Su familia, su obra, el palacio de los San Cristóbal.
Diego de San Cristóbal y Cruzat (Estella 1524 - Salamanca 1578), conocido como Fray Diego de Estella, y en sus tiempos como el Padre Stella, fue uno de los mejores predicadores y escritores místicos de su tiempo, a la vez que desconocido. Pío Sagüés Azcona O.F.M., Archivero y Cronista de la Real Congregación de San Fermín de los Navarros, de Madrid, comienza su biografía con la siguiente introducción: «Escribir la biografía de fray Diego de Estella es una de las tareas más difíciles e ingratas que se le ofrecen al investigador científico que se enfrenta con su obra. Tan escasas y limitadas son las noticias que poseemos acerca del ilustre navarro, que en general se puede afirmar, sin nota de exageración, que pasó inadvertido para los cronistas franciscanos de la época, lo cual, dada la importancia del personaje, parece un hecho completamente inexplicable». Recientemente (1996), el estellés Jesús Llanos García nos ofreció la monumental tesis doctoral titulada "Fray Diego de Estella y las versiones inglesas del libro de la Vanidad del Mundo". En base a ambos textos, que son los únicos que aportan novedades, he podido realizar este trabajo.
El linaje San Cristóbal tiene su origen en Fernando San Cristóbal Fernández de Escaza, ballestero del rey Alfonso IX, que en 1190 funda en San Miguel de Zalla (Vizcaya) la torre de Cabo de Armería de los San Cristóbal, añadiendo Ballestero a su apellido.
Su nieto Juan San Cristóbal-Ballestero, en recompensa a haber acudido a la guerra con Portugal, obtuvo del rey Juan I la baronía de Torrejubera (1381).
Un segundón suyo salió de Zalla y fundó el palacio de los Ballestero en Noceco, merindad de Montija (Burgos), donde nació su nieto Martín, que como licenciado en medecina llegó a Estella para casarse con María Sánchez de Eguía, que formaba parte de una familia de 28 hijos (26 llegaron a adultos) cuyos retratos, junto con la de sus padres Nicolás y Catalina, vemos en un cuadro que se conserva en la iglesia de San Miguel.
Ya casados, Martín San Cristóbal-Ballesteros y María Sánchez de Eguía fundaron la Casa Armera de los San Cristóbal de Estella, y obtuvieron ejecutoria de hidalguía en la Corte de Navarra (1495).
Casa y oficio que heredó su hijo Diego (nacido entre los años 1488-89), que casó con la pamplonesa María Cruzat Jasso, sobrina de San Francisco Javier. Sobre los Cruzat, Francisco de Eguía y Beaumont, en su Historia de Estella, dice que son originarios de Bretaña, emparentados con sus duques, y que vinieron a Navarra con Rotrón, conde de Alperche, a quien ayudaron a tomar Tudela, ciudad que Alfonso el Batallador dio a Rotrón en recompensa.
Los Cruzat acompañaron a Godofredo de Bullón en la conquista de Tierra Santa, de donde les viene el apellido Cruzat (Cruzado), y en su ejecutoria de hidalguía (1558) se dice que «los Cruzates son descendientes de don Pedro Cruzado, que se halló en la conquista de Jerusalén con el rey don Ramiro que lo fue de este reino de Navarra».
Lope de Vega, en su Jerusalem Conquistada, dice: «Aquel que entre las bandas de oro lleva / Negros armiños sobre blanca plata / De los Cruzates el valor comprueba / Y el Ponto Euxino al indio mar dilata».
Diego fue regidor y jurado de la parroquia de San Pedro de la Rúa, alcalde de la ciudad en 1532, y diputado en 1524 por la cuarentena (uno de los instrumentos de gobierno de la ciudad) para gestionar en Pamplona asuntos referentes al Hospital de Estella, del que era mayordomo.
Los negocios tampoco le fueron ajenos (en la documentación figura como mercadero), comerciando con trigo, vino y otros productos, introduciendo vino de contrabando, y acusado de vender vino malo haciéndolo pasar por bueno.
En agosto de 1537 es acusado de haber construido una pesquera «atravesando el río hasta la presa del molino del hospital general», y varios corrales para coger todo el pescado de subida y bajada
Las pesqueras consistían en estacas y piedras que se adentraban en el río, llegando a enlazar las dos orillas, entre las que se ponía todo tipo de artilugios para coger los peces (de ahí que pesquera debe entenderse como el estacado, y corrales los artilugios en que se capturaba el pescado). En Sigüés (Huesca), por ejemplo, significa «presa de cañas dispuestas en forma de V que se hace en el río para detener a los peces».
Y el Ayuntamiento, que subastaba la pesca, había prohibido su construcción dentro del caso urbano, «por ser el río público y estar la ciudad en posesión pacífica e inmemorial de vedar y desvedar el río desde el puente de San Juan hasta el de Ntra. Sra. de Salas». En 1544 la prohibición se extiende hasta el puente de la Merced.
La familia se defiende diciendo que era suya por haberla tenido en posesión durante más de ochenta años la casa que había comprado al notario Juan de Sangüesa, en cuyo solar levantaron el palacio.
Diego continúa usándola «porque tienen privilegio para ello», y en 1544, en la cuarentena, se enfrenta verbalmente con su tío Miguel de Eguía. El Alcalde interviene, y les prohíbe, bajo pena de 20 ducados viejos, que hablaran de esa cuestión.
Sigue el enfrentamiento entre las dos familias, las más importantes de la ciudad, y el 26 de septiembre del mismo año Miguel de Eguía obtiene autorización de la cuarentena para poder pescar entre los puentes de San Juan y de la Merced.
A pesar de la autorización, Eguía es detenido y arrestado en su casa por orden del alcalde, y se queja del mal trato que le dieron Diego de San Cristóbal y sus consortes, quienes «a mano armada le pensaron matar». En 1550 se dicta sentencia contra Diego San Cristóbal, que había fallecido ese mismo año.
Diego San Cristóbal y María Cruzat tuvieron once hijos, cuatro varones (Juan, Diego, Martín, Miguel y Pedro) y siete hembras (María, Juana, Catalina, Ana, Águeda, e Inés), de las que tres (Juana, Águeda e Inés) profesaron en el convento de Santa Engracia de Pamplona, en el que su tía Rosa Cruzat estaba de abadesa.
En su testamento, a Juan, su hijo mayor, le legan dos casas en Estella (tenían otra casa, enfrente del palacio, que les servía de caballeriza, y que probablemente fue la primera que la familia habitó); un molino en Larrión; los bienes y hacienda que tenían en Morentin y Ollogoyen; ciento cincuenta y dos peonadas de viña, cuatro camas con su ropa, la mitad de todos los cubos y cubas de su casa, dos tinajas para el aceite, y trescientos ducados de oro en dineros contantes. Bienes que no recibiría hasta la muerte de los testadores, a no se que, con consentimiento de éstos, contrajese matrimonio, lo que hizo con Leonor de Egüés, natural de Pamplona, que aportó al matrimonio una dote de 1.500 ducados.
Ni fue feliz, ni le duró el matrimonio. Al poco de casar mató a un criado que tenía, y a su mujer, que estaba embarazada, «a la cual halló en adulterio con un mozo suyo»
Por el doble crimen fue encarcelado, procesado, multado con 500 ducados, obligado a devolver la dote, pagar los gastos del proceso, y ser ajusticiado (el Fuero de Estella establecía que «si el marido sorprendiese a alguno de noche con su mujer y lo matase, no tendrá multa por ello, pero si la mujer es sorprendida en adulterio de día, el marido deberá presentar reclamación al Señor de la Villa o al merino»).
Su hermano Martín compró testigos, creando una gran confusión que obligó a hacer muchas averiguaciones, lo que alargó el proceso.
En consecuencia, Martín fue enjuiciado (1553) y condenado: «es cosa pública y notoria (...) que el dicho acusado fue condenado por Su Majestad en destierro deste Reyno (dos años) y mucha cantidad de dinero para la cámara y fisco (100 ducados mas costas), deziendo que sobornó e indució con dineros a Bernat de Gárriz testigo en el pleito que se trató sobre las muertes que cometió Juan de San Cristóbal en su mujer, hijo y criado, y por ello estuvo preso en las cárceles reales mucho tiempo». Dos meses más tarde, a petición del encausado, la condena se redujo a la mitad.
Ajusticiado el hermano mayor, y ordenado Fray Diego, el mayorazgo de la familia recayó en Martín, que con treinta años cumplidos casó (1557) con Catalina Ximénez de Beaumont, y en varias ocasiones ocupó los cargos de jurado, regidor, mayordomo y diputado de la parroquia de San Pedro, y en 1572 el de alcalde y juez de la ciudad.
En 1561, con motivo de una trifulca que a consecuencia de una procesión enfrentó a los feligreses de San Pedro, San Miguel y San Juan, tuvo un encontronazo con Francisco de Zufía, con el que a punto estuvo de llegar a las manos.
En el pleito, en el que Martín fue condenado a un año de destierro, y Francisco a cuatro meses, éste lo tilda de soberbio, altanero, jugador de naipes, y dice que durante mucho tiempo ha estado amancebado con una moza que la tenía en su casa, de la cual tuvo dos hijos.
Este San Cristóbal «se atrevió a sentarse en el presbiterio de la iglesia de San Pedro de Estella en 1579, donde antes sólo se habían sentado los mariscales del reino (...). Uno que había obtenido del rey el hábito de Santiago, ¿admitiría de buena gana, en su pueblo, ir detrás de un palaciano cuya preeminencia comunitaria empezaba a olvidarse? » (Alfredo Floristán).
En esta familia tan poco edificante, el año 1524 nació Diego San Cristóbal, Cruzat,. Eguía, Jasso, Alzaa, Atondo, Jasso, Azpilcueta, Arteaga, Novar, Arguiñáriz, Atondo, Antillón, Ruiz de Escaza, Marañón y Aznárez.
Estudió en Estella hasta los 14 años, edad en que se desplazó a Toulouse para estudiar Derecho (habitual en la burguesía y nobleza navarra de la época, Olóriz nos dice que «para atender al servicio de los estudiantes navarros que cursaban en dicha Universidad, había un individuo encargado de hacer periódicamente el recorrido entre Pamplona y Toulouse, conduciendo la correspondencia y llevando los encargos que los estudiantes o sus familias les encomendaban»). De allí fue a estudiar Teología a Salamanca, cuya universidad, que estaba en todo su esplendor, acogía a más de ocho mil estudiantes.
Con 17 años, estando en la ciudad del Tormes, sin informar a su padre (7 de julio de 1541) ingresa en el convento franciscano, que era uno de los más importantes de la Orden (derribado a «golpes de la piqueta demoledora en manos del anticlericalismo del siglo XIX, lo único que subsiste, dentro del recinto convertido por sus dueños en depósito de carbón, es la bóveda del presbiterio y parte del retablo de piedra del altar mayor», dice Sagüés). En él coincide con los padres Alfonso Castro y Andrés Vega, que participaron como teólogos en Trento.
Enterado el padre, envía a su criado Diego de Arbeiza con el encargo de inducirle a abandonar la Orden, pero Diego no lo escucha, huye de él, y por medio de un fraile le pide que pague sus deudas. Rebeldía que disgustó mucho a su progenitor.
En la primavera de 1543 hace profesión religiosa, y parece ser que su primera ocupación fue enseñar Teología en la Universidad de Huesca.
No tardó el padre en aceptar la decisión, y el 11 de junio de 1550, siendo ya sacerdote, recibió de él una peonada de viña, cinco sueldos carlines y «treinta ducados de oro viejos para ayuda de comprar libros o para lo que él quisiere y al tiempo que él los pidiere y demandare».
El 11 de enero de 1552 la infanta Juana, hermana de Felipe II, se casa en Toro con Don Juan, Príncipe de Portugal. Ruy Gómez de Silva, Príncipe de Éboli (de origen portugués, conde de Mélito y duque de Pastrana por su matrimonio con Ana Mendoza de la Cerda, era ministro de Estado, Mayordomo Mayor, debía vestir al rey, dormir en su cámara, dirigir los pormenores de palacio y de la Hacienda del reino, y ejercía la diplomacia ante los embajadores), íntimo confidente de Fray Diego, lo lleva a Lisboa para que sea predicador y confesor de la princesa.
«Las razones del viaje eran de Estado, ya que Felipe II había quedado viudo de su primer esposa en 1545, y buscaba en Portugal una nueva esposa (su prima Isabel) que aportara un millón de escudos de oro, pero la tacañería del Rey de Portugal, que trataba de ahorrarse una parte de la dote de su hermana, suscitó algunas dilaciones, hasta que la elevación de María al trono de Inglaterra hizo cambiar el parecer del Rey», nos dice Llanos.
Fray Diego, considerado el predicador «más famoso de su tiempo en España», (hasta cumplidos los 30 años, que se consideraba la edad en que San Juan empezó a predicar, la Orden no permitía que predicaran), durante unos dos años «debió de llevar a cabo una extraordinaria actividad en Portugal, como lo evidencia una confusión que acompañó su figura durante varios siglos: la creencia de que era portugués» (Llanos).
En el país luso prepara y publica su primera obra. Tratado de la vida, loores y excelencias del glorioso apóstol y bienaventurado Evangelista San Juan, el más amado y querido discípulo de Cristo nuestro Salvador (1554), escrita en castellano, que dedica a Catalina de Austria, reina de Portugal y hermana de Carlos V. Es una obra de predicación moral erudita y «didáctica, en la que una idea se contempla de múltiples maneras para al final dar su respuesta».
La siguiente noticia data de noviembre de 1560, cuando con treinta y seis años testifica en Toledo contra su arzobispo, Bartolomé de Carranza, navarro de nación. No habla bien de él, pues dice haber oído comentar que en Tafalla predicó dos proposiciones heréticas: una contra el uso de la Iglesia de hacer oraciones a los Santos, y otra, tan mala y escandalosa que no quiso decirla.
A esa primera obra le siguió El libro de la vanidad del mundo (1562), dedicado a la infanta Juana, que, viuda desde el 2 de enero de 1554, había regresado a España. En ella «conjuga la elegancia de estilo, dentro de cierta sobriedad, con la vigorosa exposición de las ideas». Su éxito fue espectacular (en vida del autor se reeditó ocho veces,) y, como dice M. Bataillón en Erasmo y España, de resonancia europea (existen versiones en italiano, portugués, francés, flamenco, inglés, checo, polaco y árabe), y la que más fama le dio.
Entre 1565 y 1569 encontramos al Padre Stella en Madrid, como predicador de la Corte (hay quien opina que ostenta el título desde 1561), consultor y teólogo del Rey. Y Diego, en vez de actuar como cortesano, emplea su palabra y pluma en «corregir y reprender con santa libertad y verdadero celo apostólico los vicios principales de la sociedad de entonces, sin excluir los defectos en que incurrían las personas más elevadas en dignidad, como Obispos, Príncipes y Reyes» (Sagüés).
Este celo le llevó a intentar corregir el comportamiento del franciscano fray Bernardo de Fresneda, obispo de Cuenca, confesor del Rey, miembro del consejo privado de la guerra, tesorero de las galeras, comisario general de la Santa Cruzada, y el ministro más influyente, del que Juan Soranzo dice: «era ambicioso cuanto se podía imaginar, deseando encargarse de toda clase de negocios que acreditaran su talento, gastador y ostentoso como ninguno, pues tenía una mesa espléndidamente servida y una casa de doscientas personas».
Parece que a este personaje va dirigido lo que fray Diego escribe en sus Enarrationes (Non utique auctoritatem damno, sed superfluam pompam, majestatem et vanitatem aliquiorum detestor) y en la Vida de San Juan (No es razón que el que tiene un beneficio gruesso tenga otro, como por nuestros pecados veemos el día de oy que uno tiene, y con mala conciencia, dos y tres beneficios curados, y otro no tiene alguno).
Diego denuncia a Fresneda ante el Papa Pío V, el cual, por medio del cardenal Crivelli, le requiere que viva más en conformidad con la modestia episcopal, y que procure ayudar, antes que perjudicar, al prójimo.
El 8 de abril de 1566, el Nuncio de S.S. en Madrid, Mons. Castagna, años después papa Urbano VI, escribe al cardenal Reomano que Fresneda había estado visitándole para defenderse de los malos informes que de él habían enviado a S.S., especialmente de vivir con excesivo boato y pompa, de acaparar demasiados cargos, más propios de seglares que de un obispo franciscano, y de no residir en su diócesis, lo que contravenía la reforma que los franciscanos estaban preparando.
Y en carta al cardenal Alejandrino, Mons. Castagna le dice (1567) que, según le trasmitió Fresneda, Felipe II estaba muy enojado porque fray Diego había enviado al Papa algunos memoriales y cartas contra los abusos de la Corte, a los que SS había dado crédito. (Diego atacó la vanidad real criticando el enorme coste de la construcción de El Escorial, «creyendo que la obra no era sino el reflejo del pecado capital del Rey, la soberbia» -dice Llanos-.
Vanos son y locos los que se jactan de grandes y suntuosas casas, y en esta vanidad consumen mucha hacienda y gastan el tiempo de esta breve vida... Y trazan soberbios edificios, y muestran tu vanidad a los que pasan, para que vean que no eres cuerdo los que te solían tener por prudente -El sobrenombre de Rey Prudente ya se utilizaba en la época-... Entre las siete maravillas del mundo, ya no hay memoria, ni ha quedado rastro ni señal, ¿y piensas tú de dejar en el mundo perpetua memoria de ti por las casas que labras?, escribe Diego).
Pero la crítica hubiera pasado desapercibida en la Corte «si el propio Fray Diego no hubiese delatado la verdadera identidad de algunos de los personajes (...) a través de la carta enviada a Roma junto con la obra, suplicando una orden que alejase al obispo del Rey (...). Dada la situación privilegiada del Rey español ante la Iglesia católica de nuestro país, tal movimiento era ininteligible. Fray Diego había optado por presentar sus quejas -saltándose todas las instancias intermedias- ante una autoridad que meramente podía concederle, como de hecho así sucedió, una victoria moral» (Llanos).
Un motivo no baladí era que Diego, partidario de la reforma franciscana, trataba de evitar que en ella participara Fresneda, por lo que en las cartas enviadas al Papa falsifica la firma de Antonio del Castillo, regidor de Salamanca, y de su tío Juan, lo que termina por enojar al Rey.
«En un primer momento -nos dice Llanos- el Rey se queja a Roma y ataca a Fray Diego valiéndose de lo sucedido a Fresneda, estimando que el Padre Estella ha divulgado falsedades de su confesor. Por otro lado, Fresneda consigue que la orden franciscana incoe un proceso (1568) contra Estella. Finalmente, el Rey manifiesta su afrenta personal, y participa directamente en los hechos. Diego reconoce la falsificación de las firmas, y esta última actuación de Fray Diego, grave y rayando la estupidez en un hombre tremendamente recto e inteligente, no parece tener explicación ni tan siquiera en la desesperación. Dentro del delicado terreno de las hipótesis es ciertamente probable que los personajes implicados en la trama de las cartas mintieran al negar la veracidad de sus firmas, y que Fray Diego, viendo lo evidente de su condena, asumiese todas las culpas.
Lo cierto es que de no ser válida esta hipótesis -sigue Llanos- la actitud de Fray Diego demuestra una falta de inteligencia que en nada se corresponde con un pensamiento en ocasiones cuasi maquiavélico.
El proceso paulatinamente se prolonga y, entre los trámites y la sustanciación de todo él, entre 1565 y 1569 el estellés, abandonado por todos menos por su familia, pasará recluido en Toro de los cuarenta y uno a los cincuenta y cinco años»
Dice así un autor señalando su intento de reformar la Orden: «Fr. Diego tuvo mucho en qué ejercitar su humildad, su paciencia y demás virtudes cristianas con una deshecha borrasca que se le suscitó dentro del mismo puerto de su sagrada Religión; pues, celando y deseando la más escrupulosa observancia del Instituto, halló tan fuerte oposición en algunos de sus hermanos, que, tratado como reo por haber intentado ser reformador, fue preso por falsas delaciones de parte de sus Prelados. Perseguido de estos hermanos, con quienes había elegido vivir, y abandonado cruelmente, no halló a su favor sino a aquellos mismos hermanos que había renunciado en el siglo».
En 1573, «fray Diego de Stella, predicador de Sant Francisco de Salamanca», de Santa Teresa recibe el encargo de predicar un sermón con motivo de la traslación de las Carmelitas Descalzas al segundo convento fundado por la Santa.
Lo dice ella en sus escritos: «Habiéndonos mudado a una casa de la Vanda por el mes de septiembre víspera de San Miguel, y teniendo publicado que se había de poner el Santísimo Sacramento el día de este Arcángel, y echar el sermón uno de los más famosos predicadores que aquí había que era el P. Stella, por lo cual entendíamos se juntaría la mayor parte de la ciudad a nuestra solemnidad».
Durante este tiempo fray Diego desarrolla una gran actividad, alternando la predicación con la escritura de sus obras. En el Capítulo Provincial, celebrado en Salamanca el 14 de febrero de 1574, es nombrado predicador de dicha ciudad juntamente con el P. Gaspar de Tamayo. Y ese mismo año imprime la segunda edición del Libro de la vanidad del mundo, con la adición de ciento ochenta capítulos, que dedica a Francisca Beaumont, condesa de Luna.
Pero su mayor esfuerzo lo emplea en la publicación de In sacrosantum Iesu Christi Domini Nostri Evangelium secundum Lucam, enarrationum, (Comentarios al Evangelio de san Lucas), conocido como Enarrationes in Lucam, «obra que podría engarzarse con lo más sano de la corriente erasmista, en la que defiende un cristianismo sincero y auténtico frente a todo fariseísmo» (Sagüés).
«Pretendiendo en ella popularizar el Evangelio y la predicación de la Sagrada Escritura, convirtió el texto de la escritura en texto de la vida, y los personajes del texto en caracteres típicos de clases enteras de personas. Esta obra había recibido licencia para imprimirla del General de la Orden, y varios doctores de la Universidad de Alcalá la encontraron muy católica y provechosa y en particular para los predicadores», dice Llanos.
Y continúa: «Diego sigue la premisa clásica de enseñar deleitando, y atacando al mismo tiempo los errores doctrinales. Pretendía combatir el protestantismo utilizando los mismos medios: el estudio de los textos bíblicos y su comentario posterior, delimitando una sola lectura esclarecedora».
Fatalmente, esta obra salió a la venta (marzo de 1575) coincidiendo con la orden del Rey de que se actuara, toque a quien tocare aunque sea el príncipe, contra los focos protestantes que habían surgido en Valladolid y Sevilla. En consecuencia, los inquisidores de Sevilla prohibieron su circulación y decomisaron 600 ejemplares.
«Según algunos autores, se le acusaba, no de errores teológicos, sino de cierta brusquedad en la exposición que podía llevar a los lectores a error, así como a las muchas y graves erratas con las que fueron impresas las ediciones anteriores a 1581. Sin embargo, en Alcalá algunos teólogos se escandalizaron de treinta y siete o treinta y ocho proposiciones francamente heréticas, y mandaron borrar unas cien herejías, obligando a cortar ochenta hojas del libro», dice Llanos.
Pero no sólo fray Diego y el P. Guardián de Salamanca seguían con interés la cuestión de las Enarrationes... También Martín de San Cristóbal, su hermano, salió en su defensa, no sólo por interés filial, sino porque había costeado su edición (no era la primera vez que lo hacía, y recién muerto fray Diego pleitea con los frailes de Salamanca reclamando su derecho a publicar las obras que había escrito su hermano), y mientras estuviera retenida no podía recuperar su dinero. Esto le lleva a viajar a algunas ciudades de España, especialmente a Sevilla, donde están retenidos los libros, los cuales no se ponen a la venta hasta octubre de 1580.
El sufrimiento de ver censurada su obra le espoleó, lanzando al público «el producto más exquisito de su alma seráfica (...), y seguramente su obra más bella» (Sagüés): las Meditaciones devotísimas del amor de Dios, (editada en 1576, la dedica a Leonor de Eza, mujer de Martín de Gaztelu, estellés, amigo de la infancia, y Secretario de Felipe II), que debiera haber bastado para desmentir las calumnias de que era objeto. Última de sus obras en castellano, es un libro «lleno de ternura, de emoción, su estilo resulta depurado y plástico, cuajado de imágenes» (Sagüés); «un método de oración interior que envuelve reflexión y razonamiento, sistemático y ordenado de progresión hacia Dios, muy diferente del misticismo pasivo» (Llanos).
Ese mismo año escribió la obra In Psalmum centesimum trigesimum sextum, y dio a la edición su obra Rethorica seu modus condicionandi (Salamanca 1576), que «es como su testamento literario. Se trata de una obra redactada en latín, al no permitir la Inquisición tratar en romance asuntos relacionados con la declaración de la Sagrada Escritura. En ella expone el método que siguió para preparar sus sermones» (Llanos), y pronto conoció ediciones francesas, italianas y alemanas.
La Explanatio in Psalm. Super flumina Babylonis, que figura unida al "Modus...", «consiste en seis sermones predicados por el Padre Stella en Salamanca, en seis domingos de Cuaresma, los cuales corrían de mano en mano en la Universidad, siendo profusamente copiados» (Llanos).
Al mismo tiempo, atendiendo las correcciones y aclaraciones del tribunal, prepara una nueva edición de las Enarrationes..., que se edita en Alcalá el año 1578. Edición que también es retenida por la Inquisición. «Pero ya para entonces circulaba una copia, publicada en Lyon (1580), de la versión original, la cual frenó la edición expurgada de 1582, financiada por los monjes de Salamanca y por su hermano Martín de San Christoval».
Y sigue Llanos: «Si bien, a causa de las vicisitudes, el carácter de Estella se había agriado cuando el autor rondaba los treinta y ocho años, sus convicciones y la defensa de las mismas no habían sido en lo más mínimo alteradas. Los problemas vuelven a surgir a raíz de la publicación en el mismo año de 1574 de otra obra suya, las Enarrationes sobre Lucas, en edición corregida según las indicaciones del tribunal de la Inquisición. La obra, en la que se atacan los vicios de los poderosos, príncipes y señores en formas de reprensiones duras y descarnadas, tras haber pasado numerosas aprobaciones previas de afamados teólogos, es nuevamente censurada por la Inquisición, y numerosos ejemplares de la misma son requisados en Sevilla. Tras numerosas correcciones de la obra y una ardua lucha con la censura para conseguir su publicación, el 13 de julio de 1578 se le viene básicamente a señalar que todo lo contenido en la obra es herejía.
A los pocos días, el 1 de agosto, a sus cincuenta y cuatro años, Fray Diego muere (en un éxtasis, arrebatado de amor, en frase de Francisco de Eguía y Beaumont). Sólo este hecho, una casi afortunada casualidad, le salvará de la condena como hereje y la cárcel». Tenía 54 años.
Dice Bataillon: «A los frailes del monasterio de San Francisco de Salamanca les pareció que aquellos volúmenes en que tantas frases estaban tachadas, en que las supresiones abarcaban a veces columnas enteras, harían pesar una enojosísima sospecha de herejía sobre la memoria de su hermano desaparecido. Entonces propusieron que se reimprimieran las páginas más gravemente lastimadas por la censura. Unos seiscientas ejemplares secuestrados en Sevilla esperaban que se les corrigiera. Por sí solos, valían la pena de esa reimpresión parcial, que se realizó al fin, no sin habilidad, con caracteres semejantes a los de la edición primitiva, pero en papel menos fino: las ochenta hojas condenadas se cortaron de manera que quedara una cartivana, sobre la cual se pegaron las hojas nuevas. Y así transformados, estos dos volúmenes en folio de las Enarrationes..., edición de Salamanca, constituyen quizá el más curioso monumento del delirio expurgatorio que tantos estragos hizo en los libros de la época de la Contrarreforma.
Afortunadamente, existen algunos ejemplares expurgados con tinta, en los cuales un ojo experto llega a leer casi todos los pasajes tachados. Esta tarea ya se ha hecho, y permite que nos formemos una idea exacta de las tendencias sospechosas de la obra de Estella»
«Amigo personal de personajes muy relevantes en ese periodo histórico, y fustigador incansable de los vicios de la época, el Padre Estella moría habiendo conocido en vida el éxito literario y el reconocimiento de sus contemporáneos». Pero la orden franciscana lo silencia.
Poco tiempo antes, «acosado el P. Estella por ciertas dudas y tentaciones en materia de fe, hizo un viaje a Estella, para preguntar a su madre (su padre había muerto) si quizás alguna sangre de sus venas estaba infecta de la raza de los judíos que había entonces en aquella ciudad; su madre le contestó que había tenido el descuido de entregarlo a una nodriza (En el siglo XVI estaba vigente la doctrina de que las creencias religiosas se transmitían a través de la leche que se mamaba de madres y nodrizas) que después supo descendía de aquellos; y esta noticia, la memoria de la noble calidad de sus padres y antepasados, la certidumbre de su cercano parentesco con San Francisco Javier, que no había olvidado nunca, y el saber que sus abuelos habían sido familiares del Santo Oficio de la Santa Inquisición de Navarra, residente entonces en Calahorra, le consolaron de los resabios que creía haberle infundido su nodriza. Entonces fue cuando tomando de nuevo la pluma, escribió su libro sobre la crianza de los hijos». (lo recoge Mañé y Flaquer como escuchado a la gente de Estella, ya que de ella no se conserva ejemplar alguno, ni otra referencia).
Este hecho coincide con un Breve que Clemente VII había dado en 9 de marzo de 1525, prohibiendo que ningún descendiente de judío o hereje, hasta la cuarta generación inclusive, fuera admitido ni pudiera ser prelado entre los franciscanos en España.
Estando en casa, su madre aprovecha para que artistas de la escuela de Moro y Sánchez Coello le pintaran un retrato que no se sabe dónde para, y se corresponde con el que figura en La vanidad... editada en 1785 en Madrid.
De él es copia de época uno de 280 x 215 que se conserva en la iglesia de San Pedro. Otro de época, que se conserva en la misma iglesia, de 395 x 220, se utilizó para ilustrar el libro que se editó con motivo del IV Centenario. El retrato que tiene el Ayuntamiento es de 1924.
Sus libros tocan temas de plena actualidad. «En la Vanidad... (nos dice Llanos,), Diego, de treinta y pocos años, mostraba perplejidad ante una sociedad civil entregada a la codicia y a la ambición. Como él narraba: calles y plazas están llenas de ladrones. Se lamentaba amargamente de cómo la situación social había llegado al claustro, que también buscaba el lucro y escondía traiciones entre hermanos. Criticaba la vanidad de las pompas del culto y el fariseísmo de los prelados, quienes ataban con disposiciones y preceptos mientras ellos vivían en el fasto y la opulencia, y los sacerdotes de positivo valer no tenían ni un pedazo de pan. Recuerda a la Iglesia el espíritu de pobreza evangélica, ya que Cristo nada habló de diezmos (Recuerda al "Enchiridion" de Erasmo)».
Y sigue Llanos: «Es lógico pensar que uno de los motivos para la difusión de Diego en Inglaterra (en todo el siglo XVI no fueron traducidos ni Santa Teresa de Jesús ni San Juan de la Cruz) fue su carácter ascético y racionalista. Los católicos ingleses desarrollaron un gran aprecio por Estella, que, lejos de ser un iluminado, llega hasta Dios ascética y racionalmente».
Continúa Llanos: «La Vanidad... tuvo una gran difusión, como lo prueba que en vida del autor tuviera doce ediciones en italiano. Se tradujo al árabe. También al mexicano, con la ayuda de un indio de Tetxenco, llevada a cabo antes de 1606, aunque no se llegó a imprimir. También fue adaptada por los anglicanos, faltos de obras religiosas, quienes lo tradujeron tres veces, aunque sólo se editaron dos de ellas», y encontró eco en las comunidades judías de los Países Bajos.
Según Llanos, por la calidad de su obra y por la difusión que alcanzó, se puede «equiparar a Fray Diego de Estella a cualquiera de los más renombrados, y hoy en día conocidos, escritores ascéticos y aún místicos de su época», con una temporalidad que «tuvo un apogeo superior a los dos siglos y una continuidad equiparable».
Diego escribió indistintamente en latín clásico y en castellano. Sus cinco obras fueron numerosas veces reeditadas y traducidas a otros idiomas, especialmente La vanidad..., que se editó 26 veces en castellano, 27 en italiano, ediciones menos numerosas en francés, alemán, inglés, flamenco, holandés, bohemo, eslavo, polaco, árabe, y una traducción al mexicano que no llegó a editarse.
San Francisco de Sales recomendó sus libros como lectura piadosa, y escritores como Pascal y Fenelón manejaron sus obras.
Veamos ahora lo que dice Marcel Bataillon en su obra Erasmo y España: «Entre los escritores de la época de Felipe II que continúan con mayor maestría la literatura ascético-mística de la época anterior, hay una que merece atención particular: es el franciscano Fray Diego de Estella (...). En sus Enarrationes... todo respira la misma amargura, la misma indignación contra una Iglesia corrompida por la hipocresía, como estaba la Sinagoga en tiempos de Cristo, invadida como ella por el fariseísmo. Parece que nunca terminará cuando se pone a hablar de los pastores que traicionan su deber pastoral (...). Recuerda a los obispos de su tiempo, con áspera insistencia, que son los sucesores de los Apóstoles, y que deben predicar por sí mismos...
Pero no sólo la Iglesia, toda la sociedad civil está entregada a la codicia y a la ambición: ladrones son los poderosos y los nombres que despojan a los pobres a fuerza de impuestos y de censos; ladrones los alguaciles, los jueces y los abogados; ladrones los comerciantes, artesanos y taberneros que engañan en la calidad de la mercancía. Calles y plazas están llenas de ladrones. El dinero es el amo de todo, el media imprescindible para el que quiere medrar, para el que quiera obtener justicia en la Corte (...). A los ricos se atreve a decirles que Dios no es su padre: Dios es padre de los indigentes, no de los ricos, de los que tienen abundancia de todo)
Digamos algo del palacio. ¿Quién esculpió la piedra y realizó sus yeserías? No hay documentos que nos lo digan, pero muy bien pudo ser Martín de Oyarzábal, cantero, que hizo el claustro renacentista de Irache, y Joan de Aguirre el yesero. Lo apunta José Mª Jimeno Jurío en un trabajo sobre la reforma de la iglesia de Santiago en Puente la Reina (cuatro gruesos pilares, que precedían a la capilla mayor y sostenían la torre, dificultaban la comunicación entre los fieles y el altar principal y las capillas, por lo que se levantó la actual torre y se reformó la nave)
Dice Jimeno Jurío: El 16 de abril de 1543 maese Martín de Oyarzábal presentó como fiadores de la obra del templo puentesino a Jayme Díez de Sotés, vezino de Eraul, Diego de San Cristóbal (padre de fray Diego), el doctor de Miguel San Cristóbal (hermano de fray Diego) y maese Joan de Aguirre, gesero, "vecinos y abitantes en la ciudad d´Estella" (...). La presencia de los dueños del palacio de la Rúa estellesa y de un yesero, en calidad de fiadores de una obra económicamente voluminosa, exigía confianza mutua entre las dos partes, presentante y presentados. Tal confianza pudo ser fruto de una relación laboral del guipuzcoano (Oyarzábal) con la noble familia de San Cristóbal, y haber nacido durante la construcción del palacio renacentista de la Rúa. El edificio, conocido actualmente como la "casa de fray Diego", ha sido relacionado artísticamente con la empresa decorativa del claustro de Irache, del que parece contemporáneo. De existir esta relación, Oyarzábal que falleció en 1545, dejando sin terminar los tramos más próximos a la iglesia abacial, compaginaría la ambas obras (Cuando Diego de San Cristóbal padre testa en junio de 1550, deja a su hijo mayor la casa nueva que nosotros habemos y nos pertenesce, quedando por hacer el cuarto trasero de la dicha casa.
Nota: En 1924, con motivo del cuarto aniversario de su nacimiento, se celebró un certamen. En la Sección Musical, el premio (250 Pts.) a la mejor "Colección de canciones populares recogidas en las distintas regiones de Navarra, siendo preferidas las de Estella y su Merindad", el primer premio fue para Resurrección María de Azcue (Bilbao), el accésit, para Hilario (Olazarán) de Estella (Lecároz), y la mención honorífica para Silvestre Peñas (Manresa). El jurado musical lo formaron Alfonso Ugarte, Francisco Esbrí y Andrés Hermoso de Mendoza.
El 1 de agosto se celebró un banquete con los siguientes platos:
Entremeses variados, Consommé Royal, Solomillo de ternera con champiñones, Langosta a la mayonesa, Jamón con dulce confitado, Pollos asados y ensalada.
Postres: Helado de café, frutas, tartas, quesos.
Vinos: Paternina Banda Roja, Bodegas Bilbaínas, Cepa Rhin, Riscal, Franco-Españolas Diamante.
Café, Licores, Habanos.
El famoso escultor Fructuoso Orduna, natural de Roncal, envía una propuesta de monumento en escayola, señalando que costaría 25.000 pesetas. Los organizadores discuten acaloradamente si se debe de colocar en la media luna de Los Llanos, en la plaza de San Martín o en la de San Francisco. Como no se llega a un acuerdo, se decide bendecir la primera piedra (se bendice el 2 de agosto, domingo de fiestas, en el kiosco de la plaza de los Fueros, en una ceremonia con misa, discursos, entrega de premios, tres canciones premiadas de Azcue que interpreta la soprano estellesa Pepita Sanz), y guardarla para colocar cuando se decida donde ponerla. Cuando los organizadores se vuelven a reunir (10 de noviembre de 1924), los ánimos continuaban tan enquistados que ni siquiera se había salido a recoger donativos con los que levantarlo. El monumento no se llegó a hacer, y de aquel centenario sólo nos queda el libro que se edito, del que se hizo eco la prensa nacional, y la leyenda que Cayetano Echauri esculpió bajo el escudo:
Entre las anécdotas que recogió la prensa, el obispo de la diócesis tenía prohibido que los clérigos transiten sin teja, por lo que se encargaron vehículos cerrados para trasladar a los jóvenes del noviciado de los Escolapios de Irache, que ni tienen teja ni acostumbran a llevarla.
julio de 2014