir al combate sin caballos ni lanzas».
«Al amanecer, como habían acordado, llegaron a pie al campo de batalla. Ferragut se presentó con una espada, que nada le valió, pues Roldán, recelando del gigante, había llevado un largo bastón con el que le estuvo pegando todo el día. Lo acometió también con las piedras que abundaban en el campo, pero no pudo herirle».
«Entonces, pactadas nuevas treguas, a Ferragut lo venció el sueño, y Roldán, caballeroso, para que durmiera mejor puso una piedra bajo su cabeza. Ningún cristiano se hubiera atrevido a matarlo en esas circunstancias, pues estaba establecido que si un cristiano concedía treguas a un sarraceno, o un sarraceno a un cristiano, nadie le haría daño, y si alguien rompía la tregua sería ajusticiado».
«Cuando Ferragut se despertó, Roldán se sentó a su lado y comenzaron a hablar. Éste le preguntó cómo era tan fuerte que no temía armas, piedras ni bastones.
-Porque tan sólo por el ombligo puedo ser herido, imprudentemente le contestó el gigante. Entonces, Ferragut le preguntó:
-Y tú, ¿cómo te llamas?
-Roldán, contestó éste.
-¿De qué linaje eres que tan esforzadamente me combates?
-Soy del linaje de los francos.
-¿De qué religión son los francos?
-Cristianos somos, a las órdenes de Cristo estamos, por cuya fe combatimos con todas nuestras fuerzas.
Entonces, al oír el nombre de Cristo, preguntó el pagano: ¿Quién es ese Cristo en quien crees?
Y Roldán exclamó: El Hijo de Dios Padre, que nació de virgen, padeció en la cruz, fue sepultado, resucitó al tercer día, y volvió a la derecha de Dios Padre en el cielo».
Sigue una larga discusión sobre los puntos centrales de la doctrina cristiana, y Roldán, ante la incomprensión del Ferragut, intenta convencerle con ejemplos cómo Dios puede ser tres y a la vez uno; cómo una mujer pudo concebir siendo virgen; cómo Cristo, siendo Dios, pudo morir, y cómo, estando muerto, pudo resucitarse:
«Como en la cítara al tocar hay tres cosas, a saber, el arte, las cuerdas y las manos, y sin embargo es una cítara, así en Dios hay tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. También en la almendra hay tres cosas, cáscara, piel y fruto, y a pesar de ello solo hay una almendra, de igual forma en Dios hay tres personas. En un solo sol hay claridad, brillo y calor; en una sola rueda hay tres partes, cubo, radios y pinas, y solo hay un sol y una rueda. Y en ti mismo hay tres elementos, cuerpo, miembros y alma, y a pesar de ello eres un solo hombre. De la misma manera, Dios es uno y trino.
De igual forma que Dios creó a Adán sin necesidad de otro hombre, hizo que su Hijo naciese de una virgen sin que interviniera varón. Y como de Dios Padre nació sin madre, de igual manera nació de madre sin padre humano. Pues tal es el nacimiento digno de un Dios.
Ante la incomprensión del gigante, Roldán continuó: Aquel que hace nacer el gorgojo en el grano de la haba, el gusano en el árbol y en el barro, y que a muchos pájaros, peces, abejas y serpientes hace tener prole sin que intervenga el macho, hizo que una virgen engendrase sin concurso humano al Hijo de Dios. Quien hizo el primer hombre sin necesidad de otro, con facilidad pudo hacer que su Hijo, hecho hombre, naciese de una virgen sin concurso de varón».
Tocaron otros muchos temas, diciéndole Roldán al argumentar la Resurección: «Quien fácilmente bajó del Cielo, con la misma facilidad subió y entró en él. Ves la rueda del molino: cuanto desciende de las alturas a lo profundo, otro tanto asciende desde lo hondo hasta lo alto. El ave que vuela en el aire, sube tanto como descendió. El sol salió ayer por levante, y se puso por poniente; e igualmente volvió a salir hoy por el mismo lugar. Tú mismo, si bajaste de un monte, puedes volver de nuevo al sitio del que descendiste. Luego el Hijo de Dios volvió al lugar de donde vino.
-Entonces, abrumado, concluyó Ferragut, lucharé contigo a condición de que si es verdadera la fe que sostienes, sea yo vencido, y si es falsa, lo seas tú. Y el pueblo del vencido se llene eternamente de oprobio, y de honor y gloria eternos el del vencedor.
-Sea, asintió Roldán.
Y así se reemprendió el combate con mayor vigor por ambas partes, hasta que roto el bastón de Roldán, se abalanzó contra él Ferragut, lo derribó al suelo, y se puso sobre él. Roldán, reconociendo que no podía evadirse, invocando el auxilio del Hijo de la Santísima Virgen María concentró sus fuerzas, se revolvió bajo el gigante, y cogiendo el puñal que llevaba se lo clavó en el ombligo y escapó».
«Entonces el gigante comenzó a invocar a su dios diciendo: ¡Mahoma!, ¡Mahoma!, ¡Dios mío!, ¡socórreme que muero!
En seguida acudieron los sarracenos en su auxilio, le cogieron y llevaron a la ciudad.
Roldán, sin embargo, volvió sano y salvo a los suyos, y
Roldán y Oliveros eran héroes legendarios del acervo popular europeo ya hacia el año mil, como lo demuestra en España el Roncesvalles navarro y la Nota Emilianense (ca. 1056-1075), que al parecer se hace eco de un poema de difusión oral anterior a La Chanson de Roland (ca. 1087-1095), primer cantar de gesta francés, cuya primera versión conocida es El Manuscrito de Oxford.
Esta obra es posterior al poema que el juglar Taillefer cantó antes de la batalla de Hastings (1066) para enardecer a las tropas normandas de Guillermo el Conquistador que se disponían a conquistar Inglaterra, lo que es otra prueba de la existencia de poemas anteriores.
Por otra parte, el Poema de Almería (ca. 1148-1150), recogido en la Chronica Adephonsi Imperatoris, atestigua la popularidad en España de Roldán y Oliveros, a quienes parangona con el Cid y Álvar Fáñez.
El primer texto conservado que habla de Ferragut es la Chronica Turpini, compuesta entre 1139-1140.
Posteriormente lo encontramos citado en L´Entrée d´Espagne, de finales del XIII; en La Chanson de Guillaume, donde es derrotado por Rainoart; en Chevalier d´Ogier, de entre finales del XII y principios del XIII; en Girart de Rousillon (ca. 1150-1180); y en Enfances Vivien, de finales del XII o principios del XIII.
Siguiendo a Saroïhandy, cuya opinión he recogido al principio de este trabajo, Lacarra sugería que Pedro de Andouque, obispo de Pamplona -a quien supone tras la materia de la Chronica Turpini-, pudo incorporar a la leyenda rolandiana la figura de Ferragut, cuyo nombre habría tomado de una familia najerense, aunque bien pudiera haber sido al revés, y la familia de Nájera lo podría haber tomado de la tradición oral existente en la localidad sobre la fabulosa lucha.
Por otra parte, no sólo en Nájera está documentada la existencia del nombre Ferragut. También en otras poblaciones de la Marca Superior existía el nombre de Ferragut, Ferracut, Ferracuti o Ferracudo (en catalán existe la palabra ferragut, "cuchillo", convertido hoy en apellido, que, al parecer, en su origen debe estar relacionado con el gremio de los carniceros o cocineros).
Lacarra, que ha sido el primero en estudiar el capitel estellés, cree que la leyenda najerense sobre Ferragut fue propagada, y posiblemente redactada, por los monjes de Cluny, que contaban con el priorato de Santa María la Real de Nájera desde 1079.
Además, el redactor del Pseudo Turpin conoce muy bien la ruta entre Pamplona y Nájera, y su versión, al igual que la recogida plásticamente en el capitel estellés, se basa, con gran probabilidad, en la existencia en la ciudad riojana de un forzudo legendario con el nombre de Ferragut, que debió dar origen a una antigua leyenda o canción no conservada, fruto de la antiquísima tradición oral de esta tierra navarro-riojana, que aún perdura en la memoria de las gentes que hoy la pueblan.
En cuanto a su representación plástica, algunos autores consideran que el testimonio más antiguo que representa la lucha entre Roldán y Ferragut está en dos relieves de la fachada de San Zenón de Verona, obra de Nicolás Paduano, fechados en 1138.
Al ser navarra la leyenda entre Roldán y Ferragut, y estar fechado el relieve de Verona antes de la difusión escrita de la leyenda, se puede poner en duda que la obra de Paduano represente la lucha entre Roldán y Ferragut, a pesar de que en uno de los relieves un combatiente es herido en el vientre.
Lo que no se puede poner en cuestión, es que el capitel del palacio de Estella representa la citada lucha, y que éste es anterior al Pseudo Turpin, por lo que salvando la posibilidad del relieve de Verona, es su más antigua representación.
En palabras de Lacarra, que sólo cita el mosaico de la catedral de Vercelli (Italia), unos mosaicos de Brindisi (Italia) desaparecidos, y los citados relieves de Verona, la «representación segura del combate (en el siglo XII), solamente -se da- en Estella, probable la de Vercelli». Todas las demás, incluida a mi juicio la de Vercelli, son atribuciones que no se ajustan a la realidad.
Según Rita Lejeune, el artista estellés pudo conocer la obra de Verona, así como un capitel de San Julián de Brioude (ca. 1140) -del que no he podido ver fotografías-, y el combate entre Merlín y el Abismo que se encuentra en la catedral de Angulema. En los tres se representa el combate entre dos caballeros, de los que el artista estellés habría tomado algunos elementos iconográficos.
Así mismo, en la obra de Verona y en la de Estella se habría inspirado el anónimo vidriero que a principios del XIII compuso la monumental vidriera de San Roldán y San Carlomagno de la catedral de Chartres, alguna de cuyas partes reproduzco en este trabajo.
Finalmente, y en opinión de Lacarra, el capitel de la lucha entre Roldan y Ferragut podría representar a la población franca, defensora encarnizada de sus privilegios económicos y políticos frente a los pobladores autóctonos, ansiosos por compartir el bienestar de los burgueses.
Nota: Tomando los datos de José Esteban Uranga (Esculturas románicas del Real Monasterio de Irache, Revista Príncipe de Viana nº 6), la lucha entre caballeros es un tema de origen oriental que se encuentra en el arte bizantino y en el sasánida, de los que pasó a Occidente, siendo en España donde se representó por primera vez, alcanzando gran difusión.
En el siglo IX lo encontramos en la iglesia de Santa María del Naranco (Asturias), en 1005 se esculpe en la arqueta árabe de la Catedral de Pamplona, en otra arqueta del siglo XI, también árabe, de Játiva (Valencia), en un códice mozárabe, en el sarcófago de Doña Sancha, en Huesca, y, posteriormente, en numerosos lugares de Italia (San Zenón de Verona, ya citado), Alemania, Francia, Escocia, Inglaterra y Suecia.
En Navarra, aparte de los ejemplos recogidos en las fotografías, lo vemos, al menos, en Artaiz, Irache, y Santa Catalina de Azcona, de los que no ofrezco fotografías porque nadie los ha atribuido a la lucha entre Roldán y Ferragut. Por el contrario, he incluido las fotografías de aquellas obras que, representando sólo el combate entre caballeros, hay personas que contra todo fundamento dicen representar el famoso combate entre el sobrino de Carlomagno y el gigante sirio.
Para saber más:
"El combate de Roldán y Ferragut", de José Mª Lacarra, en el Anuario del Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos, 1934
"Algunas reflexiones sobre el Roldán y Ferragut de Estella (Navarra)", por Margarita Ruiz Maldonado (Internet).
"Ferragut en el Camino de Santiago", de Francisco Crosas López (Internet).
"Valcarlos", de José Mª Jimeno Jurío, en TCP nº 53
"Roncesvalles", de José Mª Jimeno Jurío, en TCP nº 57
"Leyendas del Camino de Santiago", de José Mª Jimeno Jurío, TCP nº 60
"Roldán en las leyendas ibéricas y occidentales", de José Manuel Pedrosa (inédito)
"Las peregrinaciones a Santiago de Compostela", de Luis Vázquez de Parga, José Mª Lacarra, y Juan Uría Riu.
octubre 2009