Comercio e industria desde el siglo XVI hasta principios del XX.
El caso de las familias Artola, Lorente y Modet.
En el anterior trabajo he intentado reflejar la próspera vida económica de la ciudad hasta el siglo XVI. Ahora toca dar unas pinceladas de la industria estellesa hasta principios del siglo XX. De las actividades artesanales e industriales que se desarrollaban en la ciudad, me centro, exclusivamente, en las correspondientes a las familias citadas, por ser las que más información tengo.
Aprovechando que «durante la segunda mitad del siglo XVIII los gobiernos borbónicos fomentan el desarrollo de la industria textil» y crean «el marco legal apropiado para que la naciente industria española pudiese recuperar el colonizado mercado» nacional, varios comerciantes de lana estelleses, sin abandonar la actividad que desarrollaban, crearon al gremio de pelaires una dura competencia al levantar importantes industrias textiles (caso único en Navarra, a excepción de la fábrica de lienzos pintados que la Sociedad de Comerciantes Navarros creó en Pamplona en 1781) que, gracias a la mediación de las Cortes, contaron en su desarrollo con una importante reducción de tarifas aduaneras.
El guipuzcoano Pedro José Artola llegó a Estella con la idea de instalar un «lavadero de lanas para sí y otros particulaes que quisieren beneficiarlas», proyecto que asociado con el estellés Isidro Antonio Llorente amplió a la fabricación y tinte de bayetas y paños. El poder económico de Llorente, y su desleal comportamiento, llevaron a Artola a abandonar la sociedad (sobre ella ver mi artículo Estella, ciudad mercado III), y construir su propio batán en una huerta de dos robadas comprada a Serafín Fernández de Guevara en el paraje de El Agua Salada, en la que aprovechaba el agua de la acequia de la comunidad de regantes de Valdelobos y Agua Salada (el edificio, conocido como la "Casa Máquinas", que los de mi generación lo han conocido como cárcel del partido y cuartel de la Guardia Civil, se derribó en los años 70 del siglo XX)
Ya independiente, en 1816 solicitó permiso a la Diputación para importar de Castilla, libre de derechos aduaneros, 3.000 arrobas de lana lavada, por espacio de quince años, con el propósito de incrementar la producción mediante la instalación de una novedosa maquinaria que pensaba importar del extranjero. También pidió la libre comercialización de sus paños y bayetas en el mercado castellano-aragonés, lo que la Diputación desestimó porque iba a dejar de ingresar 3.600.000 reales en impuestos. Pocos años después (enero de 1819), Artola, preso por deudas en Francia, se declaraba en concurso de acreedores.
Intentando rehacerse de la quiebra, en 1825 pidió ayuda a Las Cortes de Navarra para importar una máquina para mejorar el lavado de las lanas, defecto del que se quejaban los consumidores. La máquina, que era hidráulica, hacía el trabajo de unos 30 hombres y podía preparar diariamente hasta 30 sacones de a 10 arrobas. Las Cortes tomaron en consideración la propuesta, y Artola señaló como lugar de prueba el lavadero del Hospital. Nada más se sabe del invento.
Al último varón de la familia, Gabino Artola, lo conoció mi madre como cura de su pueblo, Tajonar.
Gabino, al comenzar la Tercera Guerra Carlista abandonó el seminario, donde estudiaba para cura, y se fue voluntario con las fuerzas de Don Carlos. Acabada la contienda se casó, tuvo dos hijas, y al enviudar volvió al seminario y se ordenó.
Ejerció su ministerio sacerdotal en compañía de sus hijas, hasta que, hartas de que las llamaran "las hijas del cura", se metieron monjas.
Gabino era de fuerte carácter, y cuando se avecinaba tormenta subía a la torre de la iglesia y con voz tronante conjuraba los nublados y los mandaba al monte, lo que atemorizaba a los chiquillos.
El origen de la industria textil más longeva de Estella (principios del XIX-mediados del XX) lo debemos al tundidor Juan Manuel Lorente Aguado, que en diciembre de 1783, al firmar sus contratos matrimoniales con Teresa Zudaire, hija del maestro pelaire Silvestre Zudaire, viejo adversario de Manuel Modet, declara poseer 1.600 reales fuertes, dos cubiertos de plata, y las herramientas de su oficio de tundidor: dos pares de tijeras, tablero, banco y frisadera.
Teresa, de familia más pudiente, recibía de sus padres, entre otros bienes, los utensilios de un obrador textil con «un telar ancho, tres peines, el uno veinteno, el otro dieciocheno y el tercero catorceno, estila, varillas y malla para hacer otro peine veintidoseno, quince tornos, seis bancos y las cardas correspondientes para cinco oficiales», a lo que se añadía, en el interior de la casa, «un telar estrecho y un urdidor, dos canizos y dieciocho sacas para traer lana».
Propietario junto con su esposa de esta pequeña industria, Lorente se asoció con Manuel Modet y Juan Agustín Ezcarti para instalar una pila nueva en el batán de Redín (Fuente de la Salud), y con los mismos, y otros del oficio, en 1800 firmaron con el mayorazgo de Tarazona el arrendamiento del batán de Abajo (Pieza del Conde), lo que les ocasionó varios pleitos con Isidro Antonio Llorente (no confundir los apellidos Llorente y Lorente).
En el catastro de 1818, Lorente Aguado aparecía como comerciante mayorista, interesado en una sexta parte en uno de los lavaderos de lanas estelleses, y arrendador de la recaudación del vino del noveno y excusado, con unas utilidades de 12.860 reales de vellón.
Para 1878, cuando se formalizó el inventario post-morten de Joaquín Florencio Cavero, conde de Sobradiel, el viejo batán había sido sustituido por una fábrica de hilados y un molino, por los que el nieto de Juan Manuel, Álvaro Lorente Ulíbarri, pagaría presumiblemente un alquiiler (José Miguel Lana Berasáin, Terra Stellae XIV).
La fábrica estuvo activa hasta que la convirtió en cenizas un pavoroso incendio que se declaró hacia las dos de la tarde del sábado 7 de agosto de 1937. Las fiestas locales habían acabado el miércoles anterior.
No colaboraron tampoco los vecinos, que por todos los medios trataban de impedirle el uso del agua que su fábrica necesitaba.
Fábrica que estuvo activa hasta que la convirtió en cenizas un pavoroso incendio que se declaró hacia las dos de la tarde del sábado 7 de agosto de 1937.
Desplazados los bomberos de Pamplona, dominaron el fuego hacia las siete de la tarde, cuando ya había destrozado la maquinaria y había consumido la gran cantidad de lana y algodón que almacenaba.
La fábrica estaba en uno de sus mejores momentos, hasta el punto de que trabajaban el doble número de personas que habitualmente lo hacían.
En ella se fabricaban tejidos, bayetas y lonetas. A mediados del año 1929 introdujo una línea de boinas, y surtía de material a muchas familias estellesas que en sus casas confeccionaban prendas de lana para el Ejército.
Álvaro Lorente Ulíbarri, fallecido en Estella el año 1933, fue presidente de la Caja Central de Estella y, como tal, en 1910 participó en la creación de la Federación Católico Social Agraria Navarra. El año 1884 fue alcalde de la ciudad (cargo que repitió en 1930), y en 1890 era el tercer mayor contribuyente.
Su hijo Marcelino, industrial y médico muy popular en la ciudad, obtuvo su título en la Universidad de Madrid, curso 1873-74.
Y Silvestre, hijo de este último, ejerció como Procurador de los Tribunales, y junto con Matías Colmenares fundó el periódico La Merindad Estellesa, que mantuvo su actividad entre los años 1916 y 1937.
En 1927 Silvestre Lorente construyó "la casa de la roca", en la Cuesta de Entrañas, obra del arquitecto Julián Arteaga, pariente de su esposa, que desarrolló, al igual que su padre y abuelo, una gran actividad en Pamplona (de su abuelo, del mismo nombre, es el proyecto de las Escuelas de San Francisco, la desaparecida cárcel, el edificio de la Audiencia, hoy Parlamento de Navarra, el Primer Ensanche pamplonés, y numerosos edificios de estilo modernista). Estos Arteaga eran miembros de la familia del mayorazgo de Arbeiza, uno de los más ricos de Navarra en el siglo XIX y primera mitad del XX.
Pero el que más éxito tuvo fue Manuel Ramón Vicente Modet y Ximénez, nieto de Juan Bautista Modet, nacido hacia 1660 de Mayenne (Bretaña francesa), e instalado en Estella a finales del siglo XVII.
Se desconocen los motivos por los que eligió nuestra ciudad, y también los que le llevaron a falsificar su lugar de nacimiento, que aclaró al testar en 1721: «cuando vine a este Reino y contraje matrimonio en esta ciudad dije ser natural de la ciudad de Lille, en Flandes, y creo se puso así en las partidas de la Iglesia, y oculté el nombre de mi madre, pero en descargo de mi conciencia declaro: soy natural de la ciudad de Mayenne, obispado de Le Mans, en Francia, y mis padres fueron Ambrosio Modet y Renata Boiau, lo que (…) tengo comunicado con mi dicho hijo Antonio», presbítero que junto con su hermano Juan Bautista fue a Mayenne para traer una copia de la partida de bautismo del padre.
Sospecho que ocultar su procedencia francesa estaría en relación con el enfrentamiento político y militar que en el siglo XVII y anteriores existía entre Francia y España. Enfrentamiento que desapareció cuando a partir de la guerra de Sucesión el trono español pasó a un Borbón, lo que fue celebrado con júbilo por los navarros.
A comienzos del XVIII Juan Bautista Modet casó con la estellesa Catalina Martínez, con la que tuvo un hijo al que puso su nombre, y tras enviudar se desposó con una mujer, natural de Villatuerta, que trabajaba de criada en casa de un escribano (este segundo matrimonio parece indicar que ese primer Modet no nadaba en la abundancia).
En 1729 su primogénito casó con una lerinesa, de apellido Ximénez, hija y nieta de comerciantes, cuyo negocio se encargó de administrar. Este enlace, y su trabajo como arrendador de los propios, rentas e impuestos municipales, le dieron notoriedad económica y social.
En 1780 obtuvo Ejecutoria de Hidalguía. Por parte de padre, como descendientes de la Baronía de Modet, y, por parte de madre, como descendiente del palacio de Maquirriáin de Lerín.
En este matrimonio nació Manuel, verdadero artífice del incremento de la fortuna familiar. Compatibilizaba su casa de cormercio con la administración de los derechos del marqués de Andía cobrando el peaje de las reses que subían a pastar a las sierras de Urbasa y Andía y, al igual que su padre, fue arrendador de los propios, rentas e impuestos municipales.
Este acaudalado comerciante y exportador de lanas probó fortuna en todos los sectores de la actividad industrial de Estella, saliendo airoso de casi todas las iniciativas que tomó. En 1773, junto con comerciante tudelano Lorenzo Esteban Iriarte y los estelleses Juan Miguel Piedramillera y Joaquín Baráibar, en el Palacio del Gobernador montó la primera fábrica textil de Estella. Pronto se quedó como único propietario de la industria, en la que declaró haber invertido 22.000 pesos, y en sus cinco telares anchos fabricaba piezas de paño y bayetas que imitaban a las de Alconcher y Miliquín, y en sus cuatro telares estrechos tejía cordellates regulares y finos imitando a los de Montauban, anascotes, estameñas, bayetones rayados, lisos y de terciopelo, sayales pardos franciscanos, bayetas moteadas y muletones para forros.
Todos sus productos, gracias a las nuevas técnicas que implantó, como la utilización de orinas calientes para la limpieza de la lana, eran competitivos, de elevada calidad, e imitaban muy bien los paños franceses e ingleses.
La fábrica era importante, y su margen de beneficios se estimaba en un 2%, algo que ahora puede parecer poco. En 1780 Manuel presumía «de dar empleo a más de 400 personas, entre otras, a los “ociosos” de la ciudad» (entonces la holgazanería estaba prohibida. Los mozos de labranza que no querían trabajar eran prendidos y metidos en la cárcel, y los vagamundos que iban de pueblo en pueblo siendo útiles para el trabajo, por la primera vez debían ser azotados y desterrados y señalados con una marca que para ello habían con objeto de que fueran conocidos, y por la segunda vez, condenados por cinco años a galeras, según consta en las Ordenanzas del Consejo Real del Reino de Navarra, título 29, libro 3º), y tres años después afirmó que consumía más de 2.416 arrobas de lana, que podría doblar si obtuviera los vellones necesarios.
Hacia 1788 empleaba en Estella 250 personas y en Sangüesa, en una sucursal compartida con un socio local, llegaron a trabajar 300 hilanderas que hacían los estambres que utilizaba en Estella. Estambres "desde siete cadejos" a diez y ocho la libra, "compuesto cada uno de seiscientas varas de ilarza".
Los telares de "angosto" servían para fabricar cordetalles finos y entrefinos (cosa rara en España), sayales, sayaletes, estameñas a imitación de las de Guadalupe y Toledo, "anescotes" y castores. También durante la guerra última (Carlos III contra Inglaterra) se fabricaron bayetas moteadas. Y en los telares de ancho fabricaba paños setenos, dieciochenos, veintenos, veintidosenos, veinticuatrenos en diferentes colores, incluso grana. Durante la guerra contra Inglaterra se hicieron, además, bayetas al estilo de las de Alconcher, en tinte negro como las que venían de Inglaterra.
El Gremio de los pelaires, que con técnicas artesanales fabricaba paños para el consumo local, no aceptó de buen grado la iniciativa de Modet, que introducía ideas innovadoras referentes a administración, método de trabajo y nuevas técnicas procedentes de la moderna fábrica de Ezcaray (La Rioja), que Manuel visitó.
Además, Modet y el gremio de pelaires rivalizaban por el control de un tinte y dos batanes de propiedad particular, necesarios para el desarrollo de su respectiva actividad, lo que les llevó a enfrentarse con dureza, pues el gremio en varias ocasiones había denunciado a Modet por la defectuosa calidad de algunos tejidos (el gremio de Pelaires velaba por la calidad de las manufacturas de lana fabricadas en la ciudad; supervisaba los tejidos y exigía que todos los paños llevasen la marca o bulla (se pagaba al ayuntamiento 4 reales por una pieza de quince ramos) que acreditaba su calidad y, en su defecto. señalaban las imperfecciones que encontraban. Incluso podían rechazar los tejidos de baja calidad y detener su comercialización).
Uno de esos batanes, el llamado "de abajo", situado en la Pieza del Conde, además del batán incluía dos oficinas y tinte, era propiedad del mayorazgo de Tarazona, sobre el que el Gremio de Pelaires había firmado en 1766 un contrato de arrendamiento por 25 años con una renta anual de 60 ducados. Contrato que en 1788 Modet denunció porque el arriendo lo tenía un maestro pelaire que era diputado del gremio, lo que no estaba permitido. Situación que el gremio solventó retirándole del cargo.
Cuando venció el arriendo, el gremio firmó un contrato para arrendar el batán llamado de "el Redín", situado en la Fuente de la Salud, mientras que Manuel Modet, Isidro Antonio Llorente y otros comerciantes arrendaron el de Tarazona.
En 1803 el "Almanak Mercantil y guía del comerciante" dice que «D. Manuel Modet tiene en Estella una fábrica de tejidos de lana, suya propia, en la que se construyen paños desde el cuento de dieciochenos hasta treintenos y en ella ha hecho varios vestuarios para regimientos, bayetones, bayetas y muletones, imitados a los ingleses, todo a precio equitativo».
Además del textil, Manuel Modet promovió otras iniciativas en el campo industrial: la construcción de un trujal o molino de aceite, la creación de una fábrica de aguardiente y de un tinte. Para llevar a término estos proyectos industriales necesitaba de la energía producida por el agua. Un bien que estaba controlado por las instituciones públicas -el municipio-, religiosas y determinados particulares que, en la práctica, ejercían un monopolio difícil de romper.
Durante la última década de siglo fueron frecuentes los roces entre Modet, el ayuntamiento, las comunidades religiosas y el Gremio de pelaires. Sospechando que el objeto del trujal era moler la rubia y otras hierbas que necesitaba para su fábrica textil, el Ayuntamiento alegó razones de higiene y de salubridad pública (verter residuos al ríio) para oponerse a la construcción. Elevado el conflicto a los Reales Tribunales, el Consejo Real dictaminó que Modet tenía pleno derecho y facultad para ejecutar en terreno propio el trujal que proyectaba. Habían pasado cinco años desde que presentó la solicitud, y todavía en 1807 algunos propietarios de molinos trujales intentaron inutilizar el de Modet restringiendo el agua que circulaba por la acequia.
En funcionamiento sus telares, Manuel Modet, tras fracasar (1777) la factoría de pañuelos y lienzos pintados que había establecido en San Sebastián, en 1793 se asoció con Jean Faurie, bayonés residente en Pamplona, creando una compañía para comercializar sus manufacturas.
Constituida con un capital de 24.000 pesos (16.000 los puso Modet, y 8.000 Faurie), pronto le sonrió el éxito, y amplió su muestrario con tejidos ingleses e irlandeses, sombreros, botones, pañuelos, abanicos, papel, barbas de ballena, otros productos de gran demanda y, ocasionalmente, armas para corsarios.
Las poblaciones más importantes de Navarra y de los territorios circundantes empezaron a ser surtidas por la sociedad, a cuyas lonjas llegaban productos que, colmando las bodegas de navíos y bergantines, partían de Bremen, Brujas y Ostende, descargaban en Bayona, y regresaban a sus puertos cargados de hierro, acero, colorantes, jabón, lana, cerámica, aguardiente, carne, productos agrarios y de alimentación, que agenciaban y distribuían agentes establecidos en las principales plazas españolas y europeas.
El tráfico mercantil de la compañía adquirió tal volumen que pronto tuvo que acudir a dinero prestado por corredores de comercio de Pamplona, y banqueros de Madrid, París y Londres.
Los beneficios aumentaban exponencialmente. En 1795, al efectuar el primer balance, alcanzaron los 54.618 reales, que ambos socios se repartieron a partes iguales. Tres años después, al realizar el segundo balance, habían alcanzado los 134.918 reales. Pero cuando en 1802 se realizó el tercer balance, los beneficios de esos cuatro años sólo llegaban a 23.836 reales, mientras que las deudas acumuladas, sólo con tres comerciantes de Pamplona, ascendían a más de millón y medio.
Jean Faurie, que se encargaba de la administración de la compañía, era consciente de su situación, «pero para no disgustar a Modet, y temiendo peligrase su honor y pensando que quizá su suerte pudiese mejorar, tuvo la fragilidad de aumentar los haberes y disminuir las deudas, dando así una corta ganancia a la Compañía».
Al enfermar Faurie, su esposa comunicó a Modet que «parte de los males de mi esposo pueden provenir del atraso de los negocios», lo que alarmó y puso sobre aviso a Manuel, que envió a su hijo Juan Miguel a Pamplona, el cual, con la colaboración de un hermano de Faurie, procedió a hacer inventario del negocio, tomando conocimiento del enorme desfase contable. En vista de ello, Manuel Modet, para «evitar más perjuicios a los acreedores», decidió «dar punto a los negocios y convocar una junta general», nos dice Azcona.
Esta situación llevó a la quiebra y liquidación de la sociedad, en la que estuvieron implicados más de 30 acreedores de cinco países.
Con una deuda de más de dos millones de reales, fue una de las más importantes de Navarra (en aquellos años las quiebras eran bastante comunes), lo que obligó al Consejo Real a endurecer la legislación.
Faurie, considerado culpable, fue condenado a una pena de destierro por seis años, el embargo de todos sus bienes, incluidos los personales, y la imposibilidad de volver a establecerse como comerciante en Navarra.
Además de lo señalado, Manuel Modet promovió otras iniciativas, como la construcción de un tinte, un trujal hidráulico, y una fábrica de aguardiente donde décadas antes la Compañía de Caracas había instalado la suya (curva del Trovador y comienzo de la Avda. Yerri).
Cuando en 1786 presentó el proyecto de trujal, se encontró con que rompía el monopolio municipal (había siete trujales de sangre, movidos por animales, y el Ayuntamiento poseía uno hidráulico), y que el agua de la acequia de Los Llanos, con la que pensaba mover sus muelas, era propiedad de la comunidad de regantes. También necesitaba permiso para verter al río el alpechín.
Además, debido a su actividad textil, muchos estelleses sospechaban que en ese trujal no iba a moler oliva, como decía, sino la rubia y otras hierbas necesarias para el teñido de sus lanas.
El enfrentamiento con el Ayuntamiento y el regadío llegó a los Reales Tribunales, que con cinco años de retraso dieron la razón a Modet. Esta sentencia no todos la acogieron bien, y en 1807 algunos propietarios de trujales seguían boicoteándole reduciendo el agua que circulaba por la acequia.
Manuel Modet casó con Mª Josefa Egúzquiza, de Urnieta (Guipúzcoa), donde nació su hijo mayor, Pablo, que a la muerte del padre continuó la actividad comercial bajo la razón social de Viuda de Modet e hijos, y durante la primera Desamortización actuó como agente cobrador de los bienes desamortizados.
Activo seguidor del pretendiente Carlos V, en su casa se alojó el general Santos Ladrón de Cegama cuando vino a Estella a proclamar al rey carlista. Comenzada la guerra, tuvieron que abandonar su casa para que la ocupara el Ayuntamiento y los Urbanos.
El general Quesada lo apresó para intimidar a Zumalacárregui, sin importarle la enfermedad que padecía y que su hermano Juan Miguel estuviera ciego.
Puesto en libertad, durante el mandato de Espoz y Mina fue trasladado a Pamplona. Acusado de haber dado paños de su fábrica a los carlistas (no era cierto, y Mina lo sabía pues varias veces durante la francesada había asaltado su fábrica), y de tener un hijo y un sobrino con D. Carlos, el 22 de noviembre de 1834 lo ajustició dándole garrote. Es probable que con él desapareciera la fábrica textil y el comercio de la lana.
Pablo había contraído matrimonio (1802) en Durango con Mª Leona Rita de Eguía y Sáenz de Buruaga, de cuyo matrimonio nacieron doce hijos, entre los que destaca Juan Bautista Eloy Manuel, bautizado en Estella el 25 de junio de 1825.
Coronel de Infantería y Comandante de Ingenieros, junto con C. Ibáñez e Ibáñez escribió el "Manual del Pontonero" (1853).
Destinado a Cuba (1856) como facultativo de la Dirección de Obras Públicas de La Habana, proyectó en el cayo Piedras del Norte el faro de sillería Los Pinzones, mejoró la carretera de Villa Clara, reformando puentes y pasos de río; continuó el paso de Paredón Grande, y empezó el de cayo Cruz de Padre.
Comisionado a los EE UU para realizar diversas gestiones, a su regreso a la isla proyectó el puente de Puentes Grandes, el acueducto de Vento, el paso de Punta de Maysi, el sistema general de muelles de Cárdenas, el edificio de la Aduana y el de la Bolsa de La Habana; montó la explotación de guano de Cayos de Jardinillos, y reformó, amplió y adapto, los conventos de San Agustín de La Habana y San Francisco de Guanabacoa. Por su intensa actividad en la isla se le concedió la Cruz de Comendador de la Orden de Carlos III (1860).
Regresó a la Península al ser designado diputado a Cortes por Estella, cargo que repitió en tres elecciones, siendo en dos de ellas Secretario del Congreso.
Volvió a Cuba en 1866 para ocupar el cargo de inspector general de Obras Públicas de la isla, y vuelto a Madrid, falleció en 1875 en circunstancias poco claras: según el Cuartel Real, «Lucas Modet, vecino de Estella, nos asegura que su hermano (…) ha muerto de una afección crónica del hígado, y no ha tenido nada que ver con ciertos lances que en Madrid se ha hablado con insistencia».
Casó en París (1859) con la cubana Felicitas de Almagro de la Vega. Su hija Margarita, nacida en Estella, casó con el III marqués de Cortina. Y su hijo Fernando, nacido en La Habana, rehabilitó el título de conde de Casa Eguía y casó con una hija de los marqueses de Guadalmina.
En 1879 fundo en Madrid, junto con Albert Clarke, la empresa "Clarke, Modet & Co.", dedicada a tramitar y gestionar patentes. Hoy la empresa, expandida por Latinoamérica, está en manos de las familias Gómez-Acebo y Pombo, que décadas más tarde entraron en el accionariado.
Trifón, otro hijo de Pablo, casó a Los Arcos con la heredera de los Vértiz Pujadas, comprando el Señorío de Cábrega al Duque de Granada de Ega. Su hijo Manuel casó a Mendavia con la heredera del señorío de Ímas.
Otro Modet, Felipe, que casó a Mendavia, a la hija de Nazario Carriquiri, famoso ganadero de reses bravas y banquero, le compró las 1.754 ha. de Vergalijo, junto a Miranda de Arga.
En la finca, junto a la venta de Carriquiri (así se conocía el único edificio entonces existente), había un molino de agua, el de Cahués, que Felipe, con residencia en Mendavia, Elorrio y Madrid, transformó en central hidroeléctrica, y con otro molino que compró creó la Electra Mirandesa, que suministró energía eléctrica al pueblo hasta los años sesenta.
Hombre emprendedor, amplió con roturos el suelo cultivable, modernizó la explotación agrícola (en 1906 tenía trilladora y bombas de riego movidas por electricidad), y para los colonos construyó un poblado con escuela e iglesia dedicada a Ntra. Sra. de la Asunción.
Además, el poblado contaba con un secadero de cáñamo, un molino de viento, un estanque de piedra en el que se distribuía el agua de riego procedente de la central eléctrica, el rancho donde esquilaban las ovejas, un almacén de tartanas, y la casa grande donde residía a temporadas el propietario.
En medio de las revueltas agrarias de principios del siglo XX, alegando que eran tierras comunales desamortizadas (de las aproximadamente 6.000 ha. del patrimonio municipal, el 60% fue desamortizado o vendido para hacer frente a gastos de guerra, y apenas se reservó el Ayuntamiento 120 ha. para repartir entre los vecinos), en 1908 las intentaron rescatar los jornaleros, que hicieron huelga de brazos caídos, y fueron a por el propietario, que junto con su familia evitó el encontronazo al marchar apresuradamente. Tras el incidente, cincuenta guardias civiles llegaron a Miranda, deteniendo a más de veinte vecinos, alguno de los cuales fue procesado y pasó más de dos años en la cárcel.
Al año siguiente, previa petición de la Veintena (la formaban los mayores contribuyentes del pueblo), se estableció en Vergalijo un cabo y cinco guardias civiles, que vigilaron el poblado junto con los cinco guardias del dueño, lo que no evitó hechos como el apedreamiento del coche de Modet, el robo de cobre del tendido eléctrico, o la tala de árboles en sus sotos.
Diez años más tarde, demandando los jornaleros el reparto de tierras de una dehesa que los grandes propietarios querían que continuara como soto para alimento del ganado de reja, la Guardia Civil, requerida por la Alcaldía para evitar previsibles alteraciones de orden público, disparó de forma indiscriminada contra la multitud, matando tres jornaleros y una mujer. La reacción de los mayores propietarios fue levantar un edifico destinado a cuartel de la Guardia Civil, y trasladar a él la dotación de Vergalijo.
Durante la Segunda República, con motivo de la reforma agraria que no llegó a ejecutarse, la familia se negó a vender las tierras, y varias fincas fueron invadidas por campesinos, que llegaron a quemar algún pajar.
«A pesar de ello, durante la guerra del 36 al 39 los dueños de Vergalijo no fueron vengativos. Acogieron a alguna familia represaliada de Miranda e incluso dieron trabajo en años posteriores a jornaleros, sin importarles si habían sido de derechas o de izquierdas. Entonces, como ahora, sólo miraban si eran o no buenos trabajadores», dice el historiador Juan Jesús Virto, natural del pueblo.
Felipe cultivaba las tierras directamente y mediante medieros. En 1920 vivían en el poblado 113 personas, y en sus cultivos de lino, cáñamo, remolacha, maíz, etc., daba trabajo a numerosos jornaleros de Miranda de Arga y su entorno, que llegaban al tajo andando, cada uno con su herramienta y «su sartenica de tres patas para hacerse allí la comida», recuerda Cruz Garbayo, antiguo trabajador de la finca.
El declive de Vergalijo comenzó en los años 60 con la emigración de los jornaleros de los pueblos a las zonas industriales del País Vasco, y hoy la finca se está vendiendo en lotes.
Para saber más:
Conflicto agrario en Navarra. Miranda de Arga… José Miguel Gastón Aguas.
Comercio y comerciantes en la Navarra del siglo XVIII. Ana Mª Azcona Guerra.
diciembre 2013