Quema del Judas

En un pie de foto del reporteje que colgué en 2004 y actualicé en 2008, y que forma el núcleo del actual, manifesté "mi esperanza de que algún colectivo local recupere la desaparecida costumbre". Esperanza satisfecha el Lunes de Pascua 13 de abril de 2009, cuando un grupo de estelleses recuperó la costumbre, paseando por la ciudad el pelele que acabó en la hoguera. Espero que la iniciativa se mantenga, y para animarles y reconocer su trabajo, añado al reportaje fotografías y un vídeo, acompañado de dos fotografías de la fiesta del Judas que se celebra en México, cuyos ciudadanos se han interesado vivamente por la fiesta española.

El reportaje que el año 2004 elaboré sobre la Procesión del Santo Entierro de Estella, lo terminaba con una foto, acompañada de parcos datos, del Judas que hasta 1957 se quemó en Estella. No disponía entonces de más información.

Posteriormente, Rosalía Apezteguía Arteaga, participe en aquellos actos e hija de María Arteaga Teus, una de las organizadoras, me  dejó fotografías relacionadas con el tema, lo que me permitió elaborar el reportaje que colgué en mayo de 2005. Desde entonces he asistido a las "quemas" de Allo y Los Arcos, y con las fotografías obtenidas en 2007 y 2008 actualizo el reportaje, que en aspecto textual se nutre, fundamentalmente, en el estudio sobre "Imagen y símbolo en el personaje ritual del Judas", elaborado por Demetrio E, Brisset, de la Universidad de Málaga, y publicado en el nº 16 de la Gaceta de Antropología.

 
El Judas de Estella ha sido una fiesta organizada por mujeres. Ellas fueron las que al acabar los Carnavales la organizaban haciendo alarde de buen gusto y habilidad, dando al muñeco, cada año, un aspecto diferente.

En esta fotografía de Montoya, tomada el 19-04-54, vemos, de izquierda a derecha, a Carmen Araiz, alias La Piturra, María Arteaga Teus, y Pura Sembroiz, alias La Chulina. Son las protagonistas de este reportaje, y las veremos en todas la fotografías. Entre las dos primeras asoma la cabeza la hija de La Piturra.

Antiguamente en Madrid, y también en otras poblaciones importantes, sobre un papel o cartón de tamaño considerable se dibujaba y recortaba una vieja con siete piernas flacas que simbolizaban las siete semanas que duraba la Cuaresma. Durante el Entierro de la Sardina se la coronaba, se le ataba un cetro de espinacas (en otros lugares se sustituía por una pescada de bacalao), y cubierta con un manto negro se la llevaba a la Plaza Mayor, donde se apagaban las luces y se daba por terminado el periodo de jolgorio que representaban los Carnavales.

La vieja de papel o cartón se colocaba en una casa, a la vista del pueblo, y a medida que iban pasando las semanas de Cuaresma se le cortaban las piernas una a una. El Sábado Santo la tijera seccionaba la última, y el Domingo de Resurrección se le cortaba el cuello como símbolo de la alegría que el pueblo experimentaba al acabar la dura y triste Cuaresma.

 
También colaboraban algunos hombres del barrio, aquí vemos (foto de Montoya), a Agustín Morentin, alias Zarrabute, y, sobre la silla, a Patricio "El Carbonero", que también dejaba el carro que servía de tribuna de acusación.
El Judas, con la cara pintada, viste buzo, boina, lleva barbas y larga melena, y de su mano izquierda cuelga la bolsa en la que escondía las 30 monedas por las que vendió a Jesús de Nazaret.

En Fustiñana y Murchante (Ribera de Navarra), sin representarla plásticamente también existía la costumbre de «matar la vieja». En el primero de los pueblos, los jóvenes cantaban mientras pedían por las casas: «A matar la vieja / por todo el lugar / si no nos dan huevos / ellas caerán». Al decir "ellas" se referían a las puertas, de manera que allí donde no les daban huevos las golpeaban de tal forma que llegaban a derribarlas. En Murchante, más modosos, se contentaban con tirar las puertas de los edificios ruinosos o abandonados.

Esta costumbre de «matar la vieja», considerada por la Iglesia como pagana, en muchos pueblos fue sustituida por otra más cristiana, consistente en quemar un muñeco o «pelele» que en la mayoría de los pueblos recibía el nombre de «Judas» (a los efectos, sinónimo de judío), y, ocasionalmente, el de «Mahoma», «Caín», o «El Demonio». Figuras, todas ellas, que para el cristiano eran la personificación del mal.


Esta es la foto más antigua de las que se exponen en este reportaje. El Judas, sobre un burro engalanado, lleva máscara por cara, se cubre con gorro decorado con puntillas, y lleva la bolsa colgando de una chaqueta con puñetas y decorada con cartas de baraja.
La mujer de la derecha lleva un embudo que les sirve para amplificar la voz y hacerse oír por las calles. La Chulina luce un tocado de tipo cónico, y de la cintura de María Arteaga cuelga un delantal de abalorios (lo veremos en casi todas las fotografías) propiedad de la madre de Segundo Ruiz Roca.

En Cabanillas, otro pueblo de la Ribera de Navarra, no se quema ningún muñeco, sino que simbólicamente se ajusticia a un joven de la localidad que representa al «Judas».

La fiesta comienza a las 13 horas, cuando precedida de cornetas y tambores entra en la plaza mayor una auriga a la que sigue una carroza con vestales fuertemente custodiadas por la guardia pretoriana. El capitán de la guardia sube al balcón del Ayuntamiento, desde el que dirige, con órdenes precisas, el seguimiento y detención del «Judas», cuya presencia ha sido detectada por los "servicios de inteligencia" del Imperio.

El «Judas», representado por un ágil joven, haciendo honor a su fama de ladrón (...teniendo la  bolsa, sustraía de lo que echaba en ella. Juan 12,6) se apodera de jamones, chorizos, corderos y cuantas viandas encuentra a su paso. Secuestra niños, los cuales se llevan un susto morrocotudo. Entra en cuantas casas encuentra abiertas, y, perseguido por la guardia romana, escapa saltando o descolgándose de balcones y ventanas. Al final, los soldados, ayudados por un enjambre de niños que con gran algarabía les van indicando por dónde huye, logran capturarlo y simbólicamente lo decapitan sin dar tiempo a que intervenga la Justicia.

El acto finaliza con un recital de versos satíricos referidos a la guardia pretoriana y al comportamiento molesto de algún vecino de la localidad.


Aquí tenemos un Judas barbado, cara pintada y cigarrillo en la boca, vestido con hábito y cordón franciscano, y tocado de explorador del desierto. La Chulina, arrodillada,  lleva en la mano los cohetes que anuncian el paso de la comitiva.
En esta foto, sobre una larga falda con bandas, al estilo de las pastoras de las comedias, el delantal de abalorios lo lleva la hija de La Piturra.

En las localidades burgalesas de Guadilla de Villamar y Villanueva de Odia, por los años 40 del pasado siglo también se perseguía y detenía a un joven disfrazado, hasta que en ésta última localidad la farsa acabó con la vida del mozo que hacía de «Judas», al cual algún bruto le descargó una perdigonada.


El Judas, con melena y barba, viste elegante chaqueta, pañuelo en el bolsillo, y se cubre con sombrero de fieltro (foto Foti).
Las mujeres extienden sus faldas para mostrar su lujosa vestimenta. Arriba a la derecha, con flor en el pelo, Benita Ezpeleta, otra colaboradora. Junto al grupo, Larrión, cabo de los alguaciles, con uniforme de invierno: abrigo de fieltro gris, correaje blanco y boina roja.

En 1957, el «Judas» de Estella acabó a causa de un accidente que no tenía relación con la fiesta. Sucedió en septiembre, cuando un vecino del barrio en el que se organizaba y ajusticiaba al apóstol traidor, al regresar de las fiestas de un pueblo próximo se colgó en el desván de su casa. Conmocionado el barrio, por respeto a la familia del fallecido, cuyo padre participaba en la organización del acto, y a pesar de que la familia pidió la continuidad de la fiesta, las organizadoras decidieron acabar con ella.

La fiesta se celebraba el Lunes de Pascua, día en que se paseaba por las calles de la ciudad, a lomos de un burro, un muñeco de gran tamaño, relleno de paja, cuya vestimenta y cara adoptaba cada año un aspecto diferente.

Regresada la comitiva al punto de partida (plaza de San Martín), colgaban el muñeco de una soga, y, tras acusarle de haber vendido a Cristo, le leían la sentencia y le daban fuego mientras movían la maroma para que hiciera grotescas piruetas. Cuando la llama alcanzaba la altura de la bragueta, provocando la hilaridad del público explotaban los petardos que en ella habían introducido.



En los últimos tiempos del Judas se nombraba alcalde y alcaldesa de barrio. En la foto los vemos: María Arteaga Teus, con bonito pañuelo bordado, del brazo de Urra el de "La Frontera", con bastón, pajarita y sombrero de copa. Junto a ellos, las damas de honor (La Chulina y La Piturra) y Pepe Adrián, llamado El Conde, de agente de la autoridad.

En Arizala, pueblo próximo a Estella, confeccionaban el muñeco en torno a dos palos cruciformes, y entre la paja de relleno metían sal, que al arder producía un espectacular chisporroteo, y huevos batuecos que con el fuego explotaban.

El Martes de Carnaval, después de increparlo al grito de «Judas Iscarioooté, con barbas y bigoooté», lo quemaban colgado de un varal, y a continuación apedreaban los pucheros de barro que previamente habían recogido por las casas del pueblo.

Con este acto, símbolo de renovación, destruían lo viejo (el invierno) para dar paso a lo nuevo (la primavera).


El Judas, caracterizado con boina, bigote y larga nariz. De izquierda a derecha, María Arteaga, Petra (otra Chulina), Ambrosia Perusqui, y Máxima Pinillos.
Jesús Apezteguía, hijo de María Arteaga, se asoma por encima del hombro del muñeco.

Algo parecido se hacía en Robledo de Chavela (Madrid). Allí, los quintos talaban el árbol más alto que encontraban, y, desramado, lo colocaban en un hoyo que a tal fin existía en la plaza. En lo más alto clavaban palos entrecruzados, a modo de ramas, de los que colgaban cántaros llenos de pintura, harina, caramelos, palomas, etc.

En el extremo superior colocaban un «pelele» que representaba un personaje impopular. Cuando la procesión del «Encuentro» llegaba a la plaza, uno de los mozos gritaba: ¿Quién lo mató? ¡Aquél!, respondía otro, y todos, al grito de ¡A pedradas con él!, procedían a romper los cántaros.

A continuación derribaban el tronco, lo subastaban, y el «pelele» lo ahogaban en el pilón.


Aquí vemos un Judas muy particular: vestido de mujer, cara muy expresiva, rubia melena, bigote, y gran habano en la boca. Foto Foti. 

En Águilas (Murcia), cuadrillas de jóvenes con la cara tiznada de negro, recogían pucheros y cacharros viejos que estrellaban en la plaza, y cuyos trozos, esparcidos por el suelo, delimitaban el área en la que no podía entrar el demonio.

Las mujeres, al tiempo que se quemaba el «Judas», iban de puerta en puerta rompiendo ollas y platos viejos, mientras se tiraba por los balcones y ventanas todo lo viejo que se guardaba para la ocasión.

Este hecho de tiznarse la cara, parece simbolizar a los muertos que han salido por breve tiempo de la tierra para mezclarse con los vivos, apoderarse de sus personas, y llevarles plagas, enfermedades y muerte.

También en Galicia, en lo que se llamaba «sermones do entroidos», fingidos frailes sacaban a la luz feas acciones de los vecinos y abusos de la autoridad, llegando a ser alegatos «de extrema procacidad y desvergüenza».

Y respecto al «Judas», en muchas de sus comarcas, durante los «jueves de compadres y de comadres» las mujeres confeccionaban el muñeco con prendas robadas a los mozos, los cuales pugnaban por apoderarse de él para quemarlo, llegando a peleas cuerpo a cuerpo. Proceso que repetían las mujeres respecto al «pelele» confeccionado por los hombres.


A este Judas ya lo hemos visto en otra fotografía anterior. En esta ocasión la instantánea está tomada desde el palacio románico de los duques de Granada de Ega, entonces cárcel y  hoy sede del museo Gustavo de Maeztu.

En Cogolludo (Guadalajara), grupos de mozas los confeccionaban, jugando al corro alrededor de ellos, y cantándoles coplillas como «El pobre pelele / se fue a la estación, / y por sinvergüenza / volvió sin calzón». En cualquier momento podían aparecer los mozos, quienes intentaban robarlos, colocarles letreros o atributos obscenos, o tirarlos a los pilones.

En Alosno (Huelva), le ponían flores en la pretina para quitárselas como si lo caparan.

Insólito es el ritual del pueblo cordobés de Villaralto, donde el Domingo de Resurrección se celebraba el «correr de los curas», consistente en la carrera que realizaba el párroco por una calle céntrica, mientras los vecinos le arrojaban paja. Luego procedían al «apedreamiento de Judas», representado por un muñeco colgado de un palo.


El Judas, antes de ser quemado era paseado por la ciudad. En esta foto de Foti lo vemos en la plaza de los Fueros. Delante, a la izquierda, Rosalía Apezteguía Arteaga con delantal de abalorios y falda de pastora. Al fondo, colgada de un pilar, la cartelera que anuncia la película que se proyecta en la Teatral Estellesa.

En Yupán (Andes peruanos), a finales de Semana Santa llega un emisario que anuncia la venida de «Judas», al que salen a esperar a las afueras. Es un monigote ataviado con ricas prendas y montado sobre un rucio lacroso que arrastra una recua de unos 20 burros.

El que lo sostiene a lomos del animal agradece los discursos de bienvenida, y «Judas» dispone una serie de bandos que facultan «baile y diversión general durante los días de su permanencia». También ordena que sementeras y animales pasen a entera disposición de todos y, a pesar de que nadie duerme, se roban las viandas para preparar un suculento banquete que se cocina en las hogueras de la plaza.

Mientras tanto, los jóvenes arrean todo animal y planta para formar «la huerta del Doctor», y para recuperar sus propiedades los dueños deben esperar a que en la mañana siguiente el «Judas» se los reintegre en su testamento.

Sin extenderme más en el riquísimo anecdotario que existe sobre este personaje, un hecho milagroso se producía en Velilla (Zaragoza): hasta 1686 la campana tañó sola cada vez que estaba a punto de suceder algo aciago en España.

Esta propiedad le venía del poder mágico que le confirió el haber fundido en su metal una de las monedas de «Judas». (En Estella, como se puede ver en el reportaje sobre El Puy, también tañó sola la campana, aunque en éste caso no necesitó de ninguna aleación especial).


El Judas, a punto de ser quemado, escucha la sentencia que le leen las mujeres desde el improvisado estrado que forma el carro de Patricio "El Carbonero".

Pero casi todas estas historias son agua pasada: la quema de «Judas» desapareció en casi todas las poblaciones, y en Tierra Estella hoy sólo se representa en Allo, Arróniz, Los Arcos y Sesma, pueblos que han tenido la sensibilidad y el acierto de recuperar esta antigua tradición.

En Sesma lo hacen coincidir con los Carnavales, para así tener garantizada la concurrencia y la animación.

En Los Arcos, donde desde hace 17 años lo organiza la asociación de mujeres La Atalaya, los niños le cantan «Judas Iscarioooté, no cómeras calboootés. Judas traidooór, irás al paredooón» (en tierra Estella se llama "calbotes" a las judías negras y pintas), y su representación, como corresponde a los tiempos, la han suavizado: ahora ya no esconden en su interior gatos, ratones o conejos que huían chamuscados cuando el fuego había consumido parte del muñeco. Es una traca de petardos lo que ahora explota con el fuego.

Allo es otro pueblo que ha recuperado la antigua costumbre. Organizado por el Ayuntamiento de la villa, el «Judas»  es conducido a la plaza montado en un antiguo carro de llantas de hierro,  y, después de colgarlo de una soga, le dan fuego.


Este Judas saca lengua de ahorcado. Al fondo, la desaparecida casa de Aranzadi. Entre el público menudo, arrodilladas, las rubias hijas de la Piturra. A la izquierda asoma su mofletuda cara la hermana del "diestro" José María Díaz de Cerio, alias Navarrito, y, sobre ella, a la derecha, Eugenio Tardienta, suegro del rejoneador Pablo Hermoso de Mendoza. En el centroderecha, junto a su madre, la adolescente Rosalía Apezteguia.

Remontándome a la historia, sobre Judas (Ioudas), nombre griego de Judá (en hebreo «el alabado»), los Evangelios nos dicen que era un personaje que no encajaba bien entre los Apóstoles. Así, mientras que los once restantes eran galileos, Judas era de una ciudad de Judea llamada Kerioth, de la cual tomó el nombre de Iscariote.

Esta circunstancia, y el hecho de haberse sentido aislado, pudo haber tenido alguna influencia en su comportamiento. También la pudo tener su condición de tesorero y administrador de las finanzas de Jesús y sus íntimos, de lo cual cobraba un diezmo (10%) de comisión.

Por eso, cuando María Magdalena vierte sobre los pies de Cristo un caro perfume que valía 300 denarios, San Juan Evangelista nos cuenta que Judas protestó porque el valor del perfume no se había dado a los pobres. «No decía esto porque le preocuparan los pobres, sino porque era ladrón, y como tenía la bolsa, se llevaba lo que echaban en ella», nos cuenta el evangelista.

Después de entregar a Jesucristo, San Mateo nos dice que acosado por el remordimiento quiso devolver las 30 monedas, y, al no aceptarlas los Sacerdotes, las arrojó en el templo y se ahorcó de una higuera (San Lucas señala que murió despeñado y sus vísceras se esparcieron por el campo. San Pedro dice que sufrió un accidente y «reventó por medio derramándose todas sus vísceras». Según Papías, discípulo de San Juan que vivió hacia el año 100, «se habría hinchado de forma monstruosa, pudriéndose vivo»). Entonces los Sacerdotes, para no echar en el tesoro del templo el producto del precio de la sangre, compraron el campo del alfarero para sepultura de foráneos, y lo llamaron Haceldama (campo de sangre).


Este Judas tiene cara de estereotipada señorita: nariz pequeña, pómulos salientes, boquita de piñón...

A la dura información que nos transmiten los Evangelios se oponen teorías benevolentes, como la De Quircey, el cual especuló que Judas entregó a Jesucristo para forzarlo a declarar su divinidad y así encender una vasta rebelión contra el yugo de Roma.

Algo parecido opinan Runeberg y Robertson, quienes basándose en el hecho innecesario de que un discípulo tenga que delatar a un hombre público y conocido, consideran que esta entrega fue la condición necesaria para escenificar el misterio de la Redención, y que el discípulo traidor fue el único que intuyó la secreta divinidad y el propósito de Jesús.

Según Leonardo Boff, "para la Iglesia antigua siempre fue un enigma por qué Judas traicionó al amigo. Las teorías son muchas, pero una bastante aceptada en la exégesis ecuménica y que guarda cierta coherencia interna dice así: predominaba en el tiempo de Jesús una visión del mundo llamada apocalíptica: Según ella, el final del mundo iba a ser inminente. El Reino irrumpiría poniendo fin a esta desgraciada existencia. Pero antes habría un gran combate con el anti-Reino y sus partidarios. El Mesías sería sometido «a la gran tentación». Casi moriría. Pero en la hora suprema Dios intervendría salvaría al Mesías e inauguraría el Reino.

Jesús participaba de esta visión, y también los apóstoles. Judas, en esta misma lógica, con el afán de acelerar la venida del Reino, entregó a Jesús par ponerlo en un gran aprieto y así obliga a Dios a intervenir. En esta comprensión, Jesús mismo en lo alto de la cruz, en la cercanía de la muerte, se da cuenta de que Dios no interviene como esperaba. Grita estas terribles palabras: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». La traición de Judas sería por tanto un acto teológicamente motivado, para acelerar la venida del Reino.

Algo muy distinto dice el Evangelio de Judas, manuscrito de 13 páginas en papiro, originalmente escrito en griego antiguo y después traducido al copto hacia finales del siglos III y principios del IV y recientemente descubierto. Según él dice así Jesús a Judas: «Tu sobrepasarás a todos los otros (apóstoles) y te enseñaré los misterios del Reino; pero, por eso, tú sufrirás mucho». El contexto es el del gnosticismo, corriente filosófico-existencial que negaba valor al cuerpo y a la carne. Jesús aquí debería liberarse de esa envoltura carnal que revelar su divinidad. Esa sería la misión de Judas. Tal doctrina está lejos del espíritu de los evangelios".


En esta foto del Judas, última de las de Estella, muñeco y organizadoras, a la altura de la desaparecida fábrica de harinas San Andrés, luciendo sus mejores galas esperan a un equipo del NODO que anunció su visita pero no llegó.
Confío que mi esperanza de que algún colectivo local recupere la desaparecida costumbre, no sea tan vana como la espera de la foto.

Fuera cual fuese su papel en aquellos hechos, Judas ha sido para la tradición cristiana el traidor que vendió a Jesús. La animadversión del pueblo cristiano se ha expresado quemando su figura, y ha servido para fomentar el antisemitismo, a lo que también ha contribuido el parecido entre su nombre y la palabra judío.

Producto de ello son las numerosas leyendas medievales sobre su persona. Jacobo de la Vorágine, en su «Leyenda Áurea», escrita hacia 1264, nos cuenta que cierta esposa en Jerusalén, después de realizar el acto conyugal, tuvo un terrorífico sueño que le predijo que había quedado preñada y que iba a parir un hijo tan pérfido que causaría la perdición de todo el pueblo hebreo. Asustados los padres, cuando nació el niño lo colocaron sobre un cestillo y lo echaron al mar, el cual lo llevó hasta una playa de la que fue recogido por la reina del lugar, quién lo hizo pasar por hijo suyo.

Poco después la reina quedó embarazada y parió un niño al que Judas, lleno de celos, mortificaba y le hacía la vida imposible. Incapaz de cambiar la conducta del falso hijo, la reina hizo público el engaño, y entonces, en venganza, Judas mató al niño y escapó a Jerusalén, donde entró al servicio de Pilatos, quién lo nombró Administrador de Judea.

Cierto día, para responder al capricho de su señor, Judas entró a robar en un huerto, y descubierto por el propietario, que, sin saberlo, era su propio padre, peleó con él y lo mató.

Pilatos dispuso que los bienes del difunto -incluida su esposa- pasaran a manos del parricida, quien sin saberlo yació con su propia madre. Al descubrir el incesto, Judas decidió hacer penitencia, se confesó a Jesús, y pasó a ser su discípulo.


Como hemos visto en la información que doy sobre Judas, la controversia sobre su persona es muy fuerte. En esta Última Cena de la iglesia de Santa María de Los Arcos lo vemos sujetando la bolsa y con un perro echado a sus pies. Es curioso el detalle, pues el perro echado es símbolo de fidelidad.

Otras leyendas, como la recogida por el «misterio» de Palma de Mallorca, también del siglo XIII, dan una versión algo diferente: señalan que el 10% de lo que administraba, se lo quedaba, de acuerdo con Jesús, para poder atender las necesidades de los dos hijos que tuvo con su propia madre. Por eso, cuando María Magdalena derrama sobre los pies de Jesús un ungüento que podía haber vendido por 300 denarios, se considera perjudicado y decide vengarse y recuperar su parte, para lo cual vende a Jesús por 30 monedas (el 10% del valor del perfume).

Estas leyendas justificativas de su conducta no fueron óbice para que en la Alta Edad Media se le considerara como un modelo de maldad. En el «Viaje de san Brandán», texto conocido ya en el siglo IX, se narra que durante el viaje iniciático emprendido por el santo y sus compañeros, después de caminar hasta el Finisterrae, embarcaron, y un viento hostil les arrojó a la isla en la que se hallaba el infierno.

En la playa encontraron a Judas con el cuerpo despellejado y la piel lacerada, el cual les detalló su condena: «El lunes, día y noche, en la rueda estoy dando vueltas... El martes me tumban encima de unos pinchos, echando plomos y rocas encima mío», el miércoles era untado con pez y puesto sobre una parrilla encima de unas brasas; el jueves le trasladaban a un lugar helado y oscuro; el viernes le despellejaban y la hacían beber plomo fundido; el sábado era encerrado en una prisión, «hundido en tinieblas hediondas, tan espantoso hedor me invade que no resisto las náuseas, pero no me deja vomitar el cobre que me hicieron tragar, por lo que me queda la piel tensa, el cuerpo todo hinchado, tan acongojado que casi estallo». Finalmente, el domingo se le dejaba descansar para que se repusiera de sus heridas.

Estas leyendas, que como las de San Julián el Hospitalero, la del caballero navarro Teodosio de Goñi, o las de Sargón de Agade (fundador de Babilonia), Moisés, Ciro, Rómulo, Edipo, Paris, Perseo, Heracles o Gilgamsh,  nos enlazan con el «mito de Edipo».


En el retablo principal de la parroquia de San Juan Bautista de Estella lo vemos en el momento en que traiciona a Jesús con un beso en la mejilla. Delatado, los soldados lo apresan y San Pedro lo defiende con su alfanje cortando la oreja del centurión.

Pero la quema del «pelele» que representa a Judas, como también algunas manifestaciones del Carnaval rural (muerte simbólica de un animal, paseo y quema de un muñeco, elección de un rey burlesco), forma parte de los ritos que se celebraban en el paso del invierno a la primavera, y que desde Babilonia se propagaron al pueblo hebreo, de éste a Roma, y la religión judeo-cristiana extendió por el Mediterráneo y Centro Europa. De España cruzaron «el charco» y se mezclaron con las leyendas y tradiciones amerindias.


Pasando a los festejos populares sobre la quema de Judas, en la fotografía vemos a las niñas de Los Arcos llevándolo hacia el lugar en que será quemado.

Cuenta Frazer, que en la antigua Mesopotamia, cuna de nuestra civilización estatal, «el origen de la vida y la fertilidad, animal o vegetal, era uno e indivisible», y el alimento y la descendencia fueron los objetivos de los ritos mágicos para la regulación de las estaciones. Bajo los nombres de Osiris, Tammuz (al que los semitas denominaron Adonis) y Attis, los pueblos de Egipto y Asia Menor «representaron la decadencia y el despertar anual de la vida, en particular de la vegetal, personificándola como un dios que muere anualmente y vuelve a revivir».

Según el citado erudito, la concepción incestuosa de Adonis (producto de la unión de un rey con su hija) se explica en países donde el trono era trasmitido a través de la línea femenina, y, por ello, casarse con la reina o con la princesa heredera constituía el único medio por el que el hombre podía acceder a la corona o mantenerse en ella, para lo cual no se ponía reparo en yacer con la hermana, la hija o la madre.


Formada la estructura del muñeco con sarmientos, junto al albergue de peregrinos arde para regocijo de los asistentes. Al fondo, la hermosa torre de Santa María de Los Arcos.

Antiguamente los romanos usaban un calendario lunar que comenzaba con la luna nueva inmediatamente posterior al deshielo, e instituyeron el uno de marzo, fecha próxima al inicio del año astrológico (el 20 de marzo entra el sol en Aries y empieza el año astrológico), como el primer día del año. Esta fecha, a caballo del invierno y la primavera, tiene su lógica, mientras que celebrarlo el 1 de enero (decisión de la Iglesia para dar realce a la Navidad) no tiene sentido pues en esa fecha invernal nada cambia en la naturaleza.

Como al cambiar la fecha quedaban sin protección espiritual las fiestas paganas de marzo, la Iglesia, en el concilio de Nicea (325), decidió celebrar en esas fechas la «Pascua florida» que conmemora la Resurrección de Cristo (justificación de su divinidad). Fecha que, siguiendo el calendario lunar, se celebra el domingo siguiente al plenilunio posterior al equinoccio de primavera.

En recuerdo de aquellas fiestas paganas, en la noche de Sábado Santo todavía se bendice en muchos pueblos el «fuego nuevo» («ritual litúrgico, extraño a Roma, [que] debe provenir de los bretones o irlandeses», según monseñor Duchesne): esa noche se apagan las luces del templo; cerca del pórtico se da fuego a la hoguera en la cual se enciende el «cirio pascual» que arderá hasta Pentecostés, y los fieles prenden las velas que les iluminarán en la procesión que se celebra en el interior del templo, guardarán en sus hogares y encenderán cuando hay tormenta.


Como en tiempos pasados, los niños le increpan.

Al término de la misa de Gloria, siguiendo un ritual profano se quemaba en la hoguera un estrafalario «pelele» o muñeco formado con trapos y paja y recubierto con ropas viejas o andrajos, al que unos petardos introducidos en la barriga lo destripaban al estallar.

Para el pueblo, era la quema de este «pelele» la que simbolizaba el paso del año viejo al nuevo, o, adaptado a los ciclos religiosos, el momento que cerraba el triste ciclo cuaresmal y daba paso al festivo ciclo primaveral de la Resurrección y del amor. Era también motivo para reforzar los vínculos comunitarios y patrióticos; formaba parte de los ritos de iniciación masculinos, y con sus satíricos testamentos se ejercía el control social al denunciar públicamente las transgresiones de las normas (Tanto en algunas poblaciones de España, como en otras muchas de México, Perú, Chile, etc., es costumbre a través de la quema del «Judas», dar fuego simbólico a políticos corruptos y a otros personajes molestos para el pueblo).

Esta relación puede explicar el hecho de quemar a un ahorcado. Así, el concilio Trulano (692), en uno de sus cánones dice: «Mandamos que en adelante no se enciendan en los novilunios delante de nuestras casas y oficinas maderos para saltar loca y neciamente, como acostumbran los antiguos».

Vemos, pues, que en la quema del «Judas» se da una pervivencia de unas costumbres precristianas, y que, como dice Brisset, «es muy posible que las hogueras acompañasen a todos los ritos estacionales».


Esta fotografía, y las siguientes, corresponden a Allo. En este pueblo, situado camino de la Ribera Estellesa, Judas es llevado en un antiguo carro en el que se ha colocado una horca.

Dentro de estas pervivencias, el «Judas» y la Pascua Florida quizá tengan relación con el culto de Cibeles y de su hijo/amante Attis, dios de la vegetación que moría y resucitaba cada primavera, y que el 204 a. C. adoptaron los romanos para protegerse de Aníbal.

Según Frazer, el día 22 de marzo cortaban un pino y, trasladado al santuario de la diosa, lo trataban como una deidad y ataban a su tronco la figura de un joven que representaba al hijo/amante. El 24 de marzo, conocido como el «día de la sangre» en testimonio de duelo por Attis, cuya efigie era enterrada, se efectuaban sangrientos sacrificios que incluían auto-castraciones. Mas, cuando llegaba la noche, la tristeza se convertía en gozo; súbitamente brillaba una luz en las tinieblas, y, abriéndose la tumba, el dios se levantaba de entre los muertos. A la mañana siguiente se producía una extraordinaria explosión de alegría, con desenfreno general y abundantes disfraces. En esos momentos, hasta la más alta autoridad podía ser increpada por los más humildes ciudadanos, y en la primera época, un sacerdote, en nombre y papel de Attis, era ahorcado en el árbol sagrado.


Los niños contemplan el muñeco, en el que, sujeta a la pretina, lleva la bolsa.

Frazer también señala que en la antigua Babilonia, alrededor del 25 de marzo se celebraba la fiesta llamada «Sacaea»: «vestían a un prisionero condenado a muerte con ropajes reales, le sentaban en el trono del rey y le permitían proceder como quisiera, comer, beber y yacer con las concubinas del rey. Pero al terminar los cinco días del festival, le despojaban de sus ropas regias, le azotaban y, por último, le colgaban o empalaban». Según el erudito, era la fórmula con la que los reyes canjeaban su necesaria muerte al cumplirse el tiempo prefijado para el disfrute de la corona, por la del desgraciado que les sustituía como «rey temporero» durante breves días.


Una vez dado fuego, su cuerpo hará numerosas acrobacias hasta ser totalmente consumido.

Para finalizar, conviene señalar que el nombre de «pelele», que en el caso que nos ocupa se sustituye generalmente por el de Judas, deriva del latín «pilae», nombre que se daba a los muñecos que los esclavos ponían durante las fiestas llamadas Compitalia, mientras que los libres ponían otros denominados «maniae». En aquellos tiempos «se creía que aquél día los espíritus de los muertos andaban libres (llevando consigo plagas, enfermedades y muerte) y que, encontrándose a una de estas figuras, no intentaban penetrar en los hogares para apoderarse de la personas (...) Se creía también que estos muñecos habían reemplazado en ciertos sacrificios a antiguas víctimas humanas».

Y respecto a la fecha en que se quema al Judas, «la etnografía ha demostrado que con la quema de la efigie representativa del Invierno, se procede a expulsarlo mágicamente»


En este caso el cuerpo está lleno de paja, que se desprende al arder dejando a la vista el esqueleto.

Como se ha podido ver, en la poliédrica figura de Judas está recogida una gran parte de las creencias de nuestros primeros antepasados en sociedad, de su concepción del mundo y de la vida, del origen de las religiones cristianas, del misterio de la muerte y resurrección de Cristo, y también un rechazo a las concepciones autoritarias y a los comportamientos negativos para con el pueblo.

Por todo ello me gustaría que Estella, y otras localidades de esta tierra, recuperaran este antiguo rito, y pronto podamos volver a ver pasear por la ciudad su vilipendiada figura.


Fotografía enviada desde Ciudad de México por Eduardo Silva, quien desde muy jovencito empezó a coleccionar los "judas" que su padre le compraba para quemarlos el Sábado de Gloria. Con ellos llegó a montar exposiciones en universidades, salas y museos de su ciudad natal.

De Ángel Bobadilla, también de Ciudad de México, es esta otra fotografía. Quemar el Judas el Sábado Santo es una costumbre muy arraigada en los pueblos y barrios de  la nación mexicana, donde los hay desde los 15 centímetros hasta los 6 o más metros de altura, y muchos suelen  caracterizar a personas de la vida real. Repiten la costumbre el 31 de diciembre con la quema de otro pelele al que llaman el "Viejo". Según mi comunicante, los dos peleles tienen el mismo origen, que se remonta a la cultura babilónica, separándose a partir del Concilio de Nicea (325). En el siglo XIX, se colgaban  acompañados de un cargamento de regalos, quemándose a las 10 de la mañana en medio de una gran cohetería

Ataviados con ropas de hace décadas, parte de los organizadores posan junto al Judas que están sujetando sobre el rucio. Una de ellas, con correaje y boina roja, viste como los antiguos alguaciles (guardias municipales).

Y a caballo lo pasean por las calles de la ciudad, con simulacros de juicio en calles y plazas.

Como se puede comprobar, este Judas copia la cara del que aparece en la primera y segunda fotografía de este reportaje. Es una forma de reconocer el papel que ha representado en la recuperación de esta tradición.

Si hasta hace 52 años el Judas se quemó en la plaza de San Martín, el Judas de 2009 arde, hasta su consumición, en la plaza de Santiago.

A Rosalía, Jesús Mari, y Domingo Llauró, así como al profesor Brisset, mi agradecimiento.

mayo 2005 - abril 2008- abril 2009

 

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© Javier Hermoso de Mendoza