En una ciudad, Estella, en la que casi la totalidad de la población era agramontesa y partidaria de la dinastía navarra de los Albret, la Eguía desempeñó un papel decisivo en la conquista de la ciudad por las fuerzas castellano-navarras que apoyaban al rey Fernando de Aragón.
Esta familia, de origen agramontés, se volvió beaumontesa como reacción al asesinato del obispo de Pamplona, Nicolás de Echávarri, o Chávarri, por orden de Mosén Pierres de Peralta, jefe de la facción agramontesa. Sobre el citado obispo, miembro destacado de la familia Eguía, su vida y asesinato, se puede ver el trabajo “Nicolás Echávarri” en la sección “Historia” de esta Web.
Los Eguía fueron la familia más importante de la ciudad en los siglos XVI y XVII, y sus miembros emparentaron con las mejores familias navarras, llegando a poseer títulos nobiliarios. De esa familia trata este trabajo.
El historiador Francisco de Eguía y Beaumont, en su “Historia de la ciudad de Estella” (1644), dice que su estirpe procede de los solares de Amézqueta (Guipúzcoa) y Larrea (Álava). Casa-torre, esta última, que el rey de Navarra, «Íñigo Arista, por los años 839 la dio a Íñigo de Alave (¿Álava?), su alférez mayor». «Del solar de Amézqueta –dice- no se halla algún origen; es casa de las que en la Provincia (Guipúzcoa) llaman de pariente mayor (…), y aún quién diga que es el más antiguo de la Provincia».
Juan López de Amézqueta, «descendiente por línea recta de Martín López de Murúa, cabeza del rango de los Oñacinos (…), a quien mataron de un flechazo los Gamboinos» (durante la Edad Media Guipúzcoa estuvo dividida entre los partidarios de Oñaz y de Gamboa, que se hicieron mutuamente la guerra), tuvo por hijo a «Pedro López de Amézqueta, que casó con la heredera del solar de San Per, en la provincia de Labort, Francia».
En 1408 aparece Juan Martínez de Eguía como señor de la ferrería de Idiazábal, y un hijo suyo, de igual nombre y apellido, hacia 1430 salió de Amézqueta para casar en Estella con Catalina de Echávarri, hija de Pedro Sánchiz de Echávarri, señor del palacio de Cabo de Armería de su nombre, y de Juana Ponce de León, hija de los señores de Ayerbe (Huesca), fundando en Estella la casa de Eguía, cuyas armas figuran en el palacio que hoy alberga la Biblioteca estellesa.
Recauda los impuestos de la ciudad y de la merindad, es Oidor de Comptos Reales, Contador Mayor del rey Juan II, ejerce como boticario y suministrador de medicinas a la familia real, y desde 1431 hasta su muerte (1444) es Secretario de los monarcas navarros. Sus hijos, Nicolás de Echávarri (el obispo citado) y Pe(d)ro Sánchis de Echávarri (avecindado en Los Arcos, escribano, con estancia temporal en Tarazona; Secretario Real, delegado ante Castilla y Aragón, redactor de los contratos matrimoniales de la infanta Leonor con el primogénito del conde de Foix, y con misiones diplomáticas en Barcelona y Zaragoza) toman el apellido de la madre, y Juan Martínez de Eguía el del padre.
Juan Martínez de Eguía era mercader en Estella, servidor de la Casa Real, notario, comisario de impuestos y pagador de guarniciones y tropas. En 1453, cuando su hermano Nicolás, futuro obispo, fue nombrado Tesorero del Reino, lo sustituyó como Recibidor de la ciudad, cargo que aún ocupaba diez años más tarde. Fue notario de la Corte Mayor, y sucesivamente ocupó los cargos de consejero del Rey, Contador Mayor del Reino y Oidor de la Cámara de Comptos. Después de 1457, cuando la crisis económica y social azotaba al Reino y nadie pujaba en las subastas, para favorecer a la monarquía se quedó en arriendo los tributos de Estella y valles circunvecinos, en agradecimiento de lo cual el Rey le dio los lugares de Urbe (Cirauqui) y Yániz (Los Arcos), hoy despoblados. Y, al no poder devolverle un préstamo, le entregó el señorío y jurisdicción media y baja de los dieciséis lugares del valle de Allín, a los que tuvo que renunciar cuando al cambiar de facción, a consecuencia del asesinado de su tío el obispo, el Rey se enemistó con él.
En compensación a la renuncia recibió (1498) las tierras del Fosal (entre el castillo de Belmecher y la ermita de San Andrés de Ordóiz) y el barrio de la Judería, el cual se estaba despoblando con gran rapidez.
Casó con María Sánchez de Arguiñáriz, hija natural del rey Carlos III y Dama de Honor de la reina Doña Blanca, que, entre otras cosas, aportó como dote la capilla de Santa Águeda, que reformó, y para la que mandó fabricar un retablo, hoy desaparecido. sobre el que Jerónimo Francisco de Eguía, natural de Estella y primer marqués de Narros, en su expediente de ingreso en la orden de Santiago dice que «en la iglesia parroquial de San Miguel se reconoce una capilla de la advocación de Santa Águeda (…), con retablo de pintura muy antiguo y en medio la Santa de bulto redondo y debaxo de ella un rótulo que dice: “Este retablo hiço hacer el magnífico Juan Martínez de Eguía, contador del rey don Juan de Navarra año de mill y quatrocientos y setenta y cinco”. En dicha capilla hay un nicho grande de piedra arqueado con esculturas figurativas-retratos alrededor. También en la capilla hay dos escudos correspondientes a los Eguía».
En el matrimonio nacieron Mosén Pablo de Eguía, doctor en Teología por la universidad de Tolosa (Francia), Juan de Eguía, del que hablaré más adelante (otro Juan de Eguía fue prior de Roncesvalles, y en enero de 1494, en ausencia del obispo de Pamplona, presidió la coronación de los reyes Juan de Albret y Catalina de Navarra, tomándoles juramento), y Nicolás de Eguía y Arguiñáriz, que casó con Catalina de Jasso y Marañón, hermana del padre de San Francisco Javier.
La Misa de San Gregorio recoge la leyenda de que un Viernes Santo, estando el Papa San Gregorio Magno celebrando misa, dudó de la presencia real de Cristo en la hostia consagrada. Entonces se le apareció Cristo, rodeado de los instrumentos de la Pasión (en el cuadro los portan dos ángeles) y mostrando sus estigmas (la herida del costado, en el cuadro), de ellos brotó sangre que se depositó en el cáliz. En recuerdo de este milagro, el Papa ordenó pintar a Cristo tal y como se le había aparecido. La primera representación en España es del convento de San Benito de Valladolid, por lo que no es extrañar que la idea llegara a Estella a través del primogénito de Nicolás de Eguía, abad de Irache.
Nicolás de Eguía y Catalina de Jasso tuvieron treinta hijos, de los que trece hembras y otros tanto varones llegaron a la mayoría de edad. Los veintiséis, junto con sus padres, los vemos en un cuadro que se conserva en la capilla de Santa Águeda, del que dice Madrazo: «En el brazo derecho está el sepulcro de D. Nicolás Martínez de Eguía y su mujer doña Catalina Pérez de Jasso, tía de San Francisco Javier, matrimonio fecundo al cual concedió el cielo 13 hijos varones y 13 hijas, cuyos retratos se conservan en un curioso cuadro. Hállase este cuadro encima del sepulcro, hoy cubierto con el altar de Ntra. Sra. de las Mercedes, y representa a un sacerdote celebrando, a quien ayudan dos clérigos, asistiendo a la misa un grupo de veintiséis personas, entre adultos y niños. En la parte superior del cuadro se destaca la figura de Cristo aplicando la mano a la llaga de su costado, símbolo del Sagrado Corazón de Jesús, de quien fue muy devota aquella familia…».
Familia le toca vivir una época turbulenta. Cuando comienza el siglo XVI, Navarra lleva casi cincuenta años soportando una guerra civil entre los partidarios de Juan I de Navarra y Aragón y los de su hijo Carlos de Viana. Fallecidos estos, la guerra continúa enfrentando a agramonteses y beaumonteses (nombres tomados de los linajes franceses de Agramont y Beaumont), partidarios los primeros de los monarcas navarros, y de su vinculación a Francia; y de la unión a Castilla los segundos.
El 7 y el 12 de julio de 1512 se celebran en Vitoria los alardes de las tropas que al mando del duque de Alba se disponen a conquistar Navarra. En esta ocasión los ejércitos castellanos no entran por Logroño y Estella, plaza inexpugnable ante la que todos los intentos anteriores habían fracasado, sino que desde Vitoria, por el corredor de La Barranca, se dirigen directamente a Pamplona.
En el camino sólo encuentran una simbólica resistencia de seiscientos ballesteros roncaleses, y cuando se presentan ante los muros de Pamplona, que sus reyes han abandonado, la ciudad se les entrega (25 de julio) sin resistencia. Rendida la capital, todas las fortalezas navarras van jurando lealtad a Fernando de Aragón. Tudela se resiste hasta principios de septiembre, quedando por reducir los castillos de Estella, sitiados por 200 hombres.
A mediados de octubre, un ejército al mando de La Palice, con tropas mayoritariamente gasconas, entra por el valle de Salazar con la intención de recuperar el reino. Conquistan el castillo de Burgui, y muchos pueblos y fortalezas se sublevan.
Los castillos de Estella aún no han sido sometidos, y la población de la ciudad, casi en su totalidad agramontesa, al recibir el aviso de Juan de Albret de que estaría ante sus muros el 1 de noviembre, se alza y empieza a recibir apoyos de la gente de la comarca. En esa difícil situación, Nicolás de Eguía con sus hijos Pedro, Esteban, Miguel y Diego, y un centenar de sirvientes y deudos, se hace fuerte en la iglesia de San Miguel, que debido a la guerra de bandos se halla fortificada, y a la que tienen acceso directo desde su casa.
El menor de los hijos, Beltrán, apenas un adolescente, va a pedir ayuda a Pamplona, regresando a Estella con quinientos soldados, otro contingente que se le agrega en Puente la Reina, 1.500 hombres de Francés de Beaumont, que toma el mando, 1.200 alaveses al mando de su diputado general, Diego Martínez de Álava (casado con Magdalena de Beaumont, hermana del conde de Lerín), y tropas riojanas del duque de Nájera.
Inician el ataque desde el Puy (lo que apoya mi opinión de que el barrio de San Juan nunca estuvo protegido de muralla), y tras cruenta batalla que dura del alba a las dos de la tarde, derrotan a los dos mil estelleses que salen a su encuentro, obligándoles a replegarse al burgo de San Martín (actual barrio de San Pedro), «protegido de murallas» –dicen las crónicas-, entre el río y los castillos.
Entablan lucha en el puente del Azucarero –estaría protegido por puerta y torre-, siendo rechazados. Mientras tanto, el joven Bernal de Eguía, conocedor de la ciudad, al mando de un pequeño grupo cruza el río por una de las presas (en la plazoleta que hay en la orilla del río, a la que se accede por la calleja de Chapitel, su tío Juan de Eguía tenía un molino y su correspondiente presa), y abre una de las puertas, lo que permite la entrada de las tropas y el control de toda la ciudad (30 de octubre), que es saqueada.
Previamente, cuando ven llegar las tropas, los Eguía y sus gentes, desde lo alto de la iglesia de San Miguel, al grito de “¡Viva el rey Don Fernando de Aragón!” alzan el pendón del rey Católico, resisten a los partidarios de Juan de Albret, y, dominada la ciudad, ayudan a conquistar sus castillos.
Sometida toda la plaza, y colocada una potente guarnición, Nicolás de Eguía y Luis de Beaumont se desplazan a Logroño a jurar al Rey Católico por Rey y Señor del reino de Navarra, mientras que las principales familias agramontesas son obligadas a abandonar la ciudad. Lo dice Correa (Historia de la conquista del reino de Navarra): «El alcaide de los Donceles, entendiendo en tener el pueblo seguro, les quitó las armas y mandó que a labrar los campos se diesen. E por mayor seguridad desterró veinte hombres bulliciosos y escandalosos».
A raíz de estos enfrentamientos, Estella y su comarca quedan tan devastadas y despobladas que Fernando el Católico se vio obligado a otorgarle los privilegios que había gozado en tiempos de Juan de Albret.
Doce años más tarde, en ausencia del Emperador, y habiéndose producido en Castilla la revuelta de las Comunidades, un nuevo ejército al mando de Asparrots, compuesto en su mayoría por gascones, franceses y bearneses, intenta recuperar Navarra. El 13 de mayo de 1521 toma San Juan de Pie de Puerto, dirigiéndose hacia la Alta Navarra. Su marcha parece imparable. La guarnición castellana abandona Pamplona, y las familias beaumontesas más importantes toman camino del exilio.
A Logroño va, con su familia, el alcalde de la ciudad, Nicolás de Eguía, que se ha negado a ser fiador de los bastimentos que demanda la guarnición (300 robos de trigo, 300 cántaros de vino, 23 docenas de aceite, 600 libras de tocino y 100 cántaros de vinagre).
Obtenidos los bastimentos, a Logroño también va la guarnición de los castillos estelleses, dejando en ellos un retén compuesto de nueve mercenarios alemanes que al llegar las tropas de Asparrot se entregan sin lucha.
Los estelleses están exultantes. Han enviado una carta al rey navarro: “Señor, simplemente apareced: veréis enseguida que hasta las piedras, las montañas, los árboles, se arman para ponerse a vuestro servicio”.
Juan Remíriz de Baquedano llama a “apellido” a los amescoanos, recupera su torre de San Martín (había sido entregada a Magdalena de Beaumont), y junto con Martín de Allo, señor del palacio de Oco, levantan la merindad a favor del rey navarro Enrique de Albret.
Pero la alegría dura poco. El 16 de mayo de 1521 Asparrots cerca Logroño. El 5 de junio comienza a bombardear sus murallas... Pero falto de suministros el 11 de junio levanta el cerco (desde entonces, la capital riojana celebra el día de San Bernabé su resistencia al ejército “francés”), replegándose a Pamplona, por lo que Estella y su castillo vuelven a manos castellanas. Asparrots es derrotado en Noáin, y con su derrota acaban los intentos de recuperar Navarra.
El papel que desempeñan los Eguía en el sometimiento de Estella es tan importante, que el 3 de febrero de 1513 el rey Fernando el Católico nombra a Nicolás de Eguía “Recibidor de Estella”. Siete días después exime para siempre a la familia de dar alojamiento a las tropas o a cualquier otra persona, excepto al Rey, la Reina y los Infantes, y el día 15 del mismo mes y año firma en Medina del Campo un documento mediante el que concede a Nicolás de Eguía una pensión vitalicia de 10.000 maravedís anuales, y otra de 5.000 a cada uno de los hijos (Esteban, Pedro, Miguel y Diego) que se habían encerrado en la iglesia. Fueron las primeras gracias que Fernando el Católico concedió como soberano de Navarra, confirmadas por el emperador Carlos I el 3 de julio de 1518.
El documento dice: «acatando los méritos e señalados servicios de –los nombra- (que) nos hubieron fecho en la reducción de la nuestra dicha ciudad de Estella a nuestra real obediencia y servicio (…), riscando sus vidas, sus casas e haciendas e de sus mujeres por revencer por fuerza de armas la dicha rebelión con nuestro apellido diciendo ¡Viva el rey Don Fernando de Aragón!, e haciéndose fuertes en la iglesia, haciendo otros actos señalados, dignos de memoria, en nuestro servicio, por los cuales son dignos e merecedores de nuestra real beneficencia e gratificación».
A partir de este momento, y durante muchas décadas, los Eguía se hacen con el control económico de la merindad, y dominan la política municipal de Estella. La gloria también les acompaña: siendo alcalde Nicolás, el 8 de octubre de 1523, en la iglesia de San Pedro de la Rúa, el Emperador Carlos I, que llega al frente de un poderoso ejército que le hace honores en las escaleras del templo y en la plaza de San Martín, jura los Fueros de Estella, siendo «uno de los actos más grandiosos que ha presenciado la ciudad».
Respecto a la visita, Mártir de Anglería (Opus Epistolarum) dice que a la salida de Estella se despistó corriendo detrás de un jabalí, y se dice que su búsqueda fue angustiosa «sospechando algún peligro, pues los vecinos, vencidos hacía poco, eran enemigos declarados por el amor que profesaban a su primitivo rey (…) y eran poco de fiar». [Para redactar lo relacionado con la conquista, he consultado a Esarte (Navarra 1512-1530) y Boisonnade (Historia de la incorporación de Navarra a Castilla)].
Las hijas de Nicolás casaron con caballeros de las casas de Beaumont (Valtierra), Aguirre (Donamaría), Artieda (Orcoyen), Góngora (Viana), Daóiz (Pamplona), Enríquez de Lacarra (Cascante), Bearin (Goñi), San Cristóbal, y Leoz (Estella). De las más linajudas y ricas de Navarra. En cuanto a los hijos:
Juan Martínez de Eguía, su primogénito y heredero (ocho casas en Estella, un censo sobre una casa, un parral, una huerta cerrada de unas 25 peonadas, un olivar cerrado, cuatro viñas grandes; una pieza, casa, huerto y viña en Grocin; una pecha sobre los labradores de Galdeano; y la capilla de Santa Águeda), casó con María González de Garraza, señora de la Torre de Garraza, en Zumaya. Al enviudar lo dejó todo y tomó el hábito de San Benito, llegando a ser abad de Nuestra Señora la Real de Irache.
Bajo su impulso, el monasterio solicitó su incorporación a la congregación reformada de San Benito de Valladolid, iniciando un periodo de gran esplendor (claustro plateresco, universidad, etc.) que acaba con siglos de decadencia.
El 15 de mayo de 1522, dice el P. Yepes, «Tomaron el hábito de la observancia introducida por algunos claustrales que residían en este convento, cabeza de los quoales era Fr. Juan de Eguía, prior que auia sido en tiempo de los claustrales, varón religioso y que fue con su valía y amigos harta parte para que ella se uniese a Valladolid. No tomaron precisamente entonces Eguía y sus compañeros el hábito: fue para dar a entender que hazían de nuevo profesión conforme al estilo de las casas que se iban reformando de nuevo en España. Otros monges claustrales deste convento no quisieron profesar de nuevo (no aceptaron la reforma), y se retiraron a Dicastillo (monasterio de San Pedro Gazaga), donde se recogieron y eran sustentados por la hacienda deste convento hasta que se extinguieron y murieron todos».
Con el cambio de observancia, Juan de Eguía pasa voluntariamente de abad a monje, y Fr. Álvaro de Aguilar es elegido Abad, siendo el primero de los reformados. En adelante, el monasterio pasa a ser gobernado, y en parte poblado, por castellanos.
Según el historiador José Goñi Gaztambide, «Bajo el influjo del castellanófilo Fr. Juan de Eguía, algunos celosos monjes del monasterio solicitaron la reforma e incorporación de su monasterio a la congregación reformada de San Benito de Valladolid», siendo «tres monjes indígenas (el abad, Juan de Eguía, Miguel de Goñi y Juan de Celandres) los que habían anhelado y solicitado la restauración religiosa». Otros historiadores creen que la restauración llegó como un proceso expansivo de lo que se estaba dando en los monasterios castellanos, y hay quién opina que fue decisión del Emperador Carlos I.
Su hijo Nicolás, que casó con María Beltrán de Iraeta e Idiáquez, fue uno de los navarros que conspiró contra Felipe II, poniéndose en contacto con el duque de Vendôme (acompañó a Isabel de Valois, prometida del rey Felipe II, hasta Roncesvalles, y protestó de no poderla llevar hasta el Ebro, donde consideraba que estaba la frontera de Castilla). La conspiración parece que vino motivada como protesta por los cargos que recibieron los nobles agramonteses: Pedro de Navarra, marqués de Cortes, hijo y heredero del mariscal de igual nombre muerto en la prisión de Simancas, después de una brillante carrera en la administración castellana fue nombrado presidente del Consejo de Órdenes (1556); Francisco de Navarra, hijo natural del Mariscal, fue nombrado arzobispo de Valencia; y dos duques de Alburquerque, parientes de los Navarra, fueron nombrados virreyes de Navarra entre 1552 y 1564.
El rey intervino su patrimonio (de los conspiradores, era el más rico: tenía un patrimonio valorado en 13.000 ducados, mientras que los que le seguían en riqueza tenían, 11.000 Antonio Cruzat, 600 el licenciado Azcona, y cantidades menores los siguientes), destinando cuatro mil ducados, «de las haciendas de Antonio Cruzat y Nicolás de Eguía, que (…) nos pertenecen por el delito que cometieron», para hacer frente a la peste que se cebó en Navarra entre 1566 y 1567.
Su hijo Francisco casó con María de Aguirre. Su nieto Ciprián lo hizo con Elena de Góngora y Goñi, y Francisco, hijo de estos, y caballero de Santiago, casó con su prima Inés de Izárraga. Su hija María Luisa de Eguía e Iraeta, al casar (1621) con Francisco de Idiáquez, caballero de Santiago y señor de las casas de Idiáquez (Azcoitia), Yarza, Alcega, Arriola y otras, unió el mayorazgo de los Eguía a la casa de los duques de Granada de Ega, que en Estella tenía su sede.
Antes de hablar de los hijos segundones, unas consideraciones de Floristán Imízcoz: «Entre quienes entran en el Brazo Militar (las Cortes de Navarra estaban formadas por miembros del brazo eclesiástico, militar y de las universidades o pueblos) durante el siglo XVII predominan, en una proporción muy notable, los perfiles militares. Al menos dos de cada tres han desarrollado carreras de armas, aunque no siempre los servicios personales sean tan relevantes como los familiares acumulados durante varias generaciones (…). Los dueños de palacios, o sus primogénitos, empuñan las armas sólo en acciones fronterizas, que no faltan en un siglo de tensión hispano-francesa. Se movilizan en momentos que configuraron hitos en la memoria colectiva de los navarros, vista la frecuencia con que los recuerdan: la conquista (1512), la batalla de Noáin (1521), la jornada de San Juan de Luz (1558), las alteraciones de Aragón (1592), los incidentes de Alduides (1611-1613) y, muy particularmente, la campaña de Labourd y el socorro de Fuenterrabía (1636-1638). Pero sus hermanos, o sus hijos desheredados, o sus tíos, se movieron mucho más. Probablemente el Mediterráneo fue el primero y el principal destino de la mayoría de los soldados navarros, sobre todo en el XVI; y son muchos los caballeros de la Orden de Malta que sirvieron en las galeras y en las fortalezas de su orden. Flandes y Alemania parecen ser un destino de menor importancia, y decreciente desde principios del XVII. Al contrario que las Indias o que el Atlántico, donde la presencia de navarros parece que aumentó progresivamente a lo largo del setecientos. Así como muchos exhiben méritos exclusivamente militares, muy pocos ingresan en el Brazo con un currículo letrado o burocrático sin aderezo de armas. El servicio “en guerra viva” era lo que más honraba, pero, de hecho, algunos también ejercieron, con los años, tareas de gobierno, burocráticas o de aprovisionamiento».
Esteban de Eguía, segundo hijo de Nicolás, fundó mayorazgo en Estella, y casó con María de Mongelos, hija de la marquesa de Magallón. Al enviudar, peregrinó a Tierra Santa. Al regreso se quedó en Roma, ingresando en la Compañía de Jesús. Sus descendientes emparentaron con los Navarra, los Beaumont, y con la casa romana de los Colonna, una de las más influyentes de la ciudad italiana, entre cuyos ascendientes contaba con el Papa Martín V.
Descendiente suyo fue el capitán y escritor Francisco de Eguía y Beaumont (Estella 1602-Nápoles 1652). Terminados sus estudios en las universidades castellanas, fue a Italia, donde durante tres años sirvió al rey con una pica, y anduvo embarcado en las galeras de Sicilia y en los galeones de Nápoles.
Vuelto a España, a los 21 años casó con María de Inza, con la que tuvo 11 hijos, cuatro de los cuales sobrevivieron al padre. Fue Alcalde ordinario de Pamplona, y Jurado y Alcalde de Estella. Reanudadas las hostilidades con Francia, participó como Capitán de Infantería en cinco campañas (entre 1636 y 1640), entre ellas en el famoso “Socorro de Fuenterrabía” (1638), del que luego diré algo. Sublevadas Portugal y Nápoles, regresó a Italia, y durante la reducción de la sublevación napolitana murió en combate. Tenía 50 años.
Escritor inagotable, manejó la pluma más que la espada, practicando todos los géneros literarios. Dicen que hubo temporadas en las que trabajó 18 horas diarias, siendo de 12 horas su jornada normal. De las que se tiene noticia, dos tratan de política: “Defensa de la verdad contra la proclamación y triunfo de la monarquía de Felipe IV” y “Consejo de los secretos públicos y defensa de los primeros conquistadores de Indias”; un tratado devoto: “Las cinco espadas de María”; tres comedias: “La fe de Pamplona y su primer obispo” (en dos partes), “El peregrino de Acaya” (trata del obispo que trajo a Estella la reliquia de san Andrés), y “El bosque sagrado”; y once obras históricas: “Emblemas de San Fermín”, “Historia del serenísimo príncipe don Carlos de Navarra”, “El monstruo español en minas y combates” (vida de Pedro Navarro, conde de Oliveto), “Guerras de España y Francia”, “Batalla de dos águilas”, “Estella cautiva”, “Historia de la ciudad de Estella” (escrita el año 1664, como diálogo entre dos personajes, es la primera historia de la ciudad), “Aurora de Navarra”, “Excelencias, antigüedad y nobleza de Estella”, “El tragelafo y la oliva de Pamplona”, y “Varios discursos sobre la reducción de Nápoles”.
Sólo he leído la “Historia de la Ciudad de Estella”, que, como casi todas las de la época, guarda poco rigor con la historiografía actual. Dice, por ejemplo, «que la universidad que resplandece hoy (1644) en Salamanca, estuvo primero en Estella y desde esta ciudad se trasladó a Palencia y desde aquí a Salamanca». Noticia que, según él, la tomó de fray Fernando de Molina, el cual afirma que la universidad de Estella fue la segunda del mundo y la primera de España; que existía en tiempos de Noé; y que «la que ahora está en Salamanca, estuvo primero en Palencia, y se pasó de Estella».
Pedro de Eguía, el tercero de los hijos de Nicolás, fundó en Estella el tercer mayorazgo. Oidor de la Cámara de Comptos, y General Almirante de la Escuadra de Génova, donde sirvió 23 años, recibió el sobrenombre de Capitán Fajinas, muriendo en Milán.
Su hijo Jerónimo, después de servir en la infantería «pasó al ejercicio de papeles en que vino a ser Contador» en Milán, y secretario de Justicia de la Cámara de Castilla (junto con Manuel de Leoz era propietario del batán de los Huertos o de los Llanos; molino ruinoso que los planos del siglo XIX sitúan en la Chantona y denominan “del marqués de Narros”).
Junto a su esposa, Francisca Mexía, en servicio del rey de España trasladó su residencia a Milán (Italia), donde nació su hijo, el capitán Pedro de Eguía, quien, continuando la carrera militar, servirá en la administración de galeras de Italia -cinco de ellos a las órdenes de Don Juan de Austria-, terminando su vida activa como Oidor de Comptos.
En Milán se casa con la italiana Catalina de Grifo. Nace su hijo Jerónimo Francisco, y la familia se traslada a Madrid, donde hasta su muerte (1654) Pedro sigue ejerciendo tareas militares. En su testamento, dispone que su cuerpo quede en depósito en el convento de San Bernardino de Madrid hasta que pueda ser trasladado a la capilla que tiene en propiedad en el convento de San Francisco de Estella («inmediata a la sacristía está una capilla con reja grande de hierro, con escudo de armas (…). Dentro de la Capilla otro escudo de armas, y varios más repartidos por dicha Capilla»).
Su hijo Jerónimo, heredero de sus bienes, ubicados la mayoría en Madrid, inicia una carrera profesional de funcionario de la Corte, entre la que destaca la de Secretario Personal de la reina doña Mariana de Austria, Secretario de Justicia del Gobierno, Secretario del Despacho Universal, Secretario de Estado personal del Rey, miembro del Consejo de Indias y de la Junta Guerra. Al casar con Luisa María de Eguía e Izárraga, heredera de Francisco de Eguía y Góngora, y señora de las casas y palacios de Eguía, Goñi, Izárraga e Iraeta, unió las ramas familiares de Juan y Pedro de Eguía y Pérez de Jasso.
Considerado como un personaje intrigante y ambicioso, se dice (Historia de España dirigida por el profesor Luis Pericot) que «Todo eran ardides, engaños y maniobras subterráneas en que terciaba maliciosamente don Jerónimo Eguía (…), hombre ambicioso y tenaz, pero malévolo y artero».
Mantuvo hasta su muerte (1682) su posición en la Corte, y, ganado el favor del inestable monarca Carlos II, introdujo en la Corte a su hijo Jerónimo Francisco, natural de Estella, y obtuvo para ambos el hábito de Santiago (el hijo lo recibió a los 7 años de edad, cuando las constituciones de la orden establecían el ingreso a partir de los 17 años, más tarde rebajado a 10).
Tres años después de la muerte del padre, Jerónimo Francisco fue nombrado primer marqués de Narros. Dice el Rey en la concesión: «Por cuanto teniendo consideración a los grandes méritos y agradables servicios de don Gerónimo de Eguía, caballero que fue de la orden de Santiago y a la particular satisfacción y desinterés con que los continuó en las ocupaciones que tubo hasta que murió, siendo mi secretario del Despacho Universal». Estella celebró el nombramiento corriendo toros en la plaza de San Martín.
La concesión de un título de esa clase llevaba consigo la obtención de uno o varios señoríos, por lo que los lugares de Valdecolmenar de Arriba y Naharros, pertenecientes a la jurisdicción de Huete (Cuenca), quedaron bajo su jurisdicción, dando el segundo de ellos nombre al título. 181 años más tarde de la concesión, el marqués de Narros entró en el grupo de Grandes del Reino.
El primer marqués de Narros, que siguió cobrando los 60.000 maravedís de acostamiento anual que tenía su padre, casó en 1701 con María Feliz de Arteaga Chiriboga Mendoza Córdoba y Aragón, natural de Villafranca (Guipúzcoa). El primogénito, Francisco Ignacio, nació en marzo de 1702, y en el parto de Jerónimo Francisco, once meses más tarde, falleció la madre. Poco le sobrevivió el marido, pues falleció en mayo de 1708. Huérfano a los seis años, el segundo marqués de Narros pasó a residir con sus abuelos, a Villafranca.
Al casarse con un miembro de la familia de los duques de Granada de Ega, trasladó su residencia a Azcoitia, donde el 2 de febrero de 1733 nació Joaquín María Antonio Ignacio Xavier de Eguía Aguirre Arteaga Idiáquez, III marqués de Narros, que junto con otros quince caballeros vascos (los caballeritos de Azcoitia), entre los que se encuentran sus parientes los Idiáquez, y el marqués de Peñaflorida, fundan en 1765 la Real Sociedad Vascongada de Amigos del País. Para entonces llevaba dos años casado con María Luisa del Corral Aguirre Zarauz y Ayanz.
En 1788 participa de la fundación del Real Seminario Patriótico Vascongado, en Vergara, que con sus laboratorios de física se situaría en el estadio más alto de la ciencia en Europa.
Al igual que sus parientes Miguel de Eguía, el impresor, y Fr. Diego de Estella, sufre el celo del Santo Oficio, y la temida Inquisición lo condena por haber hecho proposiciones escandalosas contrarias a la filosofía católica y por retención y lectura de libros incluidos en el Índice. En otro proceso posterior, la Inquisición lo acusa de ser afrancesado, promotor y responsable del desastre y toma de la mayor parte de Guipúzcoa por los ejércitos de la Convención.
Murió en Vitoria el 27 de julio de 1803, a los 70 años de edad. Su único hijo sobreviviente, Francisco Javier José de Eguía, IV marqués de Narros, casó con la bilbaína María Josefa Villareal y Barrenechea, muriendo sin descendencia en el exilio francés. A partir de entonces, el título de marqués de Narros pasa a Fausto Ignacio del Corral y Eguía, señor de Zarauz, cuyo lema familiar es “Zarauz antes que Zarauz”, queriendo decir que la familia dio origen a la población.
Al morir sin descendencia Josefa del Corral y Suelves, el título de marqués de Narros pasa a Francisco Javier Azlor Aragón e Idiáquez, sobrino en segundo grado, que al ser titular de la casa ducal de Granada de Ega, lo cede a su tercer hijo, Marcelino Azlor Aragón y Hurtado de Zaldívar, por lo que el título vuelve a estar relacionado con Estella (En lo referente al marquesado de Narros me he guiado por la tesis que sobre su biblioteca escribió en 2011 Almudena Torrego Casado).
El general Francisco Javier de Eguía y del Corral (1760-1839), de la genealogía de los marqueses de Narros, llegó a ministro de la guerra, obteniendo la íntima confianza del rey. En marzo de 1813, en combinación con la división mallorquina mandada por Whittienghen, y la expedición anglo-siciliana de sir John Murray, estableció una línea que se extendía desde Alcoy a Yecla. Yecla fue ocupada el 11 de abril por el mariscal Suchet, y éste fue vencido dos días más tarde en Castalia. Para Iribarren, Eguía era «el prototipo de los viejos generales, que miraba por encima del hombro a los que habían adquirido el fajín en la guerra, que despreciaba a los guerrilleros y no quería a Espoz y Mina». Desprecio que le llevó a ordenar «el licenciamiento de todos los individuos pertenecientes a las Partidas y Cuerpos Francos que justificasen no haber servido en unidades del Ejército al tiempo en que se declaró la guerra contra los franceses», lo que fue el primer paso para la definitiva disolución de las guerrillas. Exiliado en Francia, ejerció una gran actividad conspiratoria como presidente de la Junta Realista de Navarra (1822).
Uno de los descendientes de Pedro de Eguía, del mismo nombre, con una hidalga vizcaína tuvo en Deusto un hijo natural, de nombre Domingo de Eguía, que siendo Capitán-Gobernador de la plaza de Fuenterrabía dirigió su defensa cuando un ejército francés compuesto por 27.000 hombres y varios barcos de guerra, comandado por Enrique II de Borbón-Condé, conocido como Príncipe de Condé, y Henri d´Escoubleau de Sourdis, le puso el año 1638 un sitio que duró 69 días. La población quedó destruida, los 1.300 hombres que la defendían quedaron reducidos a 300, pero no se rindió. El sitio acabó cuando acudió en su auxilio un ejército al mando del marqués de los Vélez, virrey de Navarra, y de Juan Alfonso Enríquez de Cabrera, IX Almirante de Castilla. Acción conocida como “Socorro de Fuenterrabía”.
El protagonismo de Domingo de Eguía (caballero de la Orden de Santiago, sirvió «cuarenta años continuos en las Galeras, Armada del Océano, en España, Lombardía, Alemania y Flandes», dice de él su sobrino y heredero Jerónimo de Eguía), y su espíritu numantino, lo recoge la conocida como “Canción vizcaína” o “Cantar de Eguía” (compuesta en 1638 por el presbítero Juan Bautista Alzola y Muncharaz, casualmente descubierta en 1982, y considerada como una de las publicaciones más antiguas en dialecto vizcaíno literario), en la que los vizcaínos reprochan a los guipuzcoanos su olvido (“¡A, Aztu yaçu, Guipúzcoa, / Domingo de Eguía!). Y Gracián, en “El Criticón, II, 1” (1653), utiliza, como frase hecha y proverbial, la expresión «más valiente que Domingo de Eguía».
Los historiadores recogen la heroicidad que distinguió a los varios cientos de estelleses que en los Tercios de Navarra, al mando de personas como Diego de San Cristóbal y el prior del Puy, Don Francisco de Garro y Xavier, hijo del conde de Javier, fueron destinados a combatir en la parte más peligrosa (el Padre Moret, cronista del Reino, en su “De obsidione Fontirabiae Libri tres”, de 1654, cita su intervención como «gloria de la defensa de Fuenterrabía»).
El que no hubiera víctimas entre ellos se atribuyó a un milagro de la Virgen del Puy, que se les apareció y les prometió que todos regresarían a Estella sanos y salvos. En recuerdo de este hecho la ciudad la nombró su patrona, y se realizó la reforma barroca de la basílica del Puy.
En el lado francés peleó Felipe de Navarra, y, según Moret, «Phelipe, pues, defpues que vio, que ya no había efperanza, y que la fidelidad de tantos años ningun fruto le rendia, hubo de atemperarfe a la fortuna, y defertando de Fuente-Rabía con todos los fuyos, fe arrimó a Carlos Quinto».
Como renovación del voto que la población hizo en recuerdo de la feliz resistencia, todos los años, el 8 de septiembre, los de Fuenterrabía celebran una procesión cívico-religiosa, popularmente conocida como El Alarde (alarde es una palabra derivada de la raíz árabe “ard-“, que significa “revista de tropas”), en la que gente armada acompaña a la Virgen de Guadalupe (levantado el cerco el 7 de septiembre de 1638, el Concejo dispuso que al día siguiente, y en años sucesivos, se celebrase una «muestra general de armas» que acompañara a la Virgen en procesión de acción de gracias).
Miguel de Eguía, cuarto hijo de Nicolás, al que en esta Web dedico el trabajo “La Imprenta”, está considerado como iluminista y erasmista, estrechamente ligado al movimiento espiritual e intelectual de España en la primera mitad del siglo XVI. También fundó mayorazgo en Estella, y, extinguida su descendencia masculina, el mayorazgo se unió a la Casa de Lara.
Con María de Brocar tuvo una hija, a la que puso el nombre de la madre, que al casar con Francés de Artieda, señor de Orcoyen, recibió de dote 2.100 ducados de oro viejo, que vienen a ser los 2.000 ducados que María de Brocar recibió al casar, mas los 100 ducados que Miguel obtuvo por la venta de las prensas de imprenta y letras que también formaron parte de la dote.
Para otro hijo, de nombre Jerónimo, clérigo a los 22 años, a base de dinero consiguió que fuera nombrado enfermero de la catedral de Pamplona, lo cual llevaba implícita una canonjía. No la ejerció responsablemente, y varias veces se quejaron los canónigos de que no atendía sus obligaciones.
Pocos días antes de su fallecimiento, Jerónimo denunció que le habían hurtado «trigo, cebada, vino, mantas de camas, colchones, manteles de mesa de Flandes y de otros caseros, camisas suyas, paños de manos labrados y por labrar, y pañizuelos de mesa y un herreruelo negro nuevo y largo, y sobrepellices y pañizuelos de narices, platos de estaño y otras ropas de vestir, y dineros (…), de daño más de cuatrocientos ducados».
De vida escandalosa, que le llevó a «la cárcel y el destierro», en sus últimos años padeció «en la pierna de unos humores tan gruesos, que no pudieron curarla con ningún medicamento. Crecióle tanto la llaga con el transcurso del tiempo, que casi se le veían todos los nervios y huesos». Según el licenciado Agorreta, el 1 de mayo de 1591 murió «de una manera lastimosa, como había vivido».
A su muerte dejó 100 ducados para que con ellos celebraran aniversarios, y al colegio de la Compañía de Jesús en Pamplona dejó cuatro volúmenes de la Biblia Políglota, impresa por su padre en Alcalá de Henares, dos de los cuales se conservan en la biblioteca del Seminario de Pamplona.
Las grandes familias estellesas tenían importantes propiedades en los pueblos de Tierra Estella. A los San Cristóbal pertenecía el molino de Larrión, y a los Eguía una casa con sus tierras en Allo. La cual vemos en la foto. Supongo que la heredaría una de las hijas, pues a caballo entre los siglos XVI y XVII está documentado (entre 1596 y 1650) el nacimiento y matrimonio de Lorenza Pérez Eguía, viuda de Martín Luengo, que dejó heredero a su hijo Blas, con la condición de que si no tomaba estado (si moría soltero) sus bienes fueran destinados a fundar en el pueblo un convento de Carmelitas Descalzas.
Para el primogénito de su segunda esposa, de igual nombre que el padre, Miguel de Eguía creó un mayorazgo perpetuo, inalienable e indivisible, con su casa de Estella («donde al presente vivimos (…) en la Rúa de San Miguel»); una viña de 100 peonadas en el término de Carcalaseda, de Estella; dos viñas en el término de la Puyada, de Villatuerta; una casa en Arandigoyen, con sus piezas y regadío; una tejería en Rocamador, de Estella; «la casa y huerta de La Rocheta» (en esta casa estuvo la imprenta); el solar y casa del Mercado Nuevo (actual plaza de los Fueros), con una pieza detrás; un molino de harina, una vecindad y una pieza grande, llamada “del Justicia”, con otras heredades, en Allo; una casa en Logroño en la calle de la Costanilla, y 25.000 maravedíes de censo perpetuo sobre otras casas en Logroño, herencia de su suegro Brocar; el patronazgo de una capilla en el monasterio de Valcuerna, en las afueras de Logroño, el cual constituyó uno de los mejores prioratos de Nájera, herencia también de Brocar; una capilla en el convento de San Francisco de Estella; una sepultura en San Miguel de Estella, «junto a las gradas del altar mayor»; una capellanía en el convento de San Agustín de Estella, con misa rezada cada viernes ante el altar de Jesús; «y todos los otros censos, viñas y heredades a nosotros pertenecientes». Sus otros dos hijos varones, Carlos y Alfonso, recibirán a cada 1.000 ducados, y su hija, Lucía, 1.500 ducados de dote.
Una gran fortuna procedente de las Bulas de la Cruzada que por privilegio imprimió durante seis años, la “Gramática” de Nebrija que imprimió a lo largo de once años (con estas dos obras, según su hijo Jerónimo, ganó la mayor parte de su fortuna), los quince libros que imprimió en Toledo, uno en Valladolid (los talleres de Valladolid y Toledo estuvieron dedicados, en su mayor parte, a la impresión de las Bulas de Cruzada), ocho en Logroño, ciento setenta y seis en Alcalá (incluida la Gramática), y tres en Estella.
Establecido en la ciudad del Ega tras sufrir prisión por erasmista, incrementó su fortuna prestando dinero, comerciando con lana, especias, paño, etc.; comprando y vendiendo casas y tierras, arrendando molinos y carnicería, explotando rebaños, y aprovechando cuantas oportunidades de negocio se le presentaron. En 1535 y 1541 fue Alcalde de la ciudad, en 1537 y 1539 Regidor, y en 1544 Jurado por la parroquia de San Miguel.
Diego de Eguía (c.1485-1556), quinto de los hijos de Nicolás, estudiando en la universidad de Alcalá de Henares conoció a Íñigo de López de Loyola, futuro fundador de la Compañía de Jesús, con el que convivió durante el año y medio (1526-27) que pasó en casa de su hermano Miguel, el impresor. Un día, al pedirle Ignacio limosna para algunas necesidades, Diego, que no poseía dineros, le abrió «un arca en que tenía diversas cosas, y así le dio paramentos de lechos de diversos colores y ciertos candeleros y otras cosas semejantes». El futuro San Ignacio de Loyola las puso sobre su espalda, envueltas en una manta, y fue a remediar pobres.
El año 1536, ya sacerdote, Diego se trasladó a Roma, donde obtuvo su “Celebret” (documento que le acreditaba para celebrar misa en lugares donde no era conocido), y junto con su hermano Esteban, ya viudo, peregrinó a Jerusalén. Al regreso se encontraron con San Ignacio en Venecia, y tras hacer Ejercicios Espirituales bajo la dirección del Santo, tras pasar por Estella (1537-38) para «ordenar los asuntos de familia» ingresaron en la Compañía. En 1539, debido a sus problemas oculares el Papa le dispensó del rezo del Breviario.
En la primavera de 1540 Diego fue enviado a París en calidad de superior de los jóvenes estudiantes de la Compañía, utilizando el tiempo libre en ejercer apostolado entre los universitarios.
Según el Memorial del P. Gonçalvez de Cámara, «era el P. Diego de Eguía (…) de gran virtud y ejemplo. Llamábale el P. Pedro Fabo el santo don Diego (…). Lo tuvo mucho tiempo nuestro Padre (San Ignacio) por confesor suyo y, como él era de notable simplicidad y candor, decía algunas cosas en loor del Padre, con tanto encarecimiento, que podía ser ocasión de escándalo a quien no entendiese su pureza y santo celo. Por esta causa, siendo el Padre muy contrario a mudar confesor (…), dejó de confesarse con él».
Afirmaba de él San Ignacio, «que estaría tan alto en el cielo que no le alcanzaría nuestra vista». Diego poseía un carisma especial para consolar a los tristes y alentar a los tentados, sobre todo en la vocación religiosa. En Roma fue el primer rector del colegio de la Compañía, y salía por las calles a pedir limosna para los pobres y marginados.
En 1543 donó al Hospital General de Estella (fundado por su tío Juan de Eguía) 400 ducados de oro viejos, y, el 9 de enero de 1549, todos sus bienes. Más tarde se preocupó por la fundación de un Colegio de la Compañía en Estella, que no llegó a ver la luz.
Diego solía decir: «El que piensa de sí que es para algo, es para poco; el que piensa de sí que es para mucho, es para nada». Y según afirman los que le conocieron, «Con la gente de fuera nunca hablaba sino de Dios, y de cosas espirituales por los caminos, las posadas y cualquier otra parte en que se encontrase».
San Ignacio, sabiendo que Diego conocía todos los secretos de su alma, le pidió al Señor que muriese antes que él, para que así no pudieran ser conocidos todos los favores que recibía del Cielo. Se cumplió su deseo: Diego murió el 16 de junio de 1556, mes y medio antes que San Ignacio, lo que produjo gran sentimiento y contrariedad en los jesuitas, a los había prometido revelar muchos secretos espirituales de su fundador si Dios le concedía sobrevivir al Santo siquiera una hora. Fue enterrado al pie del altar de Santa María de Estrada, junto a su hermano Esteban, que, también jesuita, había muerto el 28 de enero de 1551 (para la vida de Diego, he seguido, fundamentalmente, la información que da José Goñi Gaztambide, en su “Historia Eclesiástica de Estella”).
Bernal de Eguía, sexto de los hijos varones de Nicolás, en atención a su intervención en la conquista de Estella, de la que he hablado, fue nombrado Oidor de la Cámara de Comptos (1518) y Juez de Finanzas. Traslada su residencia a Pamplona, fundó mayorazgo y casó con Juana Cruzat, miembro de una de las familias burguesas más importantes de la capital del reino, a la que pertenecía la madre de Fr. Diego de Estella.
El año 1521 formó parte de las autoridades pamplonesas que entregaron las llaves de la ciudad a Asparrots, y poco después prestó a Juan de Rena 400 ducados para la recuperación del castillo de Maya. Es la cifra más alta de entre los 47 prestamistas que contribuyeron (la mayoría aporta 40 ducados, y su tío Juan de Eguía, alcalde de Estella, entrega 150 ducados de oro viejo). Bernal era exportador de lana, y las sacas que enviaba eran modelo de limpieza y preparación.
Miembros menores de la familia: El 7 de mayo de 1522 se requirió la movilización del reino («a vos, los concejos, jurados y vecinos de…, que luego que con este nuestro mandamiento seréis requeridos por…, salgáis todos a repique de campanas con bastimento de dos días y hagáis lo que de nuestra parte os dijere y mandare que convenga a nuestro servicio, lo cual haced y cumplid») para acabar con la resistencia que los partidarios de Enrique de Albret ofrecían en el castillo de Maya, ordenando que los capitanes de las comarcas fueran con sus tropas. Del entorno estellés acudieron Joanes de Goñi, del valle de su apellido; Miguel de Elordi, de Puente la Reina; Francés de Lodosa, señor de Sarría, como capitán de los valles de Guesálaz, Yerri y la tierra de Mendigorría; Arnaut de Ozta, de Valdizarbe; y Rodrigo de Collantes, teniente de alcaide de la fortaleza de Estella, con los hombres que había reclutado Martín de Eguía. No dispongo de más información sobre esta persona.
Carlos de Eguía, nacido en Estella, sirvió durante treinta y siete años como Capitán de Corazas en los ejércitos de Milán y Extremadura; como Maestre de Campo mandó un tercio navarro en Cataluña, y el año 1691 fue nombrado gobernador de la plaza de Pamplona, a cuya encomienda estaba la defensa de la frontera navarra.
Magdalena Suárez de Ezpeleta y Eguía, hija de Francisca de Eguía, casó a Lisboa con Miguel Maldonado, escribano de la cancillería de Portugal. Su padre, Francisco Suárez (o Juárez) de Ezpeleta, caballero de Montesa (Julio Altadill dice que era un personaje destacado, oriundo de Estella), en verso heroico y prosa dulce y agradable escribió un libro de novelas intitulado “Thálamo funesto de Celissa”, que su yerno Diego de San Cristóbal trató de publicarlo «por dar entretenidos ratos a los curiosos y de buen gusto». Estuvo casado en primeras nupcias con Francisca de Eguía, y con Ana de San Cristóbal en segundas. En 1612, con segunda esposa pasó a Nueva España, y durante siete años fue corregidor de Zacatecas, donde falleció. En cierta ocasión, por 1.000 pesos de oro vendió una negra y un negro a Antonio Zozaya, minero y hacendado, natural de Oyeregui (Valle de Bértiz). A Antonia, hija de su segundo matrimonio, al casar con Diego de San Cristóbal, hermano de su madre, dejó una dote de cien mil pesos. Ana, la hija de estos, casó con D. Antonio Baquedano, señor del palacio de Gollano.
Durante la Guerra de la Independencia, como afrancesados y colaboradores del rey José I (Pepe Botella) fueron detenidos el conde de Fuentes, de la familia de los Pignatelli, el regidor Manuel de Resa, y Jorge Montesa y Eguía, marqués de Montesa, que para evitar la detención intentaron escapar de Tudela, donde residían. Este señor acudió a las Cortes de 1829-29 como «señor de Eza y de Berbinzana».
La primera esposa del que más adelante sería primer marqués de Ayciñena fue Ana María Carrillo y Galvez (casada en 1755), hija del caballero de Santiago don Pedro Carrillo y Mencos, Eguía y Medrano, nacido en Estella y residente en América.
En América también se afincó Juan de Eguía, que a mediados del XVIII negoció en Chile y Argentina, y ejerció como capitán del Ejército de Línea del Río de la Plata. A su fallecimiento, su capital neto alcanzaba la suma de 123.000 pesos, de los que 55.364 pertenecían a su cónyuge, Graciana de Sanmartín y Avellaneda, de familia de terratenientes y nieta de Gaspar de Avellaneda.
Hermano de Nicolás de Eguía, a cuya descendencia he dedicado las letras anteriores, era Juan de Eguía, hombre de negocios, mercader, con importante actividad en la compra-venta de casas y tierras y poseedor de una sólida formación humanística. Por razones que ignoro no parece que tuviera un papel, siquiera modesto, en los hechos bélicos que se sucedieron en la conquista de Navarra por las tropas de Fernando de Aragón, lo que no es óbice para que a partir de ese momento desarrollara una notable actividad política y diplomática, y, lo que más nos interesa, un mecenazgo que lo eleva a la categoría de otros prohombres del siglo XVI en Navarra, como Remiro de Goñi, arcediano de la Tabla de la catedral de Pamplona, a cuya costa se hizo el Hospital General de Pamplona, hoy Museo de Navarra.
Daré algunos datos sobre su actividad política y diplomática, para referirme después a su mecenazgo.
A raíz de una grave inundación que el año 1475 «asoló y destruyó casi la mitad de ella, y lo mejor» de Estella, la princesa Doña Leonor ordenó que «durante el tiempo de 10 años no pagase (la ciudad) más de 80 libras y sueldos carlines» (la mitad de lo que venía pagando). Los reyes Juan de Labrit y Doña Catalina, por tiempo limitado redujeron a la mitad el pago, y años después la ciudad envió a los hermanos Nicolás y Juan de Eguía a pedir al Rey Católico que la reducción fuera permanente, lo que consiguieron: «atento a los señalados servicios que la Ciudad tenía hechos a los señores reyes sus predecesores, y visto por el rey la súplica, y que por todo el tiempo de los reyes Don Juan y Doña Catalina no había pagado sino 60 libras de alcabala y 40 de cuartel, le concedió privilegio, mandando se hiciese dicho encabezamiento a perpetuo».
En 1501 hubo elecciones y, estando Estella dividida en dos bandos, se presentaron como candidatos, de una parte, Juan de Eguía para jurado y Juan de Oco para concejo, y, de otra, Fernando de Baquedano y Juan de Ormáztegui. “Hubiera habido una gran catástrofe si los reyes, al tener noticia del estado de los ánimos en la ciudad, no hubieran acudido personalmente a Estella, tomando toda clase de precauciones para conservar el orden», mandando que la elección fuese precedida de un juramento en que las partes renunciasen a todo odio y parcialidad.
Tras la rendición y entrega de Pamplona (25 de julio de 1512), la mayoría del territorio navarro se puso bajo la obediencia del rey Fernando. Tras una fuerte discusión entre los partidarios de resistir y los de abrir las puertas de la ciudad al ejército del duque de Alba, la ciudad de Estella decidió jurar obediencia al rey Fernando de Aragón, y una representación en la que estaba su alcalde, Pedro de Arbizu, y los hermanos Nicolás y Juan de Eguía, el 16 de agosto acudió a Pamplona para jurar obediencia a cambio de conservar los privilegios que la ciudad y la merindad (también se consideraban representantes de ella) tenía.
El día 29 de diciembre de 1513, «D. Diego Fernández de Córdoba, Alcaide de los Donceles del Rey y la Reina, nuestros Señores, y su lugarteniente y capitán general de este reino de Navarra y sus fronteras”, mandó, mediante un edicto dirigido a Juan de Eguía, alcalde de la ciudad de Estella, que «…haga depositar los bienes que (en la ciudad del Ega) tenía Martín de Goñi, vecino de Peralta, en poder de Miguel de Orbara, vecino de Salinas de Oro (…), para que los ponga en depósito hasta que su Alteza mande sobre ello lo que más cumpla a su juicio».
La muerte de Fernando el Católico (23 de enero de 1516) hizo temer que los antiguos reyes intentaran nuevamente la reconquista de Navarra. Para prevenirlo, la reina Juana (la Loca) se apresuró a convocar a los tres Estados del Reino para que juraran fidelidad a su persona, enviando provisiones a los jefes territoriales de Navarra: «…al bien amado nuestro Johan de Eguía, ciudadano y lugarteniente de Merino de la ciudad de Estella y su merindat, salut… y por evitar y rebelaros de trabajos y gastos a los jurados e alcaldes de la merindat de Stella y por no hacerles venir a esta ciudad a facer el dicho juramento…, vos cometemos e mandamos que en dicha merindat de Stella y en toda billa y balle della en los lugares acostumbrados… , mandéis de nuestra parte juntar e plegarse a los alcaldes jurados y personas de toda billa, balle y lugar desta merindat…» Y con esta provisión en la mano, y acompañado de un notario que diera fe del juramento, lo vemos peregrinar por todos los valles de la merindad.
El año 1518, Juan de Eguía formó parte de la comisión que se desplazó a Valladolid para mostrar su disconformidad con el derribo y desmochamiento de las fortalezas navarras.
Dados estos apuntes de su actividad política, paso a centrarme en su mecenazgo. «Yo Johan de Eguía, (…) he fecho facer e pintar a mis propias costas dos retablos, uno de ellos para el altar mayor de Nuestra Señora de Irache, el cual pintó maestre Francisco de Orgaz, pintor vecino de Tafalla, el cual pintó con la dicha pintura de pincel y los más finos y perfectos colores al aceite de linaza. En el dicho retablo hay diez historias y no me costara por igual fecha con el suyo diez ducados de oro navarros, que viene a ser ducado por historia…
Y así mesmo fice facer a mi propia costa otro retablo para Nuestra Señora de la Merced de la dicha ciudad de Estella, el cual dicho retablo fue igualado con maestre Terin, entallador, vecino de Estella, el cual se encargó de facerlo así de fusta, architería, doradura e pintura de finos colores al aceite y tan fino y tan bueno como es el retablo que fizo facer la señora doña Catalina que Dios haya, el cual está dentro de la capilla mayor de Nuestra Señora de Pamplona donde está enterrada su madre…; en el cual dicho retablo hay siete historias… y habría de costar ochenta florines de moneda y no mas…; la tercera parte para la fusta y architería, la otra tercera parte para el dorado y la otra tercera parte para la pintura, y así es costumbre de estimarlo entre pintores…, e mas digo que el dicho retablo de Nuestra Señora de la Merced fue pintado… por mano del dicho maestre Diego Polo, el cual pintó en él al tiempo que pintaba en la villa de Lerín…» (Alberto Aceldegui, Príncipe de Viana nº 232).
Hoy, el retablo de Irache está desaparecido, y los relieves del de la Merced forman parte del retablo que podemos ver en la foto anterior.
Pero su mecenazgo más importante consistió en ceder los terrenos (1524) y costear la construcción del Hospital General de Estella (1536), dejándole heredero de todos sus bienes (1549). A ello dedicaré otro trabajo.
abril de 2016