Estella, ciudad mercado (III)

 

Este artículo, que complementa a los que subí en 2013 con el título de "Estella, ciudad mercado (I) y "Estella, ciudad mercado (II)", debe su impulso a los artículos que José Miguel Lana Berasáin publicó en las revistas "Terra Stellae" XIII y XIV. A la información que da José Miguel, que en parte desconocía, añado otra que tenía en mi archivo. Tras una larga introducción con datos económicos de la Estella industrial de finales del XVIII y principios del XIX, que dan noticia de la potencia económica de aquella Estella, trato del inicio del lavado de la lana y su procesado industrial. 

 

«Desde antes de divisarse la ciudad (Pedro de Madrazo, "Navarra y Logroño", 1886), ya nos la anuncian próxima la frecuencia de los carruajes y de los peatones, las tintorerías y batanes que funcionan en las márgenes del Ega, y el vago murmullo que se escucha en las cercanías de toda población importante». En la foto: aguas abajo, donde acaba el casco histórico, a ambos lados de una gran presa aún se conservan los restos de un complejo artesanal, industrial y de servicios. A la derecha, el primer edificio en altura es donde estuvo la industria textil de Isidro Antonio Llorente, seguido del trujal municipal de cuya maquinaria subo una foto actual. A la izquierda, el "desolladero" (matadero) municipal, seguido de las casas de la "tintura", de la "moneda", y curtidurías.

 

En el "Censo de Floridablanca", de 1787, Estella es la única población navarra que figura entre las 27 poblaciónes españolas mayores de dos mil habitantes que contaban con quinientos o más activos industriales que, a su vez, representaban más del cien por mil de la población local. En dicho censo Estella ocupa el puesto 22, con 126 fabricantes, 428 artesanos, y un índice de 113,5 por mil habitantes, mientras que Bilbao, por ejemplo, que ocupa el puesto 25, carece de fabricantes, y en relación a su población su índice es de 109,9. Capitales como Barcelona, Valencia, Sevilla y Madrid no están incluidas en la relación al tener un número de activos industriales inferior al cien por mil de su población.

Respecto a Navarra, Estella ocupa el segundo puesto entre las poblaciones que cuentan con alguna actividad industrial. Figura con los datos anteriormente señalados (índice de 113,5 por mil), mientras que Pamplona tiene un índice de 68,6 por mil habitantes. El índice estellés solo es superado por Goizueta (118,8 por mil) y Lesaca (117 por mil), poblaciones pequeñas con gran actividad metalurgica. En las restantes cabezas de merindad, Tafalla tiene un indice de 45,6 por mil, Sangüesa de 33,2 por mil y Tudela de 28,3 por mil. Ninguna de estas tres poblaciones tiene fabricantes.

 

Otro complejo industrial importante, que desde la Edad Media se mantuvo activo hasta mediados del siglo XX, es el que llamaban "de abajo", situado en la Pieza del Conde, del que doy información en este artículo. En la foto, la entrada del canal que conducía el agua que movía la maquinaria.

 

El "Diccionario geográfico-histórico de España", de 1802, de Joaquín Traggia, respecto a Navarra constata «el miserable estado de la industria y comercio de este reyno, lo mucho que tienen que hacer los que lo gobiernan para promover fábricas, dar actividad a los brazos de los naturales y remover los obstáculos que se oponen a su adelanto y prosperidad». Situación, en buena medida, producto de una fiscalidad que gravaba con un 5% la importación de géneros, con exención para los naturales y avecindados, e imponía un arancel del 15% a los productos exportados, excepción de la lana, el hierro y el vino. Todo ello favorecía el contrabando, y si bien los consumidores salían favorecidos, los más beneficiados eran los productores de vino, los dueños de rebaños ovinos, y los importadores de géneros de ultramar y de manufacturas textiles.

En Estella, sigue Traggia, hay «un número considerable de pelaires o fabricantes de lana. En el día se cuentan 82 maestros examinados que ocupan a unas 450 personas. Antiguamente, y aún a principios de este siglo, estuvo más floreciente [...]. Sobre el río hay 6 molinos, trujal y batanes que aumentan la industria de los naturales. Admite ésta muchas mejoras si se les prestan auxilios, porque la abundancia de fruto, la comodidad de los precios, la vecindad de los puertos y la concurrencia de los mercados piden como de justicia más fábricas dentro de sus muros».

Veinticuatro años más tarde, Sebastián de Miñano, en su "Diccionario geográfico-estadistico de España y Portugal", a lo señalado por Traggia añade que en Estella «hay plateros, caldereros, latoneros, cuberos, polvoristas y demás oficios; hay tahonas para pan y rubia (planta de la que se extraía el color rojo), molinos de aceite y harineros, fábricas de aguardiente y lavaderos de lana en los que se lavan anualmente como 30.000 arrobas» (cada arroba equivale a 13,400 kilogramos aproximadamente). Comercio e industria en Estella que «se puede fomentar [...] tres veces más [...] si no estuviera tan gravada».

 

Adosada a "La Rocheta", mirando a la ciudad, restos de almacenes de lana. En el siglo XVIII Estella era una de los principales centros de contratación de lana en Navarra, y a ella llegaba, vía Logroño, buena parte de la que exportaban las sierras riojanas.

 

En 1818, las veintisiete personas que trabajan o comercian la lana en Estella declaran la posesión de 28.213 arrobas, equivalentes a 377.828,50 kilogramos (no sabemos si se trata de lana limpia o sucia). Entre esas persona destaca Juan Bautista Jaén, intermediario entre el ganadero y el industrial, con 6.655 arrobas, valoradas en 29.502 reales, que representan el 66% de sus utilidades. Le sigue la viuda de Joaquín Baraibar con 3.301 arrobas, Juan Agustín Ezcarti con 2.211, Miguel José Iribas con 2.030, Juan Bautista Gaztañondo con 1.824, Ramón Muniáin con 1.374, la viuda de Modet con 1.223, Javier Urrutia con 921, y Fermín Cruchaga con 375 arrobas.

Ese año encontramos tres batanes en funcionamiento: el "de abajo", propiedad del mayorazgo de Tarazona, situado en la Pieza del Conde; el "de Redín", propiedad del mayorazgo de los Villalbas, situado en la Fuente de la Salud, y el de Pedro José Artola, donde actualmente están las piscinas del Agua Salada. A la actividad industrial, de la que los batanes (única actividad mecanizada) son un exponente, hay que añadir la realizada en los hogares (41 se identifican como tejedores), y la no despreciable que aportaban valles del entorno, como Allín y Lana, que presumiblemente hilaban en sus casas para los talleres estelleses.

Pascual Madoz, en su "Diccionario geográfico-estadístico-histórico", de 1849, referente a la industria estellesa cita «tres molinos harineros, dos de aceyte hidráulicos y tres de sangre, uno de ellos con magnífica prensa de hierro muy moderna; uno de aceyte de linaza; dos batanes, dos lavaderos de lana muy buenos y otros inferiores; fábrica de bayetas y paños, una filatura montada a la moderna y otras a torno de mano; curtidurías en mediano estado; una fábrica de boinas de todas clases y colores, que en nada ceden a las de Francia, de donde hasta ahora se había abastecido Navarra y las Provincias Vascongadas (la fábrica de boinas de Estella es pionera en el país, anterior a La Encartada de Valmaseda y a la de Elósegui de Tolosa); y en fin, alfarerías que surten a todo el partido». En lo referente a comercio, Madoz señala que «consiste en la importación de lanas para la fabricación de tejidos, quincalla y algunos artículos de ultramarinos, y en la exportación de parte de las cosechas y manufacturas». Viven en Estella 1.300 familias, con 5.750 personas, y valora la riqueza estellesa en 2.203.440 reales. Del comercio de Pamplona señala que se limita a «las artes de primera necesidad», similar a lo que dice de Tudela y Tafalla.

En Estella estuvo la primera industria donde se fabricaban boinas. Actividad que, como se ve en la foto, se mantuvo, durante más de cien años, hasta mediados del siglo XX.

 

Según información remitida por el Ayuntamiento al Consejo Real de Navarra, a caballo de los siglos XVIII y XIX la producción local se agrupaba de la siguiente manera: 59% relacionada con la actividad textil (35% con los tejidos de lino y 24% con los de lana), 34% con la curtiduría y 7% con la quincallería del hierro. El Ayuntamiento valora la actividad textil en 186.698 reales fuertes (producto del trabajo de 6 obradores que fabricaban tejidos de calidad alta, y de 16 que fabricaban productos de calidad media y baja); 258.240 reales fuertes era el valor de lo producido por 14 tenerías que elaboraban cordobanes y baldeses; 52.000 reales fuertes el producto de 15 fraguas que trabajaban 400 arrobas de hierro; y 658 reales fuertes el valor de las 8.000 piezas que producían 11 alfares. Por aquellos años, los jornales agrarios representaban el 2%, los del sector servicios el 13%, y los de los oficios manufactureros el 26%.

«La potencia comercial de la Estella en el XVII es todavía superior a la de Pamplona y Tudela. En 1677 la ciudad del Ega detentaba una suma de capitales por valor de 110.000 ducados, repartida entre 27 “hombres de negocios”, 12 cereros, 16 viudas y 6 buhoneros, mientras que los 51 comerciantes de Pamplona sólo alcanzaban la cantidad de 83.460 ducados y los 32 de Tudela 40.000», nos dice Vicente Bielza de Ory en "Tierra Estella: estudio geográfico". Como vemos, en aquellos años, la industria, artesanía y comercio de Estella era superior a cualquier otro pueblo de Navarra, incluida la capital.

En 1744, en la recaudación del Donativo Real con el que Navarra colaboró en los gastos extraordinarios de la Monarquía, de los 148 mayores comercianes del reino, el segundo en contribuir fue el estellés Matías de Tarazona, propietario del mayorazgo de su nombre.

 

Cuando una curtiduría en desuso se reformó para habilitar en ella el albergue-hostel "Hostería de Curtidores", a quien debo la foto, salieron a la luz instalaciones que a lo largo de la historia habían servido para el tinte y el curtido. El origen del molino de la "tintura" parece estar en el dado a censo el año 1144 por el monasterio de Irache. Posteriormente pasó a titularidad concejil, luego a los monjes de San Agustín, y a partir de 1350 una cuarta parte pertenecía a la cofradía de los Sesenta de Santiago y el resto a la Corona.

 

El hecho de que Estella figure en una posición tan importante en el conjunto de España, y que podamos considerarla la única "ciudad industrial" de aquella Navarra, viene dada por su situación geográfica (los comerciantes estelleses compraban la lana riojana y soriana, vendiéndola a intermediarios de Bayona, quienes la distribuían al resto de Francia y países vecinos), el aprovechamiento del agua del río Ega como fuerza motriz para mover los batanes y lavar la lana (se decía que las aguas del Ega eran muy buenas para trabajar la lana), y, sobre todo, una gran actividad artesana que se remonta al nacimiento de Estella en el siglo XI.

Fue tan importante la industrial estellesa de lanería, que «solo los pelaires sirvieron al rey D. Felipe V, en sus guerras, con una compañía de soldados de su gremio, vestidos y armados a su costa» (Pedro de Madrazo).

 

En la margen derecha de la presa de Curtidores, edificios que desde la Edad Media hasta mediados del siglo XX fueron destinados al tinte (molino "de la tintura") y al curtido. El año 1144 se documentan la "ruedas sobre la alaberguería" (hospital de San Lázaro), que en el siglo XIII se citan como "del puente del Maz", propiedad de la Corona. Los burulleros de Estella tenían a censo un huerto en esa misma zona, que abonaban al citado hostipal. En 1390, en la misma zona, se cita el molino de "Pere Palmes", recaudador de rentas de la Merindad.

 

Antes que el grupo (el gremio) es el individuo (el artesano). El gremio se forma con la agregación de artesanos; no son los artesanos los que proceden del gremio. Artesanos que en el principio de las villas tuvieron una función pobladora; un gancho para atraer población con la cual dar entidad y músculo a los núcleos recién fundados. Por eso, a la pregunta ¿desde cuándo hay artesanos que trabajan la lana en Estella? debemos contestar que desde el principio. Fueron artesanos, cambistas, hosteleros, comerciantes, etc., los primeros pobladores del burgo que dio origen a la ciudad (sobre los gremios, ver "Estella, ciudad mercado I").

Pasan los años y en el siglo XIV la industria textil navarra se encuentra atrasada, lo que impulsa al rey Carlos II (1332-1387) a renovar técnicamente los centros textiles del reino, deseando (1365) «que los tales painnos fuesen fechos en la villa de Estella». A tal fin eligió a sus consejeros Arnal de Francia y al abad de Falces para que llevasen a la práctica sus proyectos, lo que incumplieron. Tampoco acudieron los maestros tejedores convocados, ni los estelleses que se habían comprometido a traer lana. Ante este desplante, Carlos II, enojado y amenazando con meter en la cárcel que quienes inclumplieran o fueran remisos a sus deseos, ordenó a Pere de Plames, recaudador de rentas de la Merindad, que facilitase fondos al rector de la parroquia de San Nicolás, y a Pero Sanchiz, de apodo "Picacho", para que se trasladasen a Zaragoza «a fin de veer los molinos traperos de hacer pannos y reparar los de Estella según modelo de aqueillos, y veer los tornos de filar la lana para hacer semejantes a aqueillos». Estos comisionados contrataron a un maestro tejedor, a otro tintorero, y a ocho mujeres «peinnaderas et filaderas para filiar y peynar las lanas». A todos se les proporcionó alojamiento a costa del rey, y se les declaró exentos de cargas y tributos. Los nuevos telares se instalaron en el huerto llamado de "La Penna" (¿La Rocheta?), nos cuenta Florencio Idoate.

Pocos años más tarde (1373) el rey envió a Zaragoza de su maestro carpintero Zalema Zaragonano, vecino de Tudela, quien se hizo con los servicios del pelaire Miguel de Mazas, el pilatero Valero de Zaragoza y el tintorero maestre Bernart, todos zaragozanos, para que sirviesen de dinamizadores del negocio lanero en Estella.

 

Tarjeta postal de principios del siglo XX. A la derecha, los edificios que he mostrado en la fotografía anterior; a la izquierda, lo que fue trujal municipal. Según se decía, una reina navarra alojada en el convento de Santo Domingo (a la derecha de la foto, fuera de imagen) se quejó del sonido infernal que emitía un batán situado cerca del convento, lo que perturbaba su paz y la distraía en sus oraciones. La queja fue baldía a pesar de que el batán pertenecía al patrimonio real.

 

Revitalizado el sector, el curso estellés del río Ega se colma de presas (a lo largo del siglo XIX, debido a las riadas o al abandono, dentro del casco urbano de la ciudad estaban arruinadas las presas del molino harinero de San Nicolás y del batán de Olano, ambos propiedad concejil, de la Casa Blanca, del marqués de Narros, del duque de Granada de Ega, y del Santo Hospital, lo que indica que desde la de Recoletas hasta la de Curtidores una presa daba paso a otra) con las que extraer de sus aguas la energía necesaria para mover molinos y batanes, a lo que dedican sus caudales la Corona, el Ayuntamiento, el monasterio de Irache, el convento de Santa Clara, la parroquia de San Miguel, y algunos burgueses con el capital suficiente para hacer frente a su elevado costo y mantenimiento, cediendo su explotación mediante "arriendo" (compartiendo los gastos) y "censo" (concesión enfitéutica de renta fija, con gastos para la parte adjudicataria). Arriendos que reportan grandes beneficios que caen durante el siglo XIV debido a crisis climáticas y la Peste Negra.

Aplicación de la hidráulica al batanado de telas y paños, sustituyendo el trabajo manual por el de las máquinas, que lleva a algunos autores a hablar de "revolución industrial" a lo sucedido en la Estella de los siglos XI-XIII, donde se crea «una nueva "categoría" social: los trabajadores "hidráulicos" ocupan una posición intermedia dentro del organigrama socioeconómico de la ciudad, contando con una gran proyección social, económica, cultural e incluso política. Muchos de los molinos, además de espacios de trabajo constituían centros de convivencia social. En definitiva, las ciudades medievales del reino se presentan como "ciudades hidráulicas", donde los ríos y demás puntos de agua se convierten en arterias económicas y ejes urbanos. Se trata de núcleos dotados de condiciones hidrológicas, demográficas, sociales y jurídicas idóneas para un temprano desarrollo económico y comercial, al que contribuyó de manera decisiva y singular los distintos usos del agua» (David Alegría Suescun, "Agua y ciudad. Aprovechamientos hidráulicos urbanos en Navarra. Siglos XII-XIV").

Y los campos de la ciudad se llenan de plantaciones de zumaques, planta utilizada para curtir pieles y teñir tejidos. En fecha tan temprana como 1295 consta que el burullero (tejedor de paños) Juán Pérez Ramón explotaba una zumaquera propiedad de la Corona, que cerca del puente del Maz tenía una plaza donde dejaba secar el zumaque bajo estrecha vigilancia (su recolección y secado se cuidaban mucho). Al igual que vigilaba sus zumaqueras el monasterio de Irache. En 1366 Estella exportaba zumaque a Logroño, planta que, en opinión de José Mª Jimeno Jurío, es «emblema genuino y símbolo de la industria local».

 

Otra imagen de las excavaciones del edificio donde hoy está el albergue-hostel "Hostería de Curtidores". En ella se ven los fondos donde encajaban las cubas que se utilizaron para el tinte y el curtido (foto de Toño Goñi Aramendía, cortesía de "Hostería de Curtidores"). Según un informe municipal de 1752, «los maestros fabricantes de Lerín, Andosilla y Tudela, que siempre han llevado y llevan sus bayetas y jergas, y los de Pamplona de poco tiempo a esta parte, a la dicha ciudad de Estella para darles tintura en dichos tintes».

 

Dentro del complejo y variado sector textil (cardadores, hiladores, tejedores, pelaires, tundidores, tintoreros...), el mayor negocio estaba en el tinte. De propiedad real era la tintorería situada sobre el puente del Maz, junto al "portal de la Judería", también llamado "portal de la Tintura", (una de las torres del castillo de Belmechet también recibía el nombre "de la Tintura"), puerta de acceso al "Borc Nuel" (Burgo Nuevo, donde está la iglesia del Santo Sepulcro). Tan próxima estaba la "tintura" a la judería, que en 1311 la casa de Salomón Rogat se hundió, derribando sus escombros el techo de la tintorería, la cual, durante muchos tiempos, estuvo arrendada a los judíos. Así, en el "Libro de Censos" de Estella de 1354 se dice: «De tributo de la tintura d´Estella tributado a Sancho d´Obanos e a Samuel fijo de Rabi Galaph, judío d´Estella».

A mediados del XVIII había en Estella cuatro casas de tinte: la del hidalgo Pedro Luis Tabar, la del presbítero Nazario Aranzibia, la del abogado Andrés Muniáin, secretario del Real Consejo de Navarra (todos ellos, por su ocupación y categoría social, las cederían en arriendo), y la del gremio de los Pelaires, probablemente la llamada "de la Tintura", situada junto a la "adobería" de la cofradía de los Zapateros en el "Borc Nuel", junto a la calleja que bajaba "al Arenal".

 

Fotografías tomadas en excavaciones en la calle La Rúa, en las que vemos restos de una casa-taller de tinte con cubetas circulares y rectangulares al estilo norteafricano (derecha), y un pozo de agua en un medianil (izquierda).

 

Los recursos monetarios que del tinte iban a la Corona eran los más importantes de toda la bailía (oficina de recaudación de impuestos), con un 95% de ganancias. «La elevada suma del alquiler de la casa del tinte explicaría su adscripción al conjunto de rentas judías, siempre voluminosas [...]. Además, la rentabilidad de la "tintura" es prácticamente absoluta, pues apenas genera gastos para el Tesoro [...]. La ciudad parece especializada en el trabajo textil. La profusión de zumaque en su término y la existencia de una cofradía organizada de burulleros desde al menos el siglo XIII contribuye a ello. No obstante, resulta chocante que el potencial del tinte no vaya parejo al del molino trapero del rey [...]. Ante la ausencia de más batanes estelleses (para la misma época tan sólo conocemos otro más, el "de Aymes"), cabe pensar que las aguas del Ega mayoritariamente se aprovechaban solo para la penúltima fase del acabado de telas y paños, como sucedía en la "tintura", pero no para el batanado y tundido. Estos dos últimos procesos podrían llevarse a cabo a pequeña escala en el batán del rey y el "de Aymes", así como en talleres particulares. No cabe descartar una segunda posibilidad para la desproporcionalidad de rentas entre las dos citadas dotaciones del mismo ramo. Quizás las piezas, una vez teñidas en Estella, se llevaban a molinos traperos de otras localidades, con mejores prestaciones y precio para los burulleros estelleses [...]. No hay que olvidar que las transacciones del mercado medieval estellés reflejan una intensa actividad en materia textil. En 1366 ésta alcanzaba un 15% del total de ventas registradas. Los paños de lujo se traían directamente de fuera del reino, aunque también se advierte una pequeña vía de exportación de paño "cotonado" estellés hacia Calahorra. Muchos de los comerciantes de paños, como los tintoreros, son judíos [...]. La gran depresión de mediados del siglo XIV afecta especialmente al ramo textil. Las suculentas rentas que la tintorería de Estella reportaba al fisco regio acusan un severo recorte» (David Alegía Suescun, "Agua y ciudad..."). Como veremos, en los siglos siguientes aumentan los batanes en Estella.

En el siglo siguiente el gremio de pelaires (reflejo de la ciudad) entra en decadencia con respecto a épocas anteriores, perdiendo el batán con ocho pilas que tenía en propiedad. «El gremio estaba, de todas formas, decaído. Los privilegios concedidos a la ciudad para sacar sus géneros libremente podían haber contribuido no poco al estado en que se hallaba. He aquí una ciudad española en las postrimerías del Antiguo Régimen, con un gremio en crisis, un exceso de población conventual, con su población mixta de vascongados y romanzados de habla...» (Caro Baroja, "Etnografía histórica de Navarra", tomo III). La crisis también afecta al Ayuntamiento, que «para pagar las deudas contraídas con motivo de los conflictos bélicos tuvo que vender lonja, prado y lavadero de lanas a Jerónimo Ladrón de Cegama y, al morir éste, en el año 1639 estos edificios se vendieron a Juana Colomo, viuda de Miguel Lizardi».

 

Foto actual del antiguo trujal municipal citado anteriormente. La subo para llamar la atención de las autoridades municipales y "fuerzas vivas" de Estella, porque como nos explicó José Miguel Lana Berasáin en visita guiada realizada el pasado día 30 de mayo, en ese lugar hay material suficiente para hacer un centro donde se muestre la actividad industrial (trujal y fábrica textil) de Estella desde la Edad Media hasta el siglo XX.

 

El siglo XVIII es la época de los propietarios de las lonjas y lavaderos de lana, alguno de los cuales, sin dejar el comercio y el lavado, pasan a la fabricación del paño. De origen francés Modet, la mayoría es de procedencia riojana y camerana (Llorente, Jaén, Lorente, Tarazona) o de la montaña navarra y su prolongación guipuzcoana (Beruete, Ezcarti, Gaztañondo). La llegada de estos comerciantes, que trabajaban con lana camerana y soriana, de mejor calidad que la navarra, cuya mezcla estaba prohibida salvo en la variedad más fina, es, según los pelaires (una bola de lana colgando de un hierro era el distintivo que indicaba dónde vivían), el motivo de su decadencia.

En esa época de paz con Francia -en ambos países reinaban los Borbones-, los comerciantes adelantaban dinero y género a los ganaderos a cambio de la lana que iban a esquilar, y una vez lavada la llevaban a la feria de San Fermín donde la vendían a los franceses, que la exportaban pagando pocos derechos, no dejando lana para manufacturarla en la ciudad. Ante la queja de los pelaires, el Consejo Real obligó a los comerciantes «a distribuir una parte de la lana [...], al precio tasado de 20 reales la arroba, bajo la condición de que si en la feria de San Fermín el precio se elevaba, los del gremio, antes del 31 de julio, abonarían la diferencia».

 

Naves que hasta mediados del siglo XX albergaron el lavadero de lanas de "La Coja". Hoy hay en ellas una industria de curtidos.

 

Pero la lana, para ser exportada y trabajada, hay que lavarla para quitarle las impurezas y la grasa (suarda) que proteje al animal. «Limpiar y desengrasar la lana requería un proceso de cocción y remojo en agua caliente y luego fría. El agua hervida en calderas de cobre era vertida en tinos donde se sumergían durante horas los vellones según sus distintas calidades. Al enfriarse el agua, la "suarda" quedaba liberada en una manteca parduzca conocida como "churre", que se retiraba y utilizaba como amalgama en las sucesivas fases de depuración. La operación en las tinas con agua caliente se repetía tantas veces como fuera conveniente, removiéndose por porciones, tras lo cual se sacaban con ganchos a canastos que eran colgados para que goteasen el agua y la "suarda". Tras aclararlas en depósitos o canales con agua limpia y corriente, las lanas eran escurridas y tendidas en prados para su secado al sol. Tras ello, podían ser ensacadas y almacenadas en las lonjas con la marca o sello del mercader y origen [...]. Estas fases reducían el peso del tejido a un tercio del peso original de la lana [...]. Un lavadero de lana requería de abundante espacio para ubicar las calderas, tinos y rambla destinados al escaldado y aclarado, pero, sobre todo, de prados donde tender las lanas para su secado. El lavadero exigía además una dotación abundante y regular de agua corriente y acceso a precios asequibles a un suministro suficiente de leña para alimentar las calderas. Por otro lado, las actividades de clasificación, escaldado, aclarado, tendido, ensacado, sellado y almacenaje obligaban a contar con abundante mano de obra [...]. Una vez limpia, la lana se bate para devolverle su elasticidad, se engrasa con aceite de oliva para disponerla a la carda (el aceite aplicado representaba entre la cuarta parte y la quinta parte del peso de la lana), se carda y se hila. Una vez tejida se abatana golpeándola para lipiarla del aceite (el uso del aceite quizás explique la extensión del olivar en el campo estellés: a finales del siglo XIX Estella era la segunda población navarra en producción de aceite), opcionalmente se tiñe, se levanta el pelo, que se iguala con tijera, se cepilla, y finalmente se somete a una serie de planchados en caliente y en frío para ser empaquetado» (José Miguel Lana Berasáin, "Estella fabril", Terra Stellae nº XIV).

 

Junto al puente de San Juan o de Recoletas, conocido en la Edad Media como puente de Lizarra, se estableció una de las primeras actividades artesanas de la ciudad. Constaba de tres molinos, uno de ellos dedicados al textil. Reconvertido en importante fábrica de harinas que se derribó el año 1975.

 

En este proceso, de gran importancia eran los batanes (única parte del trabajo que se realizaba mecánicamente). En ellos los tejidos se limpiaban del aceite añadido en el proceso de carda, y se tupían mediante el golpeo mecánico de los mazos en las pilas. La inversión necesaria en capital fijo era elevada, no solo para su construcción, sino también para su mantenimiento debido a la exposición de presa y jarcias a las violentas avenidas del río. Hasta mediados del siglo XIV se documentan dos: el más importante, de dominio regio, se localiza, junto a tres molinos harineros, todos ellos comunicados por medio de un puentecillo a modo de pasarela, en el puente de Lizarra (puente de Recoletas). Aprovechaban el mismo salto de agua, si bien la molienda tenía preferencia a la batanera y al riego, al igual que sucedió en todas las instalaciones a lo largo de las edades Media y Moderna. El complejo real estaba compuesto por tres ingenios diferentes, denominados molino "junto a la presa", "junto al trapero" y el "de comuna" (comuna, comunia o comuña era la siembra conjunta de trigo y avena, o trigo y centeno). Desde al menos 1315 se habla del tributo de dos de estos molinos, a los que tres años después se añade otro. Este complejo fue privatizado a finales de la Edad Media, convirtíendose en una industria harinera (Industrial Fernández, ver foto superior) que se derribó el año 1975.

El segundo, de propiedad privada, era el llamado molino "de Aymes" (nombre que remite a un propietario de origen franco), situado en Los Llanos, enfrente del manantial del Agua Salada, edificio que hemos conocido como "Casa Blanca". Una donación de 1333 nos confirma que parte del molino funcionaba como trapero. En 1489, Lope de Baquedano, merino y camarero real, dejaba en testamento a su primogénito una "rueda desolada" sita en los huertos detrás del monasterio de San Benito. Más tarde, la instalación sería objeto de polémica entre las clarisas y los herederos de los Baquedano.

 

Situado en la curva del río a la entrada de Los Llanos, lo conocimos como la "Casa Blanca". Primera residencia en Estella del pintor Gustavo de Maeztu, en la Edad Media era conocido como "molino d´Aymes". El Ayuntamiento lo adquirió y derribó a principios de la década de los sesenta del pasado siglo. Foto de Domingo Llauró año 1958.

 

En 1570 Sancho Rogel (la familia Rogel destacó en la exportación de lana, nos dice Valentín Váquez de Prada, "Mercaderes navarros en Europa, siglo XVI": en 1561, Sancho Rogel II había exportado 522 sacas de lana, el segundo lote en importancia de los exportados por los 25 comerciantes que figuran en la lista de salida. En 1586 Rogel convino con Francisco López del Río, señor de Almenara, rico ganadero de Soria, la compra de 11.000 arrobas de lana de su ganado, esquilado los años 1585 y 1586, a 640 maravedís la arroba, hasta una suma total de 16.000 ducados) arrendó al prior y mayordomos de la Cofradía del Oficio de Pelaires de Estella el batán que poseía en el río Ega, junto al monasterio de Santa Clara, con su casa, «que se atiene a otro molino farinero que tengo a espaldas y contiguo a dicho batán, con huerta que me reservo, y el poder sacar cuantas veces quiera agua con su noria, sin impedimento, por tres años y renta anual de 30 ducados de a 11 reales».

En 1576 compró una monja, "secretamente", a la priora del monasterio de Santa Clara, el molino y «batán trapero con cuatro pilas» y su huerta, que tenía arrendados por 60 ducados anuales al oficio de pelaires de Estella. El año 1673 el batán de los Huertos o de los Llanos ("d´Aymes") era propiedad de Jerónimo de Eguía y Manuel de Leoz. En tiempos recientes el molino, propiedad de Ulpiano Errea, era conocido como "La Casa Blanca". Cuando en los años 60 del siglo XX lo compró el Ayuntamiento y lo derribó, todavía mantenía parte de la infraestructura molinar.

 

Ruinas del complejo textil "de abajo", situado en la Pieza del Conde. El 7 de agosto de 1937 un incendio acabó con la industria textil de la viuda de Álvaro Lorente. Por un documento de cuentas de la reina Juana, datado el 28 de octubre de 1369, sabemos que compró en el mercado de Estella tela blanca y cárdena para forrar las tiendas del rey Carlos II, su esposo. Las telas fueron cosidas por costureras estellesas, y tundidas en la Pieza del Conde.

 

A partir del siglo XVII el complejo textil más importante fue el situado en la Pieza del Conde, del que a través de una tasación pericial de 1708 conocemos su valor y «las instalaciones de los cuatro batanes que componían el complejo: el llamado "de la escalera", el "del jabón", el "del camino" y el "de la percha". Cada uno de ellos contaba con su árbol o mecanismo de transmisión, que constaba de siete cellos (salvo el último, con cinco) y dos gorrones de hierro, dos cabezales con sus levadores, su cenia y la paradera con su cello de hierro. En cada uno había también dos pilas «con sus antepilas, yugos, guarniciones y culebras y los cuatro mazos con sus lares y sobarbos, y la zapata», además de sus castillajes, «con su zapata y sus seis pies derechos, y dos cabezales, y sus tres tirantes y costillas». El peritaje terminaba con la descripción de las dos norias, la del lado del camino y la del lado del soto, cada una de las cuales constaba de «su árbol y sus dos cellos y gorrones, sus cabezales y su zapata de armazón, canaletas, cacharros y artesa». Un complejo industrial único en Navarra por sus dimensiones y complejidad cuyo valor, sin tener en cuenta la fábrica de los edificos, ascendía a casi tres mil reales de plata» (Lana Berasáin).

En el siglo XVI era propiedad del mayorazgo de Lope Vélaz de Eulate, señor de Arínzano. En 1565 fue adquirido a censo perpetuo (hipoteca) por el gremio de Pelaires, manteniéndolo en su poder hasta que el año 1758, al no peder hacer frente al pago de dos anualidades, fue embargado por el mayorazgo de Tarazona. Tras largos pleitos, en 1765 el gremio transfirió la propiedad del batán y el tinte al mayorazgo a cambio de un arrendamiento por 25 años con renta anual de 60 ducados. No debía de estar muy bien, pues el nuevo dueño invirtió 25.414 reales de plata para ponerlo en buen estado.

En su enfrentamiento con el gremio, en 1788 Modet elevó una protesta porque el arriendo lo tenía un maestro pelaire que a su vez era diputado del gremio, ilegalidad que se solventó retirándolo del cargo. Cuando venció el plazo de los veinticinco años, el gremio lo abandonó y arrendó el batán llamado de "el Redín", que contaba con dos pilas y cuatro mazos, situado en la Fuente de la Salud, perteneciente al mayorazgo de los Villalbas, que lo arrendaba asumiendo los gastos de mantenimiento. Ocasión que aprovecharon Modet y Llorente para arrendar el de la Pieza del Conde, abandonado por el gremio. Arriendo que doce años más tarde renovaron Manuel Modet, Juan Manuel Llorente, Agustín de Ezcarti, Nicolás Gómez, Nicolás Larráinzar, Francisco Elizalde, Ramón Zuza, Javier Zuza, Ramón Iglesias, Joaquín Lòpez, Joaquín Unzué, Joaquín Sotés y José Antonio Ecala. Años después, al desprenderse el mayorazgo de sus bienes en Estella, pasó a propiedad de la familia Lorente, cuyas instalaciones las tuvo en activo hasta mediados del siglo XX.

 

Palacio del Gobernador antes de que una profunda rehabilitación lo convirtiera en sede del Museo del Carlismo. En él se instaló la primera industria textil de la era Moderna en Estella. Posteriormente fue curtiduría y taller de cincado.

 

Como respuesta a la Revolución Industrial inglesa, o a imitación de sus telares, financieros y comerciantes de lana levantaron en Estella cuatro instalaciones industriales (tomo la información de Lana Berasáin). La primera comenzó a funcionar en 1773, promovida por el comerciante tudelano Lorenzo Esteban Iriarte y los estelleses Manuel Modet, Juan Miguel Piedramillera y Joaquín Baráibar, bajo la dirección técnica del maestro pelaire Miguel Gómez (para poder fabricar era necesario que un maestro pelaire se responsabilizara de la producción y pusiera su sello en el producto). Pronto Modet, que compatibilizaba su casa de comercio y depositaría de rentas con la administración de los derechos del marqués de Andía, cobrando el peaje de las reses que subían a pastar a las sierras de Urbasa y Andía y tenía relación con la ganadería lanar, quedó como único socio, y los restantes promotores buscaron mejor destino a sus capitales. En declaraciones posteriores, Modet dijo haber invertido la considerable cantidad de 22.000 pesos, y el procesado de 2.416 arrobas de lana, con capacidad de duplicar la producción.

Esta industria comenzó a operar alquilando por seis años el edificio donde ahora está el Museo del Carlismo: la «que llaman la Casa de la Justicia, sita en la calle de San Pedro Larrúa, con su huerta, oficinas y demás adherente a ella, que afronta a casa del Cabildo de San Pedro de la misma ciudad, a calle Real y por la parte de atrás al río Ega [...], con el fin de que en ella se plantifique la nueva fábrica de tejidos» con «siete telares de tejidos de ancho, los cuatro a la moda inglesa y los tres a la española, con el correspondiente número de maestros que los gobiernan, para lo cual a bastante coste ha hecho venir sujetos acreditados y de la mejor pericia en el tejido a la inglesa y para la del español tiene empleados seis maestros y oficiales de dicha ciudad de Estella [...]. Asimismo, tiene andantes y volantes dos telares de angosto en que se tejen estameñas finas, anacotes, sayaletes, cordellates y otros tejidos que no se fabrican en este reino ni en las provincias» (Álava, Vizcaya y Guipúzcoa), donde «es extraordinario el consumo de cordellates, cuyo género viene de Montalban y Oloron en el reino de Francia, de cuyos pueblos para la perfección de esta manifactura ha hecho mi parte venir maestros a costa de sus intereses». A los nueve telares había que añadir «una prensa para prensar y lustrar los tejidos según el modelo de las que están establecidas en las reales fábricas» de Ezcaray.

 

Presa de Curtidores, a cuyos lados se construyeron diversas industrias artesanales y servicios locales. De construcción municipal, a la derecha estaba el "desolladero" (matadero), la casa de la "tintura" y diversas instalaciones dedicadas al curtido de pieles. A la izquierda, el trujal de aceyte y la fábrica textil de Isidro Antonio Llorente. En la Estella medieval, los curtidores se ubicaban en la orilla derecha del río, y los pelaires y baldreseros en la izquierda. Oficios a los que la ciudad dedica hoy una calle (Curtidores) y una calleja (Pelaires).

 

Entre las reformas realizadas en el edificio se indicaba que «en dicha casa-fábrica ha hecho construir un cuarto independiente con destino a percharse en él los paños y demás tejidos, que se fabrican con distintos palmares (inspirados también en la fábrica de Ezcaray) de los que hasta aquí se han usado», cuya punta albergaba cabezas de cardencha (dipsacus fullonum) para sacar el pelo al tejido. En otras estancias se disponían «perfeccionados el correspondiente número de potros para cardar las lanas de la forma y modo que se ejecuta en las reales fábricas, con todos los demás artefactos correspondientes a las varias maniobras que son necesarias», así como «las correspondientes mesas, tijeras, y demás utensilios para tundir los tejidos con maestros tundidores del reino de Francia y naturales».

Completaba las instalaciones con el alquiler de «un tinte con dos calderas y dos tinas destinado para los tintes que se han de dar a las lanas y tejidos que se hiceren en dicha fábrica, habiendo hecho venir para la dirección y mejor surtido de los colores maestro acreditado del reino de Francia, y acopiado los correspondientes simples para todos los colores que son necesarios». Y el alquiler del batán de "el Redín" (Fuente de la Salud) «con sus cenias, tres pilas, norias y demás fábricas necesarias para beneficiar sus ropas de distinto modo del que se ha usado en dicha ciudad de Estella, por el que se consiguen mayores ventajas en beneficio de la ropa, corriendo su dirección y cuidado por persona instruida en esta facultad».

El plazo era de nueve años a contar desde la entrega del batán, ya que el mayorazgo de los Villalbas, propietario del complejo, cuyo titular era Jacinto Cayetano Oteiza, «residente en los reinos de Indias», se comprometía a construir en él «una zenia para dos pilas por no tener más que una», corriendo además con los costes del mantenimiento de la presa.

 

Complejo textil de "el Redín", situado, aguas arriba de la ciudad, en el paraje conocido como Fuente de la Salud. De batanear las telas pasó a ser fábrica de harinas (foto), y hoy es un hotel (Tximista) sin actividad.

 

«Tiene en la actualidad establecidas fuera de dicha fábrica sus escuelas de hilanderos, bajo la dirección de seis maestros del gremio de dicha ciudad, independiente de los que trabajan en dicha fábrica, con vario número de tornos», y que «para los tejidos de angosto están empleadas en hilar estambres a rueca y torno un crecido número de mujeres en sus respectivas casas». La fábrica contaba con ochenta tornos de hilar, y para los tejidos de angosto se empleaban fuera de la fábrica más de setenta mujeres «en hilar estambres a rueca», y dentro de ella «once mujeres hilando a torno». En suma, estimaba que «en el día dentro y fuera de la fábrica se emplean [...] doscientas y ochenta personas poco más o menos».

«Para el surtido del año actual tiene acopiadas y lavadas [...] pasadas de dos mil arrobas de lana, fina, entrefina y churra» (equivalente a 26.784 kilogramos). Y concluía «que de permanecer y fomentarse dicha fábrica es público y constante que dicha ciudad de Estella, a todo este reino y provincias de Álava, Vizcaya y Guipúzcoa les ha de tener una común utilidad por el mayor surtido de género, cómodos precios y ventajosa calidad, respecto de no hallarse fábrica formal en dicho reino ni provincias y mucha parte de los reinos de Castilla, siendo por su situación y naturaleza dicha ciudad de Estella la más propia para el establecimiento de dicha fábrica». Esta declaración ante la Real Corte va avalada por lo más granado de la élite estellesa.

 

La presa de Curtidores vista desde abajo. A la derecha, el canal de desagüe del trujal de aceyte municipal y de la fábrica textil de Llorente. A la izquierda, donde estuvo la "tintura", hoy Hostería de Curtidores.

 

Como reacción a la fábrica, el gremio de Pelaires (en 1790 se encontraba sin oficinas en las que poder batanar y teñir, viéndose obligado, al año siguiente, a arrendar el batán de "el Redín", y el tinte, casa y corrales de Javier Ángel Férnández de Mendívil, cuya ubicación ignoro) pidió una nueva ronda de testigos proponiendo a quince de sus miembros.

Las acusaciones iban dirigidas en tres direcciones: 1º.- La nueva fábrica había entrado en competencia con los talleres tradicionales, empujando al alza los salarios y privándoles de trabajadores cualificados. 2º.- La distorsión sobre el mercado de trabajo iría más allá del sector pañero y alcanzaría al ramo de lencería «pues doscientas o más personas que se ejercitaban en hilar lino, cáñamo y otras cosas con que se abastecía mucha parte del reino y las tres provincias [...], se ha de ver arruinadas y del todo destruidas ochenta o cien fábricas en dicha ciudad de Estella». 3º.- Que llevado este caso «harán estanco de sus tejidos y, por consiguiente, como solos en la venta» ocasionarán la ruina y el fraude, ya que «se ha visto que no los limpian como se debe y que a sus resultas algunas personas que han comprado cortes de capas o los ha devuelto o han procurado volverlos a vender por ser de muy poco provecho».

Y acusan al batanero de que «para limpiar las piezas de tejidos que se le encomiendan [...] se vale de orinas calientes, arbitrio claro para ocultar la poca lana con que fabrican dichos tejidos, pues con las referidas orinas se comprime y aprieta el tejido con dar lugar a limpiarse, de modo que con la porquería que le queda toma tanto cuerpo que disimula la falta de lana».

También exigió el gremio que el pelaire que estaba al frente del taller abonase la tasa establecida por el gremio sobre lo fabricado, lo que aceptó la Real Corte. Gracias a esta demanda podemos estimar que entre el 1 de septiembre de 1773 y el 12 de noviembre de 1779 se habían manufacturado en la fábrica un total de 1.997 piezas de tejidos, a razón de 322 piezas por año, una cifra muy notable. (Para conocer el desarrollo de la fábrica, y datos de la familia Modet, ver "Estella, ciudad mercado II")

 

Abajo de la fotografía, en el centro, la "Casa Máquinas" donde Pedro José Artola levantó su batán después de disolver su sociedad con Isidro Antonio Llorente. Perpendicular al edificio vemos el muro por el que se desviaba el agua de la acequia de los regadíos de Valdelobos y Agua Salada para mover los ingenios mecánicos (en el punto de desvío, dentro de lo que conocíamos como "huerta de Sandalio", existía un pequeño represamiento de agua). En la segunda mitad del siglo XX fue cárcel del partido judicial y casa-cuartel de la Guardia Civil.

 

Otra fábrica, del guipuzcoano Pedro José Artola y del estellés Isidro Antonio Llorente, comenzó a funcionar en 1798 en la calle San Lázaro, en un terreno de 1.347 m2 comprado a censo reservativo a Juan Bautista Oteiza por 7.943,50 reales de plata que debía pagar mediante un censo anual de 150 reales. Terreno que describe así: finca «sita en el camino real que desde el portal de San Agustín rige para el convento y puente llamado de la Merced, extramuros de ella, tenente a molino trujal de aceyte de la ciudad, al río Ega, al expresado camino y al terreno común que media entre el extremo de la mencionada huerta y el insinuado puente».

La idea de Artola era instalar un «lavadero y tendedero de lanas para sí y otros particulares que quisieren beneficiarlas», pero al asociarse con Isidro Antonio Llorente, hijo del comerciante y administrador general de la Junta de Hornos de la ciudad, Martín Simón Llorente, el proyecto se amplió a la fabricación y tinte de tejidos.

Tras demandar a Modet porque éste le impedía abatanar en el batán que tenía alquilado al mayorazgo de Tarazona (batán de la Pieza del Conde), celoso Modet por proteger el sistema de limpieza de la lana mediante orinas calientes, que había adquirido en secreto, en julio de 1801 llegaron a un acuerdo mediante el que Llorente pactaba los precios y se reservaba el derecho a construir y mantener para su uso exclusivo una nueva pila por la que pagaría la renta correspondiente.

 

Acceso a la industria textil de Isidro Antonio Llorente, calle San Lázaro.

 

La sociedad se constituyó dividida en dos partes: el llamado ramo de obras, en el que participaban al 50%, y el ramo de existencias, del que Artola tenía una tercera parte. Dado que ninguno de los dos socios contaba con la licencia de actividad que las ordenanzas gremiales exigían, la fabricación echó a andar bajo la marca de su capataz, el maestro pelaire José Larráinzar.

Esta desigual participación, que mostraba la capacidad económica de cada parte, llevó a la disolución de la sociedad: Llorente liquidó su censo reservativo, y Artola terminó debiendo a su socio la mitad del censo anual, la tercera parte de capital e intereses del préstamo de Llorente, y lo que quedara al descubierto. Además, Llorente compró a Pedro Dábalos Santamaría y María Andrea de la Palma, vecinos de Toledo, con "exorbitante gasto", los bienes del mayorazgo fundado por Miguel de Eguía y Lucía de Rojas, entre los que se encontraba una «pieza junto al camino real que rige para el convento de la Merced y hace esquina al otro camino llamado de la Rocheta para el término de Balmayor, de dos robadas» (donde en el siglo XVI estuvo la imprenta), pieza que servía para ampliar, como tendedero de lanas, las instalaciones de la fábrica. Al propio tiempo invertía en un nuevo enlosado que prolongaba el canal de desagüe del trujal municipal, lo que lo enfrentó al Ayuntamiento.

Carga económica (entre octubre y diciembre de 1804 Artola entregó a su socio hasta siete obligaciones de pago por un valor conjunto de 130.000 reales de vellón a un interés anual del 6% a pagar al cabo de seis años) que llevó a Artola, «imposibilitado de poder recoger de pronto unos siete mil pesos que le deben para poder entregar a Llorente los reales» adeudados, y no pudiendo «adelantar los intereses de cuando menos sesenta mil pesos que se necesitan para superar el establecimiento», a entregar a Llorente (1806) su participación a cambio de recibir «la mitad del valor de la fábrica, telares y demás de ella correspondiente al ramo de obras». Liquidada la sociedad, Pedro José Artola construyó su propio batán en una huerta de dos robadas comprada a Serafín Fernández de Guevara en el paraje de El Agua Salada (el edificio, conocido como la "Casa Máquinas", se derribó en los años 70 del siglo XX). Pocos años después (enero de 1819) Artola, preso por deudas en Francia, se declaraba en concurso de acreedores. (Para conocer más de Artola).

 

"Edificio alargado" donde estuvo la fábrica textil de Isidro Antonio Llorente. En 1802, el "Almanak Mercantil a guía del comerciante" informa de una fábrica de paños "a la inglesa" con lana fina transhumante propiedad de la Sociedad de Llorente e Hijo, «única en su clase en Navarra, y en su tinte se dan los colores que se piden».

 

En 1826 recordaba Llorente que el complejo fabril, con su edificio alargado de una sola planta, su canal que prolongaba en que servía a la almazara municipal, lavadero y tendedero de lana, dieciocho telares de ancho, uno de estrecho, y tinte y prados donde secar la lana, le había costado 25.000 duros. Alardeaba que «los primeros casimiros (cachemir) que se han hecho en Navarra y paños de cuento superior perfectamente rematados son los de mi fábrica». Detalles que ampliaba dos años después: «Cuando principié mi fábrica de tejidos de lana en mi pueblo de Estella en 1799 [...] me propuse un establecimiento completo, poniendo en él lavadero, tinte, prados y cuanto se necesitase, hice venir familias de Francia y de Castilla y no bastando las hilanderas que se hicieron en Estella, quise hacerlas en Viana, para lo que remití tornos y lanas, que fue preciso volver atrás porque hubo en aquella ciudad opiniones de que no convenía semejante industria en ella. Desengañado de hallar en Navarra las hilanderas que necesitaba, establecí en la villa de Yanguas (La Rioja) una escuela y plantifiqué en mi fábrica dieciocho telares de ancho y uno de estrecho, y a más hacía trabajar de mi cuenta otros de particulares en la ciudad. Cuando estaba tratando de hacer venir de Bélgica las máquinas de cardar e hilar para que con ellas y un tintorero de primer orden pudiera competir mi establecimiento con los mejores del extranjero [...], todo se trastornó por la invasión de los franceses en 1808».

Llorente participó en la administración francesa como administrador general de bienes nacionales, asumiendo la dirección del proceso de desamortización eclesiástica, por lo que trasladó su residencia a Pamplona. Pero al no poder hacer frente a la deuda que tenía contraída con el francés Pedro Itúrbide, en 1810 presentó como fianza sus bienes, entre los que se encontraban la fábrica de tejidos, tinte, lavadero de lanas, prado y lonja, valorado en 144.000 reales, la alameda en el Redín (Fuente de la Salud) donde pensaba hacer un batán, valorada en 4.000 reales, 21 sacones de lana, valorados en 36.511,03 reales, tintes Brasil y Campeche valorados en 7.656,38 reales, cuarenta y cinco piezas de paño valoradas en 45.588 reales, cuatro piezas de bayeta valoradas en 2.279,38 reales, la casa principal en la calle Zapatería (actualmente Ruiz de Alda, la casa de enfrente a la Biblioteca Pública), valorada en 64.000 reales, y diversas propiedades más para cuyo conocimiento remito a la obra de Lana Berasáin repetidamente señada. Todos sus bienes estaban valorados en 471.387,79 reales, un 60% más, aproximadamente, de los que había declarado dieciséis años antes.

 

El nombre de "cardado" viene de las cabezas de cardencha (dipsacus fullonum) que se utilizaban para peinar las telas. En la foto, máquina de cardado de la fábrica de boinas "La Encartada" en Valmaseda, Vizcaya.

 

La invasión napoleónica anuló los proyectos de Llorente, aniquiló el mercado interior, y en años sucesivos imposibilitó exportar a Francia. Llorente afirmaba que «va desapareciendo la industria en Estella», teniendo en funcionamiento en su fábrica un solo telar «y a veces dos». A su fallecimiento, en 1828, su hija Salustiana Llorente Urra recibió en herencia «su fábrica de paños, casimiros (cachemir: tela de lana muy fina) y bayetones (tela de lana con mucho pelo, usada para ropas de abrigo), con su tinte, lavadero de lana y prado». No sabemos más de esa actividad.

Respecto a la familia Llorente, otra de sus hijas, Pascuala Benita, nacida en 1806, entre 1951 y su fallecimiento, en 1880, fue abadesa del convento de San Benito de Estella. Hay razones para pensar que Pascuala Benita acabó recibiendo la totalidad de la herencia familiar, entre la que se encontraba la casa que llamamos de Ruiz de Alda y la que está enfrente de la Biblioteca Pública, origen de la familia Eguía, ambas en la calle Ruiz de Alda. Estas casas pasaron por herencia a Pedro Alfonso Pascual de Oliver y Cardoso, cirujano-dentista residente en Río de Janeiro (Brasil), que en 1954 y 1934, respectivamente, las vendió.

Además, como decía Modet en 1828, «el lujo ha tomado tal vuelo que hasta las gentes de la ínfima clase como las criadas y las mujeres de los jornaleros que antes usaban de bayeta de este Reino para sus sayas, se visten ahora generalmente de percales y otros géneros de algodón extranjeros».

De esa grave situación se hizo eco el Ayuntamiento ante la Real Junta de Aranceles (diciembre de 1827), diciendo que en Estella había medio centenar de talleres artesanales, y «aunque en esta ciudad hay muchos más maestros fabricantes en lanas, no trabajan por causa de la poca salida que tiene en el día dicho género». Las producciones de 1817 y 1827 habían sido: Pedro José Artola, 10 piezas en 1817 y ninguna en 1827; Juan Agustín Ercazti (antiguo empleado de la casa de comercio de Manuel Modet), 47 y 17 piezas respectivamente; Juan Manuel Lorente, 44 y 27 piezas; Isidro Antonio Llorente, 33 y 24 piezas; Viuda de Modet e Hijos, 54 y 52; Joaquín Unzué, 71 y 68 piezas; total de piezas en las seis fábricas, 259 en 1817 y 188 en 1827, mientras que la producción de los talleres familiares, 382,5 y 338 en los años citados, superaba la de las fábricas.

La única alternativa, consistente en mecanizar las fases del proceso que requería mayor mano de obra, era inalcanzable por las secuelas que dejó la invasión napoleónica. Como explicaba Artola en un memorial elevado a la Diputación (julio de 1816), «una triste y costosa experiencia le ha enseñado la gravísima diferencia que se halla entre las fábricas nacionales y las extranjeras: en las primeras hasta ahora se trabaja a fuerza de brazos, las segundas tienen el poderoso y utilísimo auxilio de diferentes máquinas; lo que en aquellas exige cien hombres, en estas puede hacerse con veinte, y este menor coste facilita a los extranjeros que el precio de sus géneros, aún después de trasladados a España, sea más barato que el de los mismos géneros fabricados dentro de ella [...], ocasionando la ruina de las fábricas nacionales. Para sostenerlas es indispensable adquirir y traer del extranjero las máquinas de que éste mismo se vale [...], pero esto requiere considerable gasto». Recordemos también la diferente fiscalidad que gravaba las importaciones y las exportaciones. Por eso, la situación no comenzó a mejorar hasta que al terminar la Primera Guerra Carlista se suprimieron las aduanas interiores y Navarra se integró en el mercado español. Tarde para una Estella que había sido principal escenario de aquella guerra.

 

Fábrica de géneros de punto de Erce, situada en la calle Fray Diego, y activa hasta entrada la segunda mitad del siglo XX.

 

¿Qué fue del sector textil en Estella? En 1883, en el "Anuario Baylli Banlliere" se publicitaban dos lavaderos de lanas, dos fábricas de paños y tres fábricas de hilados de lana. En 1911 figuraba, como de Álvaro Lorente y Gregorio Goizueta (de Goizueta era el batán de "el Redín", reconvertido en fábrica de harinas), una fábrica de hilados y torcidos de algodón que en 1897 pertenecía a Isidoro Polo y en 1911 a Severiano Lizaso y Severiano Erce; una fábrica de fajas a nombre de Lorente y Adell; y una fábrica de corsés a nombre de Francisco Martínez.

La fábrica de Lorente se mantuvo hasta que en agosto de 1937 la destruyó un incendio. Entrado el siglo XX hubo una fábrica de punto a nombre de la familia Erce; en el último tercio del siglo diversos talleres de tricotado y la fábrica de confección CEAR. Hoy, en el sector textil, solo tenemos la fábrica de batas EGATEX.

Y lo que es más grave y preocupante: desde hace más de tres décadas el Ayuntamiento estellés, salvo una notable excepción, y la sociedad estellesa, viven de espaldas a la necesaria reindustrialización de la ciudad. Hoy los estelleses tienen que buscar trabajo en Pamplona o en la Ribera.

 

julio 2024

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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© Javier Hermoso de Mendoza