Cuando en estos tiempos nombramos la palabra “feria”, sin ningún complemento, nos referimos a la feria de ganado. No siempre fue así. Históricamente la “feria” fue la época del año (quince o veinte días, generalmente) en la que se comerciaba con todos los productos posibles, dentro de un marco regulado jurídica, social y económicamente (los productos estaban libres de impuestos), abierto a un comercio internacional que no estaba presente en los mercados semanales, circunscritos, estos, en un marco comarcal.
La foto más antigua que conozco. Será de alrededor de 1920. En el centro de la imagen la caseta que albergaba la báscula para pesar cerdos. Foto Ana Mª López de Araya.
Veamos lo que al respecto nos dice Alfredo Floristán Imízcoz en su libro “La Merindad de Estella en la Edad Moderna: los hombres y la tierra”: «Los mercados tenían una frecuencia semanal y duraban un solo día […]. Eran el centro de aquellas transacciones, vamos a llamarlas “ordinarias”, que se realizaban, generalmente, al por menor y a lo largo de todo el año de forma más o menos regular. No guardan una relación tan directa con el calendario agrícola o ganadero como las ferias, y el volumen de productos y el dinero manejado es también menor. Compradores y vendedores acuden al mercado desde los pueblos de la comarca circundante que no distan, por lo general, más de una jornada de camino, ida y vuelta. En la mayor parte de las ocasiones, son medianos o pequeños propietarios que venden sus excedentes agrícolas y ganaderos, o efectúan pequeñas compras. Otra característica esencial de los mercados es que se celebran en una gran población; esta no es sólo el escenario donde se realizan las transacciones, sino que ella misma produce y consume gran parte de los productos en venta».
«Las ferias –sigue Floristán-, por el contrario, se celebraban una vez al año, a lo sumo dos, y duraban más de una semana […]. Predominaban las transacciones «extraordinarias», que se realizan una vez al año: la compra del grano o del vino que se prevé necesario para el consumo anual, las caballerías o animales de granjería y trabajo, etc. En las ferias se comercializaba gran parte de los «excedentes» agrícolas o ganaderos del año: guardaban más estrecha relación con el calendario agrícola que los mercados […]. El volumen de productos intercambiados y el dinero que se manejaba superaba con mucho el de los días corrientes de mercado. Compradores y vendedores acudían desde lugares mucho más alejados, incluso de fuera de la merindad, a varias jornadas de camino, atraídos por estas mismas circunstancias de duración y especialización. Por eso se procuró evitar que coincidiesen las fechas de las distintas ferias».
Y dada la diversa procedencia de compradores y vendedores -dice Juan Ignacio Ruiz de la Peña Solar en “Ciudades y sociedades urbanas en la España medieval, siglos XIII-XV”-, «Los comerciantes gozaban de una especial protección jurídica tanto en el tránsito hacia los lugares donde les llevaban sus negocios y en el retorno como en el tiempo de su permanencia en ellos. La paz del mercado protegía a los que concurrían a las ferias y al mercader».
La Jaca Navarra es de poca alzada y están dentro de la categoría de ponis. Fueron muy buscados por los valencianos, que por su docilidad, fortaleza y pequeño tamaño les eran muy útiles para trabajar en los naranjales.
Es evidente que en las comunidades humanas siempre ha habido intercambio de productos, sea mediante trueque o por medio de dinero, pero las “ferias” solo podían darse en sociedades jurídicamente organizadas, en las que los burgueses tenían la capacidad de crear una estructura económica próspera y estable, y en poblaciones situadas en puntos estratégicos de comunicación. Son un producto de la Europa que “nació” a partir del año 1000.
Nos lo dice Henri Pirenne en “Las ciudades en la Edad Media”: «En el siglo X Europa dejó de ser oprimida sin piedad, recuperó la confianza en el porvenir y, con ella, el valor y el trabajo (...). La primera "paz de Dios" fue proclamada en 989. Se inician las Cruzadas, avanza la Reconquista, aumenta la población, y a partir del año 1000 comienza un periodo de roturación que continuará, ampliándose siempre, hasta finales del siglo XII (...). Europa se colonizó a sí misma merced al crecimiento de sus habitantes.
Resurge el comercio, con el cual se inicia, ya antes del siglo XI, un periodo de renacimientos. Primero surgió en Venecia, que, protegida en la laguna, siempre dependió del Imperio Bizantino, en el que Constantinopla era la única ciudad del mundo cristiano que podría compararse a las ciudades modernas. Los escandinavos también comercian con Bizancio y Bagdad a través de Kiev, y son los causantes del renacer económico de la costa flamenca.
Sólo en el siglo XII, con la penetración económica que llega de las costas, se transforma definitivamente la Europa occidental. Bajo la influencia del comercio, las antiguas ciudades romanas se revitalizan y se repueblan. Enjambres de comerciantes se agrupan al pie de los burgos (...), al borde de los ríos (...) y en las encrucijadas de las vías naturales de comunicación (...). Al propagarse por el interior, los movimientos procedentes del Norte y del Sur acabaron por encontrarse (...) a medio camino de la vía natural que va de Brujas a Venecia, en la llanura de Champagne, donde, desde el siglo XII, se situaron las famosas ferias de Troyes, Provins y Bar-sur-Aube, que, hasta fines del XIII jugaron, en la Europa medieval, los papeles de bolsa y clearing house».
Otra raza navarra es el caballo de Burguete. De mayor tamaño que la Jaca Navarra, es un cruce entre la Jaca Navarra y caballos franceses y belgas de gran alzada.
Las primeras ferias champañesas, las de Troyes, ya se mencionan en el año 1114. Les siguieron las de Provins, Lagny, Bar-sur-Aube y otras poblaciones del condado de Champaña, y desde Champaña llegaron a Estella de la mano de su conde Teobaldo IV, primer de rey en Navarra de la dinastía champañesa, que el año 1251 concedió a Estella una feria de quince días, del 15 al 30 de octubre, disponiendo que «De dónde quiera que vengan, que vayan y que vengan con sus cosas, salvos y seguros, yendo y viniendo, y que no sean detenidos en todo nuestro reino si no fueren deudores».
La elección de Estella no fue casual: era la población económicamente más desarrollada del reino; poseía el núcleo burgués más potente de Navarra; estaba al pié de una de las vías de comunicación más importantes de Europa (Camino de Santiago); ubicada en el punto de encuentro entre las economías complementarias de la Montaña y la Ribera; al pié de una vía por la que circulaban los rebaños trashumantes que transitaban entre la sierra de Andía y las Bardenas, lo que siempre ha favorecido el intercambio de productos; y el rey, en Estella, se hallaba como en casa: los burgueses hablaban la lengua del mediodía francés. Circunstancias, todas ellas, que llevan al Padre Moret, en sus Anales, a escribir que en los siglos XIII y XIV, por su comercio, Estella «podía compararse con el de la ciudad de Burgos y con el de Brujas». Otros autores la llaman “Segunda República del Reino”.
Foto del año 1964. En las fotos anteriores a la motorización del agro en las ferias predomina el animal de tiro y reja, con mayor presencia del mular.
Parece que esa feria ya no existía cuando los reyes Blanca y Juan II, el 6 de marzo de 1436, nos concedieron dos ferias francas de quince días cada una; la primera diez días después de la Pascua de Resurrección (por su escasa aceptación, al coincidir con tiempo lluvioso, en 1505 fue trasladada al primero de septiembre, lo que no resultó, a pesar de que «el mes de septiembre es el mejor mes para contratar que todos los del año», nos dice Francisco de Eguía y Beaumont en su “Historia de la Ciudad de Estella”), y la segunda a partir del 11 de noviembre, festividad de San Martín («el día de San Martín, una fecha clave del calendario hagiográfico, económico y popular. Ese día, que marcaba simbólicamente el principio de la estación fría, se celebraban grandes ferias y toda clase de regocijos; se pagaban las deudas, se ponían a buen recaudo las provisiones…», nos dice Michel Pastoureau en “El oso. Historia de un rey destronado”), con el privilegio de que «ninguno que a ellas fuere, sea navarro o extranjero, pueda ser preso o embargado durante dicho tiempo de ferias, ni por deudas, ni por obligación alguna, como no sea por delito de lesa Majestad, moneda falsa, fuerza de mujer, robo manifiesto en camino, rompimiento de salvoconducto, sacrilegio y desacato público a la Autoridad».
La no continuidad de la feria de 1251 se deduce de que tanto en el documento de concesión como en otros de la época no se la citara, y que, de existir, habría acabado once días antes de la concedida en 1436, lo que carece de lógica.
Cría mamando a su madre.
Los motivos de esta segunda concesión están meridianamente claros: el agradecimiento a la población por su vinculación y lealtad a la causa agramontesa en las guerras civiles que asolaban Navarra (por causa de la «nociba disensión del reino, e por la intolerable persecución de los rebeldes, había muchas casas e heredades derruídas, caídas, mermadas e desfechas, en grant disformidad e desfacimiento de la dicta villa, la cual era mucho despoblada»), y por la extrema decadencia que se abatía sobre Estella.
La Peste Negra (alrededor de 1350) y la perdida de importancia comercial del Camino de Santiago al haber desviado Castilla su tráfico hacia los puertos de la costa de Cantabria y del País Vasco (a partir del año 1200 Castilla creó rutas que comunicaban la meseta con la costa), sumieron a la población en una grave crisis que se manifestó en enfrentamiento entre bandos (Ponces y Learzas), cofradías (la de Salas y la de los XL de Santiago), y, como hecho más grave, el asalto a la judería (1328). Fue la mayor crisis de la historia de Estella. El pueblo estaba muy pobre, muchos vecinos se habían ausentado, y otros estaban a punto de marcharse, dicen los reyes en la concesión del privilegio.
Veamos algún dato. En el censo de 1366 contaba Estella con 829 fuegos (equivalentes a 4.145 habitantes), mientras que Pamplona tenía 968 fuegos (4.840 habitantes); en el barrio de San Martín vivía «un mínimo de 16 mercaderes, tenderos o especieros junto a una significativa presencia de cambistas, teniendo en él residencia parte de los hombres de negocios más importantes del reino. Sin embargo, en 1427 toda esa actividad parece haberse esfumando como el humo», quedando reducida su economía a «actividades económicas basadas en su condición de mercado natural entre dos economías complementarias propias de dos ecosistemas diferentes», nos dice Juan Ignacio Alberdi Aguirrebeña en “Actividad comercial en el espacio urbano medieval. El ejemplo de Estella”.
El collarón fue un gran invento para aprovechar la fortaleza de caballos, mulos y burros. Los anteriores sistemas, durante el trabajo, dificultaban la respiración de los animales.
Las fechas de las ferias están bien elegidas en función de las actividades agrícolas y ganaderas de la comarca, pero no se mantienen, como luego veremos, a pesar de que «Parece que las nuevas ferias dieron el resultado esperado, convirtiendo al barrio de San Juan en el más activo comercialmente. Como reacción de los otros barrios, buscando el equilibrio y el desarrollo de todos ellos, el Regimiento (Ayuntamiento) solicitó la alternancia entre los tres barrios a fin de que éstos “se vayan poblando a causa delas dichas ferias como se ha poblado acausa dellas la dicha parrochia de Sant Joan”».
Y sigue Alberdi: «Vemos por tanto como sucesivamente se van desarrollando unos espacios comerciales adaptados a las distintas necesidades del momento: tiendas aptas para el comercio permanente en los años del florecimiento del Camino Francés, plazas en las que celebrar las reuniones comerciales periódicas de mercados y ferias. En el momento en que el comercio permanente de la villa parece entrar en franca decadencia, los distintos barrios buscarán en la posesión de las ferias el elemento que actúe como motor de una actividad económica cada vez más basada en la venta y transformación del ganado, en una actividad adaptada al papel de centro del comercio regional».
Instantánea de la feria del año 2008.
Petición que el 28 de octubre de 1514 atendió Fernando el Católico, concediendo la alternancia entre barrios, para volver pronto, definitivamente, al de San Juan. Ningún otro barrio, con su amplia plaza, y el Prado que ocupaba la actual plaza de Santiago, tenía espacios más adecuados.
«La disposición morfológica de esta población (la Población de San Juan, que junto con los burgos de San Miguel y de San Martín conformaban Estella) está condicionada por el mercado semanal, que exige la existencia de una amplia plaza central de forma cuadrangular, llamada plaza del Mercado Nuevo. Una calle principal, la calle Luenga o Mayor, vertebra el espacio. Tres calles, más o menos paralelas, asientan a los gremios: son las calles Carpintería, Tecendería y Navarrería. Hacia el portal de San Juan, horadado en la roca, un gran espacio acomodado a la orografía y que se va cerrando progresivamente por razones defensivas alojaba las ferias importantes. Se le llamaba la plaza del Prado (nunca fue una zona de huertas, como afirman algunos), y no se habitó hasta el siglo XVI. De este lugar hasta la plaza del Mercado Nuevo, la conexión se hacía o bien por la carrera Luenga o en la zona norte por la calle Calderería», nos dice Juan Carrasco Pérez en “Los judíos del reino de Navarra”). Los paréntesis son míos.
Y para hacer más accesible la comunicación entre las dos plazas, «Por acuerdo municipal de noviembre de 1539 se mandó censar la plaza del Prado de San Juan con el fin de edificar casas y abrir calles […]. Los solares fueron adjudicados en 1541. Dos años más tarde, don Diego Hurtado de Mendoza, marqués de Cañete y virrey de Navarra (1534-1542), ordenó derrocar unas casas «en el Mercado Nuevo para hacer nueva calle» que comunicara directamente las dos plazas donde tendrán lugar ferias y mercados» (Toponimia de Estella, de Jimeno Jurío). Y esa nueva calle, la primera que se abría desde la fundación de los barrios, fue llamada calle Nueva, nombre que popularmente conserva.
Plano del año 1796. Cerca de doscientos cincuenta años después de la apertura de la calle Nueva, se completó de abrir la calleja del Horno. Plano del año 1796. La plaza de Santiago era un pequeño mundo al servicio de la gente que acudía al mercado y a la feria. En ella, o en sus proximidades, estaban las tres guarnicionarías de la ciudad, las dos basterías, dos molinos y tiendas de piensos, los tres gaiteros, alpargaterías y tiendas de semillas, esquiladores, un hotel y tres fondas, veterinario y herradores, herrerías, dos hornos de asado, abarquerías, etc. Ahí comenzaron en Estella las tiendas de ropa económica al servicio de los mercadillos…
Antes he dicho que la fecha no se mantuvo. Veamos lo que nos dice Alfredo Floristán Imízcoz en “La Merindad de Estella en la Edad Moderna: los hombres y la tierra”: «En 1436, había obtenido privilegio de los reyes Don Juan y Doña Blanca de celebrar dos ferias francas anuales; la primera comenzaba el décimo día después de Pascua, y la segunda el día de San Martín (11 de noviembre); ambas duraban 15 días. En 1505, y a instancias de la ciudad, los reyes conceden que el inicio de la primera de ambas ferias se trasladase al día 1 de septiembre. A mediados del siglo XVII, en 1652, los estelleses pidieron que se modificase la fecha de inicio de la otra feria, la de San Martín, por coincidir con la que se celebraba en la villa de Urroz (reciente concesión del Virrey, dista de Estella más 50 kilómetros en línea recta); el motivo que exponen para tal cambio es bien claro: «Los que acuden con sus mercaderías y ganados a vender y comprar a la una, están privados de concurrir a la otra». Se pusieron ambos pueblos de acuerdo y Estella retrasó el inicio de la suya al día 4 de diciembre. La solución tampoco fue definitiva y, en 1709, la ciudad del Ega volvió a pedir en las Cortes una modificación, esta vez esencial, en sus dos ferias: que se fundiesen en una sola, de 20 días de duración, y que se trasladara al mes de agosto, a partir del día primero. Pero tampoco en esta ocasión se resolvió el asunto a gusto de todos y en las Cortes de 1765-1766, los estelleses obtuvieron un nuevo cambio. Argumentaban que «la inmediación de la Feria de Pamplona y de ser esse tiempo el más preciso para la recolección de los frutos, hacía menor el número de los concurrentes»; lo mejor sería, dicen, «si se redugesse a su primitivo estado», es decir, se volviese a la fecha tradicional del 11 de noviembre, con duración de 20 días hasta el 1 de diciembre. No se recuperan, sin embargo, las dos ferias que habían existido hasta principios de siglo […]. A modo de hipótesis cabría sospechar que triunfó primero la opinión de la ciudad y de la «burguesía» que hacía en agosto la cobranza de sus ventas y préstamos a los campesinos en grano, para imponerse al final la conveniencia de la merindad, en una feria de noviembre, esencialmente ganadera».
Aceptando la hipótesis de Floristán, en mi opinión, tantos cambios demuestran que la feria no tuvo la pujanza deseada. Menor, en todo caso, a las ferias de Pamplona y Tafalla, y que el cambio de noviembre a diciembre no estuvo motivado por razones económicas, sino por acercarse a la festividad de San Andrés.
Foto del año 1961. Ocupado el centro de la plaza por los animales de trabajo, en la cuesta de Entrañas y la calle Calderería se exponían los potros.
No terminaron en el siglo XVIII los cambios. A principios de la década de 1990 el Ayuntamiento tuvo la “brillante” idea de que se celebrara el primer domingo de diciembre (hasta entonces comenzaba el día 1), haciéndola coincidir con la feria de León, lo que hizo que los ganaderos cántabros dejaran de venir a Estella.
Para más inri, el domingo está todo el comercio cerrado. En 2005, desde ha Asociación de Comerciantes se hicieron llamamientos para que abrieran el domingo los establecimientos asociados. Poco éxito tuvieron: de los 200 asociados solo abrieron 12, para no abrir el año siguiente. Esto opinaban ese año algunos comerciantes: «Si mayoritariamente se ha decidido cerrar será porque se ha visto que no es un día rentable. Y abrir sin unión tampoco sirve de mucho porque los visitantes no se percatan de la iniciativa y más en un día cuajado de actos». Otro: «Si abriéramos todos, con el tiempo sería un gran día de ventas. Y también contribuiríamos a dar más vida a Estella». Otro más, después de afirmar que la gente no viene a comprar: «Aunque quizá si abriéramos todos se convertiría en un buen día, como pasa ahora con Jueves Santo».
Menudo cambio: en los años 60 y 70 del pasado siglo, los establecimientos comerciales de todo tipo estaban abiertos de la mañana a la noche, sin cerrar a mediodía, y el día de San Francisco Javier era el mejor de todo el año. Según me dijo una vecina, con tienda mezcla de ultramarinos y abarquería en la plaza de Santiago, “el negocio lo hacían en ferias”. Y las ferias eran los días más adecuados para abrir negocios: La Teatral Estellesa en 1918; el café-bar Monjardín en 1947…
Quien estas líneas escribe, en el nº 255 de la revista Calle Mayor, 6 de febrero de 2003, insistí (era el tercer año que lo hacía) en que si no se respetaba la fecha anterior (1 de diciembre) convenía trasladar «la Feria al sábado», con el comercio abierto, y llenar de actividades todo el fin de semana. Mi insistencia cayó en saco roto (nadie es profeta en su tierra), pero el pasado año, 2017, la feria se trasladó del domingo al sábado. En esta ocasión, el profeta ha sido la larga crisis que arrastra el comercio estellés.
Esto decía el hostelero Jorge Ruiz Luzuriaga respecto al traslado al sábado (Calle Mayor nº 649, 30-11-18): «Se hizo el año pasado un intento y se pasó al sábado, pero no salió buen día y no se pudo valorar con certeza. A ver cómo se desarrolla este años. La idea es que venga la gente, que haya más pernoctaciones, que los visitantes pasen un fin de semana entero, no sólo unas horas el domingo por la mañana. La idea es buena pero la feria responderá».
En estos momentos Estella no dispone de muelle donde poder cargar los animales.
Dos siglos después de que la ciudad fundiera sus dos ferias en una, Estella volvió a tener su feria de primavera y su feria de invierno. Y como la feria de invierno comenzaba al día siguiente de la festividad de nuestro patrón San Andrés, el año 1919 el Ayuntamiento acordó instaurar la feria de primavera coincidiendo con la festividad de nuestra patrona la Virgen del Puy (25 de mayo).
Así recogía la noticia La Merindad Estellesa del 3 de mayo de 1919: La idea «fue por todos aceptada con entusiasmo. Era en efecto muy conveniente establecer una feria más en Estella para satisfacer las necesidades de su comarca, parte de la cual se veía precisada a recurrir a las ferias de Irurzun, Tafalla, Calahorra y otros puntos. Con la de San Andrés, no se podía atender a las exigencias de nuestros comarcanos».
Tuvo corta vida por culpa del tractor. Esto decía la prensa: «La feria de ganados del Puy se celebró el 26 de mayo de 1954 muy concurrida de ganaderos y ganados. Las ventas fueron escasas y los precios muy bajos porque el tractor se estaba imponiendo. Había mulas de labor desde 3.500 Pts., yeguas de vientre a 6.000 y 7.000, la pareja de bueyes de 12 a 14.000 y las vacas lecheras desde 4.000 Pts. ».
En las ferias de mayo los animales se exponían en Los Llanos. Al fondo podemos apreciar el puente del ferrocarril. Foto del año 1954.
Dos años más tarde Pedro Mª Gutiérrez Eraso también se refiere al tractor: «Llegaban las ferias, se inauguraba el poblado de madera, nacido en la vieja Plaza de los Fueros, y todo estallaba en ruidos, luces y esa alegría contagiosa que dan los olores de los churros, las musiquillas de aristón de los tiovivos, los altavoces de las barracas con atracciones, los timbres, las campanillas y las voces de los vendedores de todas clases.
Los chicuelos mirábamos y remirábamos todo con ojos de asombro, circuyendo el anillo de la Plaza, Allí, las barracas de tiro, rodeadas de soldados, con las cintas, dianas y sus premios, botellines de vermut y muñequitas ingenuas de «ballet», a quienes las moscas groseras faltaban al respeto, llenándolas de puntitos; más allá, la barraca donde se adivinaba el porvenir, echando una monedita por la ranura correspondiente al mes del nacimiento. La barraca se anunciaba con un timbre estridente que no cesaba de sonar y el dibujo descomunal de un hindú con turbante, que, con ojos de tigre bengalés, hipnotizaba casi siempre a un numeroso grupo de aldeanos de la ribera. A veces, «el destino» tardaba en dar la respuesta y con unos golpecitos se le despertaba; otras veces, el destino estaba acatarrado y tosía como un desesperado, preocupándonos a los críos estas bronquitis misteriosas que extendían un incipiente escepticismo en nosotros.
Todo esto se va; los tractores acabarán por convertir las Ferias en un inmenso almacén de piezas y repuestos. El progreso lo exige y nos obliga a aceptarlo».
Y para mantener la feria de primavera sin ganado, el año 1954 se inauguró la Feria Industrial y Agrícola, llenando Los Llanos de casetas y herramientas. Su vida también fue corta.
Instantánea de la Feria Agrícola-Industrial que se celebró en Los Llanos.
El fin de la venta de ganado en la feria ha sido una muerte anunciada: el ganado de la tierra sólo se vende para carne, y las empresas que lo comercializan lo compran directamente donde se cría. Por otra parte, llevar el ganado a la feria es una ruina: hay que hacer mucho papeleo (la Guía) para poder transportarlo; el transporte es muy caro; y nada garantiza que compense el precio que surja del trato.
En estos últimos años, las decisiones -o dejaciones- que se han tomado en torno a la feria han sido muy desafortunadas: el cambio de fecha que he comentado; mantener el recinto ferial en la plaza de Santiago, sin facilidades para carga y descarga y con una aglomeración de gente que dificulta el manejo de los animales, corriendo el peligro de sufrir una coz o un atropello... Pero a estas alturas ya no importa porque el ganado desaparece.
Estos últimos años se le han buscado alternativas. Desde el año 2007 se celebra el Concurso morfológico de la Jaca Navarra. Entre el 2004 y el 2007 se celebró la Feria de la Trufa. Todos estos años se llena la plaza de los Fueros de puestos de venta de artesanía y alimentación. Y los carniceros obsequian con potro o cordero asado.
Asado del potro –o ternera- que se ofrece a los visitantes a la feria
Pero concentrar todas actividades en un solo día, el domingo, ha sido, quizá, la más desafortunada de las decisiones. Mientras que en otras poblaciones se mantenía la fecha tradicional y se programaban actividades durante tres o cuatro días, aquí, con todo en el domingo, no eran pocos los visitantes que difícilmente podían encontrar un hueco en los restaurantes o en la barra de los bares.
Afortunadamente, el año pasado se programaron actividades durante dos días, y también este año. Recojo, a grandes rasgos, las actividades más importantes organizadas este año 2018 para atraer visitantes. Sábado: Feria de ganado; mercado de productos artesanos; concurso, elaboración y degustación de queso; concentración de jinetes y amazonas; simulación de bajada de ganado de la sierra; festival de danzas; degustación de ternera asada; partido de pelota... Domingo: mercado de productos artesanos; Concurso morfológico de Jaca Navarra; degustación de pinchos de potro a la brasa; demostración del proceso de elaboración de sidra; degustación de productos ecológicos; cata de aceites...
Pero desde que en 1977 la Diputación Foral estableció que en el calendario laboral sólo podía haber una festividad local, el día de San Andrés quedó como otro día de invierno, con visita del Ayuntamiento al Patrón. Durante varios años las sociedades gastronómicas le dieron algo de color ofreciendo pinchos gratis (el año 2017, por ejemplo, las sociedades gastronómicas Los Llanos, Peñaguda y Ordoiz repartieron 120 kilos de chistorra, 60 de panceta, 120 litros de refrescos, 400 barras de pan y 300 botellas de vino, a lo que hay que añadir jamón asado, lomo con tomate y pimientos, y bacalao al ajoarriero). En 2009 todo esto era historia, para volver a ser un día más de un triste invierno. Este año se recuperan los pinchos, pero ya no son gratis: al precio simbólico de un euro, un pincho de migas de pastor con un huevo frito y un vino (como curiosidad, en los programas de actividades que ha publicado la prensa no he encontrado ninguna referencia a estos pinchos: parece que eran sólo para los de Estella y se quería evitar el efecto llamada).
En la feria de alimentación y artesanía que acompaña a la feria se pueden degustar los productos típicos de la tierra.
¿Cómo era la feria en tiempos más o menos lejanos? Según Antonio Ramírez de Arcas (“Itinerario descriptivo de Navarra”, 1848), la feria de Estella «consiste en frutos, tiendas de todas clases de mercaderes del Reino y extranjeros, tejidos de lana de las fábricas de la ciudad, estambres y especialmente en caballerías de todas clases». Según este autor, duraban del 11 al 30 de noviembre. A principios del siglo XX duraban del 30 de noviembre al 9 de diciembre. En 1929, nos dice Delfín Irujo en su trabajo para obtener el título de ingeniero, duraba cinco días.
Cuando yo era adolescente, la plaza y las calles adyacentes se llenaban de ganado (el vacuno se vendía a la entrada de Los Llanos). Duraba cuatro días. Los valencianos venían a por la Jaca Navarra, que por su robustez, tamaño y nobleza, les era muy útil para cultivar los naranjales. Los mulos, caballos, potros, mulatos, quincenos, etc., llegaban por centenares, en el tren, en camiones, andando... La cuadras se llenaban de ganado. Las casas de huéspedes se abarrotaban de ganaderos. Las cuadras de mi casa se llenaban de potros que llegaban de Loza, y en las camas en las que el resto del año dormíamos nosotros, pasaban la noche los ganaderos (Qué habrá sido de Juanito...). Mi padre colocaba sogas en los soportales de casa, y cobraba por atar a ellas ganados. La de Estella era la última feria del año, y los ganaderos buscaban quitarse del ganado que durante la primavera, verano y otoño había pastado libremente en los montes, y con las primeras nieves tenía que ser recogido y alimentado en las casas, lo que no era posible ni rentable.
Ferias del año 1944. A principios del siglo XX, y en tiempos anteriores, había personas que se sentaban en la plaza, con su caldero de comida y un pozal de agua –no había agua corriente-. El plato en el que ofrecían su alimento, lo limpiaba un perro lamiéndolo, o la enjuagaban en el pozal, en el que, eventualmente, habían evacuado sus aguas menores. Y todos contentos: la vendedora, por hacer negocio; el comprador, por saciar su hambre.
Días antes de la feria, el Ayuntamiento forraba con alambre de espino los árboles de la plaza para evitar que los animales, hambrientos, mordieran la corteza de los tilos. Había gente que sólo salía del pueblo para bajar a la feria de Estella. Y muchos matrimonios eran acordados llevando a los posibles futuros novios a “vistas” (a que se conocieran, aunque la primera y última palabra la solían tener los padres previo acuerdo de las dotes).
José Goya y Muniáin, de Azanza, valle de Goñi, el 18 de agosto de 1797 aconsejaba a su hermano: «Cuando hayas de ir a alguna de esas ferias (Estella, Tafalla o Pamplona), no digas nada en público, porque no te suceda algún fracaso o pesadumbre si las gentes saben que vas a la feria y que llevas dinero (…). En las ventas (…) procura cobrar el dinero y entregarlo a algún mercader que te dé letra de ello contra algún otro mercader de Pamplona».
Esperando comprador
En la feria hacían su agosto los carteristas. La Merindad Estellesa de 5 de diciembre de 1931 recogía: «El acuerdo tomado […] por nuestro Excmo. Ayuntamiento de traer 2 números de la policía secreta para los días de ferias no ha podido dar mejores resultados. 14 carteristas, todos ellos fichados, y acreditados por actuaciones anteriores, en apoderarse de lo ajeno, han pernoctado en los amplios salones del Palacio de los Duques de Granada de Ega (la cárcel), durante los días de ferias. Hemos visto que a su detención han contribuido eficazmente los guardias Municipales de Estella, que algunos de ellos vestidos de paisano, no han dejado “trabajar” a ninguno de los 14 sujetos. En vista de que en Estella les era muy difícil el desvalijar a ningún comarcano, comenzaron sus fechorías cuando estos regresaban a los pueblos, pero enterado de ello los policías se trasladaron a Ancín y de allí también trajeron a 3 en un coche, habiendo sido sorprendidos sin terminar su labor. Felicitamos a los policías Gubernativos y Guardias Municipales por haber evitado que a pesar de la gente que ha habido en Estella estas ferias no se haya registrado el menor robo…».
Y en el juego se iban las ganancias: «Las ferias eran realmente las que hacían convertir a Estella en un Montecarlo, pero sin ruleta, ya que entonces, incluso los no aficionados, los no habituales, se jugaban hasta la camisa […]. El que venía a la feria a vender sus caballos o sus mulas, o cualquier clase de ganado, y con el importe de sus ventas se acercaba a las mesas de juego y perdía, como era lo habitual, entonces era cuando tenía que echar mano de los carteristas. Mano en el sentido que cuando retornaba a su pueblo con la bolsa vacía, había que sacar la excusa necesaria para que no le soltase la paliza su padre o su mujer si era casado. Decir en su casa que le habían robado la cartera con el importe de la venta del ganado era lo habitual, aunque se echaba mano más al otro sistema, y era el decir que la había perdido, no en el juego, sino en la calle, y entonces, para justificar dicha pérdida, normal era llevar un recibo que le expedía el señor Castejón, el que echaba los bandos, para que en casa le creyesen», dice en uno de sus escritos Juan Satrústegui.
Los caballitos enanos también están presentes en la feria.
El año 1918 fue especial: libre de gripe la ciudad para esas fechas, las ferias de Estella fueron las únicas celebradas en Navarra. Fueron unas ferias felices.
El de 29 de noviembre de 1918, La Merindad Estellesa le publica a “Montejurra” una poesía de la que subo un fragmento: «Pasó la grippe, lectores, / con sus hórridos horrores […]. Sigamos, pues, adelante / y en estilo coruscante / ¡olé ya! / que alegra las caras serias / cantemos las grandes ferias / que con rumbo sin segundo / Estella celebrará / con pasmo de todo el mundo […]. En la plaza de San Juan / habrá una fuente de vino, / un depósito de pan, / donde, si no se engaña, / podrá sin plano ni tino, / según orden del Alcalde, / beber y comer de balde la gente propia y extraña. Fondas, cafés y casinos / día y noche / abiertos siempre estarán, / y en espléndido derroche, / aquellos días felices, / según cuentan, a vecinos / y forasteros darán… / con la puerta en las narices…»
Pasadas las ferias, el 7 de diciembre de 1918, La Merindad Estellesa publicaba: «… Dada la enorme afluencia de comarcanos y forasteros, nuestras calles y paseos ofrecen un muy animado aspecto. Particularmente la plaza de San Juan durante todo el día tan frecuentada y sobre todo en el paseo de la mañana y de la tarde. El aspecto de nuestra ciudad en los pasados días de feria, la hacía parecer una gran urbe, insuficiente a contener tanta población (…). Este conocido y popular feriante (León Salvador), ha sido, por su gracia en el decir uno de los números más entretenidos de nuestras ferias».
La misma publicación, el 6 de diciembre de 1919, decía: «Otro aspecto muy agradable de las pasadas ferias ha sido el ofrecido por los paseos de antes de comer. Entre ellos, damiselas ruborosas de blandas guedejas y jóvenes de formas escultóricas deambularon a esas horas por los soportales llamados de Gorgonio, exponiendo con galanura sus caprichosas “toilletes” y cautivando con sus naturales gracias a sus admiradores. Las bellas de la localidad alternaban con las de los pueblos comarcanos...»
La feria ha sido el paraíso del vendedor ambulante. A principios del siglo XX, León Salvador, el mayor charlatán que ha habido en España, amenizaba la feria. Nacido en La Pedraja del Portillo (Valladolid) en una familia de humildes labradores, fue soldado en Cuba, meritorio en el teatro… Llegó a Bilbao a principios del XX para montar en la calle de La Estufa (actual Arenal) un tingladillo en el que vendía relojes, leontinas, pulseras, paraguas, pipas, y unas hojas de afeitar marca “Piel Roja” que lo hicieron popular. Con gran labia y desparpajo ofrecía ¡duros a peseta! ¡Anímense –decía a la gente-, que solo llevo engañándoles cincuenta años! «Señores, advertía, mientras se santiguaba mirando al cielo, les ofrezco a ustedes un hermoso reloj del sistema patatómetro, con su correspondiente cadena de tres duros. Y no esto solo, no, que va. El que se lleve el reloj y la cadena se llevará también lo que tengo en mi puño. Y cuando abría la mano, la sorpresa era general porque en ella escondía otro reloj, una cadena, unas sortija y veinte duros en dinero», recuerda el escritor pamplonés Galo Vierge. Era en sí mismo un espectáculo. La fama le precedía, y falleció con las botas puestas: en su querida Bilbao, cuando montaba su tenderete.
Finalizo con algún dato sobre el ganado caballar. «Comparados con los caballos franceses y alemanes, los caballos españoles de entonces eran chiquitos, tripones y paticortos. Así aparecen en las estampas y dibujos de la época, y en los lienzos de Goya» (Espoz y Mina, el guerrillero, de José María Iribarren).
Y dentro de los caballos españoles, la Jaca Navarra, animal «de pequeña alzada (entre 1,22 y 1,32 metros, mientras que las razas pesadas de tiro pueden alcanzar 1,83), sobrio y resistente, de fuerte genio y vigor extraordinario, hasta el punto de desarrollar una fuerza desproporcionada a su tamaño, de gran longevidad y fecundidad prolongada» […]. Desde que se funden definitivamente las últimas nieves, hacia el mes de abril, los caballos suben a las sierras; aquí paren sus crías y pasan la mayor parte del año sin más vigilancia que las esporádicas visitas de sus amos; sólo regresan al pueblo cuando se produce la primera gran nevada. Entonces permanecen estabulados, durante los meses más duros del invierno, pues la tierra de pasto se halla cubierta por la nieve y el hielo».
Según Javier Donézar ("Caballos navarros"), «en su ser van impresas la escasa alimentación de que dispone y la rudeza de la vida que en estado salvaje soporta».
Potros en la feria.
«El origen de esta raza se encuentra hoy en día sumido en un misterio de difícil esclarecimiento. Una teoría los retrotrae a las invasiones de la Península Ibérica por los celtas y las posteriores de pueblos bárbaros como los suevos, que introdujeron caballos de escaso tamaño que constituyen el origen de las jacas cantábricas y ponis del norte de la Península Ibérica. Pero también es muy probable que estos caballos estén aquí desde siempre y que sean los descendientes directos de los caballos salvajes que cazaban los hombres de las cavernas y que tan magistralmente dibujaban en las paredes de las cuevas» (“Nuestros caballos”, Alberto Pérez de Muniáin y otros).
Fueran autóctonos, o llegaran de fuera con las invasiones, de lo que no hay duda es de que el caballo fue domesticado en las estepas asiáticas: «La domesticación del caballo y la creación de ejércitos montados en sus formas más perfectas fueron el origen de las grandes invasiones procedentes del Este. En todos los relatos contemporáneos de las invasiones mongolas se destaca su rapidez. Su aparición era inesperada; se presentaban tan de repente como desaparecían y volvían a aparecer aún más repentinamente», nos dice Elías Canetti.
En estos años la cantidad de curiosos dificulta el desarrollo de la feria.
Sin la domesticación del caballo (3600 a. C. en Kazajistán) la historia humana hubiera sido muy distinta: no hubiera podido alcanzar los niveles de civilización que se han venido sucediendo, ni lograr el desarrollo de que ahora disfrutamos.
En el caballo el hombre encontró su aliado perfecto, y convirtió un animal huidizo en un colaborador temerario frente al peligro, e insustituible para descargar sobre sus lomos las tareas más duras del trabajo. Veloz vehículo que facilitó sus desplazamientos, tanto para intercomunicarse, desplazarse con rapidez y economía, como para dominar a otros pueblos y culturas. Y, como recientemente se ha comprobado, con esos jinetes conquistadores llegó a Europa hace unos 4.700 años la primera pandemia: la peste.
Fue la rapidez con la que huye del peligro (ante la presencia del lobo, cuando las manadas se sienten acorraladas forman un círculo con los culos en el interior, protegiendo a las crías, y el animal dominante gira amenazante en torno al círculo) lo que atrajo al hombre para domesticarlo y utilizarlo en sus políticas de expansión y conquista, pasando posteriormente a ejercer tareas de tiro y carga, colocándose en la cúspide del sistema económico hasta la industrialización del agro.
La edad de los caballos se conoce mirándoles a los dientes: a partir de los 10 años aparece un pequeño canal sobre los dientes, que a los 20 años alcanza su base, comenzando a rellenarse para desaparecer a los 30 años. Se conoce como Surco de Galvayne. A partir de esa edad ya no es posible: están “cerrados”.
Animal adaptable al medio, frugal en su alimentación (paja y unos granos de avena -o cebada- es suficiente; los alimentados con avena lucen mejor pelaje), y con un eficaz metabolismo que le permite transformar en energía cinética los pastos menos aprovechables por su estructura celulósica y bajo contenido proteínico. Pastos que el ganado vacuno no aprovecha. Con la ventaja de que con su estómago simple puede digerir mientras camina o trabaja, lo que no pueden hacer los bueyes y las vacas. Por otra parte, son capaces de dormir de pie, en cortos periodos de sueño, turnándose el sueño de las manadas en el medio natural para estar alerta ante los depredadores.
La potencia resultante de esta capacidad transformadora de energía fue valorada por la Academia de Ciencias de París, calculando que su rendimiento (elevar un peso de 75 kilogramos a la altura de un metro en un segundo) era equivalente al obtenido por la acción de siete hombres. Basándose en ese hecho, James Watt designó como “caballo de fuerza” la medida de potencia de los automóviles.
Asnos, burros, jumentos, borricos… ponle, lector, el nombre.
El burro o asno fue domesticado en África alrededor del 5000 a. C., convirtiéndose en Europa en el caballo del pobre. Menos rápidos y fuertes que los caballos, son más fáciles de alimentar y tienen una gran resistencia. Ahora se empiezan a utilizar como protector de rebaños contra el lobo.
Su cruce con la yegua da lugar al mulo y a la mula (estériles todas), que superan en fuerza y resistencia a burros y caballos, por lo que han sido muy utilizados como animal de carga. Cualidades que, unidas a su docilidad y estabilidad, en tiempos antiguos fueran elegidos como animales de montura de nobles y reyes. (Por poner algún ejemplo, Espoz y Mina hizo su campaña en la Primera Guerra Carlista montado en una mula; Francisco de Carvajal, lugarteniente de Gonzalo Pizarro en el Perú, pocas veces se separaba de su mula bermeja; y en tiempos de Sancho VII el Fuerte había en Navarra un próspero negocio de mulas sicilianas, único animal que podía soportar y transportar a un rey que superaba los dos metros de altura y destacaba por su corpulencia. En la catedral de Tudela, ciudad en la que pasó el rey gran parte de su vida, abundan los capiteles con mulos que se hacen eco de ese comercio; mulos que figuran en sello céreo de los Baldovin tudelanos, una de las familias más ricas de la población).
Así fue la feria este año de 2018. Foto Conchi Llanos Moreno.
Dedicatoria: Queda este trabajo en recuerdo y agradecimiento a Salvador Lacruz Gisbert, estellés de adopción y residencia, fallecido el 3 de noviembre de 2018. Salvador ha sido el único estellés que ha colaborado en esta web, ayudándome a dominar la ortografía. Mi agradecimiento será permanente.
Diciembre 2018.